miércoles, 31 de octubre de 2012

lo desconocido


Me pregunto cómo sería vivir en un mundo en el que todavía quedasen espacios rosas en el mapa. Nacho retoca unas imágenes en el ordenador para un concurso y yo fantaseo con eso, con los espacios rosas en el mapa, porque ayer leí un artículo sobre los territorios imaginarios. Quizá por eso también mandé a mis alumnos hacer la descripción de un sitio que no exista. 

Entonces imagino un mundo en el que no hiciese falta crear otro mundo para que cupiese lo desconocido, sino que contase con determinados rincones que poder colmar de significados y decir: "¿ves? en esta pequeña mancha rosa en el mapa hay en realidad un país donde habitan hombres con cabeza de pescado que hablan cantando" o "¡fíjate! en este rinconcito rosa hay un bosque donde nacen niños de los árboles". Creo que hubo un tiempo en el que todavía se podían desear cosas así para los territorios insospechados. ¿Cuáles son ahora nuestros dragones? 

Nacho frunce el ceño y yo miro las paredes blancas de la habitación. Qué vasto el atlas de todo los soñado, el bestiario de lo que sólo intuimos entre las sombras... Y que se nos olvide que somos capaces de incendiar de contenidos un simple territorio en blanco, ¿qué debe significar? 

miércoles, 17 de octubre de 2012

el arte ya no sirve para nada


Cuando explico a mis alumnos el Modernismo, les hablo del cambio de concepción del arte, que pasa a ser un objeto inútil. Quizá las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Por eso hay tantos educadores que componen canciones en su tiempo libre, tantos artistas que pintan cuando salen del trabajo, tantos escritores disfrazados de gente normal. Por eso mis alumnos entienden el arte como un bien de consumo prescindible. 

No me apetece  hablar de los problemas económicos del país, ni hacer un alegato en favor de la cultura o denunciar la situación de tantos artistas en medio de este ciclón. Me genera apatía el pensamiento. Sólo quería contar mis torpes intentos de solucionar en mi día a día este problema. Lo único que está claro es que si no hay dinero para pagar la comida, tampoco lo hay para pagar el arte. Fantaseo estúpidamente con la idea del mecenazgo. 

Ante todo esto, sólo puedo decir que no me apetece la idea de rendirme. Porque yo no cuantifico lo que hago, yo soy feliz fabricando cuentos. Seguramente nunca llegue a ser best seller, hay grandes posibilidades de que la publicación en papel sea una utopía dentro de poco y cada vez más se reduce el número de lectores. Cuando intento explicar que eso no me importa, pocas personas me creen. Está claro que sin un lector no tiene sentido la obra, pero, ¿significa eso que deje de tener sentido el creador o que pueda detener sus procesos artísticos a la espera de una buena oferta? 

Me enredo en mis propias ideas. Me tropiezo con los formularios, con los protocolos literarios, con los problemas de liquidez del sector y la falta de demanda porque el precio del libro no se abarata. Pero trabajo en dos novelas nuevas, tengo cuatro medio dignas terminadas y a la espera, un blog lleno de poemas (en el que hoy he publicado para imprimir los poemarios que suelo regalar durante los recitales) y una cabeza que no deja de enredarse en tramas descabelladas. Y tanto ruido frente al silencio del exterior puede confundir, incluso frustrar, pero yo lo bailo y crezco y descubro el mundo y lo transformo o lo quemo. Porque la literatura o el arte para mí no son únicamente un fin o una meta, no son sólo el ideal, son también un camino cotidiano por el que me busco cada día. 

lunes, 15 de octubre de 2012

madrid, una mujer cosmopolita pero chapada a la antigua


La luz acaricia cálida los árboles del zoo, dotándolos de una cara oscura que va preparándose para la noche. El tigre gime descaradamente desde su jaula, supongo que rogando un poco de amor, y un grupo grande de gaviotas gira en círculos sobre el mar en el horizonte. Es extraño pensar que ayer estaba abandonando Madrid, con su ruido y su gente, cuando miro ahora la paz a través de la ventana. 

Estoy leyendo El vendedor de historias. Lo empecé en el tren, de camino a Nacho, y casi lo estoy terminando. Es uno de esos escasos momentos en los que decido alargar un poco más un libro, para que no se me acabe antes de que me de cuenta de que ya no lo tengo entre las manos. Habla sobre la creatividad y el mundo de los escritores. No puedo imaginarme cómo lo acogió la crítica en su momento, es bastante duro con el quehacer de los autores publicados. Aunque como el narrador tiene bastante doblez, uno nunca se siente identificado con lo que critica. "Los malos son los otros". Quizá sería una de los incorruptibles. Qué peligroso...

Madrid me ha enseñado nuevas caras estos días. Pocas veces había visitado sus calles con un madrileño de pura cepa y, claro, sus costumbres y su historia me han llevado a rincones nuevos. Este viaje ha tenido la magia de poner en movimiento personas, lugares y objetos, que sólo formaban parte del ideario de mi imaginación. Conocí las calles de las que había escuchado anécdotas, recorrí los caminos que había dibujado parcamente con retazos, tomé las medidas de las habitaciones, probé los sabores de la cena que siempre es a las nueve y media, puse cara y movimiento a los protagonista de tantas historias y mudanzas. Escuché al otoño acercándose a las avenidas y observé el apasionante engranaje de la realidad que, aunque a veces no es capaz de imitar el brillo de la fantasía, tiene la capacidad de sorprenderme con detalles que no deben pasar desapercibidos. Era como asistir por fin al espectáculo que tantas veces había imaginado. Y lo cierto es que aplaudí como una niña al final de la función. 

Además, disfruté de Sol y sus elegantes gatas, bajo la luz de una tarde que no sabía si prometer diluvios. Disfruté de Rubén, Maria José y un novísimo Pablo, que se quedaba tranquilo en mis brazos mirándolo todo con infinita curiosidad. Disfruté de las librerías en las que soy capaz de aburrir a cualquiera y me hice con algunos libros que necesitaba como documentación de un nuevo proyecto literario. Disfruté de mí y me cansé de andar. Porque las medidas son distintas y lo que es cerca para Nacho, a mí me supone una eternidad. Supongo que es lo que tiene estar aprendiendo de alguien que disfruta tanto del proceso como del final. 

Sí, Madrid me trata siempre bien, prepara para mí ferias del libro antiguo, exposiciones sobre escritores y pintores que me gustan, restaurantes con mis comidas preferidas y tiendas con diez mil tentaciones. No me puedo quejar de esa mujer cosmopolita, pero chapada a la antigua, que a 565 kilómetros retiene lo que es mío. 

jueves, 11 de octubre de 2012

de libros, proyectos y maletas


Con el café he terminado la maleta. Charlie Winston canta Soundtrack to Falling in Love y yo repaso cada una de las cosas que haré en los momentos libres del día antes de coger el tren. Calculo todo antes de las seis porque es mi tiempo de independencia. Después todo será nuevo y no querré planes ni tener nada atado que no sea su mano dando un nuevo significado a las calles. 

La luz comienza a tomar posesión de mi salón al tiempo que la canción cobra intensidad. Es jueves. Dos ideas de novela rondan mi cabeza y ando de un cuaderno a otro tomando apuntes de posibles esquemas. Pierdo la conciencia de la realidad mientras sigo mentalmente un diálogo que aún no he escrito, una descripción que podría encajar. Las cosas pequeñas vuelven a ser las protagonistas y en la clase de literatura hablaré de los trucos mágicos del escritor. 

En Madrid buscaré un libro sobre dioses orientales y quizá algún ensayo sobre literatura, soñé que iba a una librería de viejo y le preguntaba a un importante poeta qué me aconsejaba. Decía: "voy a indicarte el libro más caro del mundo". Después se inundaba todo y a mí me daba vértigo, aunque me gustaba la nueva casa de Juan y Leti. Mi cabeza es un campo del que recoger siempre ideas descabelladas, tengo buenas plantaciones. 

Mi plan, entonces, es terminar de leer El arpista ciego de Terenci Moix antes de coger el tren, para así poder dedicar el traqueteo a la novela de Gaarder que Nacho me regaló para mi cumpleaños. Así, cuando llegue y él me vea, seré de nuevo ella y a la vez yo tirando de una maleta. 

lunes, 8 de octubre de 2012

un lunes de octubre, una monotonía cualquiera


De madrugada, tendida en la cama con los ojos abiertos intentando descubrir la primera luminosidad del día, imaginaba que llovía fuera, incluso escuchaba la lluvia. Esperaba que algún coche cruzase la calle para que el ruido de los neumáticos sobre mojado fuese mi mejor señal, pero la ciudad se mantenía en silencio. Sólo podía oír ese aparente manto de agua. Supongo que algún vecino se duchaba más allá de mi pared, porque al abrir las persianas sólo pude ver una niebla gris que recortaba los árboles del zoológico. 

Es lunes y cuento los días hasta el jueves, las horas hasta la tarde del jueves, cuando un tren me acerque a Madrid y todos sus misterios. Me estiro de nuevo y deambulo por la casa con la cara sin lavar hasta que consigo prepararme un café decente. Todo huele a limpio después de la paliza que me di ayer y eso me hace sentirme en calma. Enciendo la lamparita de la mesa del teléfono y el ordenador mientras imagino las noticias del día: importante partido, importantes elecciones... A veces el mundo cíclico pesa más. 

En mi viaje al trabajo asciendo sobre las nubes que se comen la ciudad. El sol me ciega en una curva, los tejados se yerguen bajo el asfalto, los pinos parecen más verdes. Respiro llenando todos los pulmones y descubro que no soy la única que ha pensado que el paisaje merece una fotografía. Ahora todos queremos llevar la belleza en el bolsillo, encerrada en un pequeño aparato, como si pensásemos que nuestra imaginación no podrá recordar todos los detalles. Veo su mensaje en el correo electrónico de antes de salir al trabajo y sonrío complacida. Hoy es todo más lógico. Es lunes. 

Las dos últimas horas las dedico a hablar del arte, de sus función, su significado, su relación con la literatura... El primer grupo está lleno de preguntas y ganas de participar. El segundo prefiere que se lo den todo hecho. Aún así acaban arrancando y, cuando suena el timbre, siento que me han exprimido o vampirizado. Pero estoy feliz. Estoy feliz porque he hablado dos horas de cosas que me gustan, aunque me habría gustado mucho más esta clase con un público adulto. 

Las horas pasan. Hago lo que espero de mí, es decir, cocino, riego, planto unas semillas de encina y de pino en la terraza, recojo la ropa, preparo un té y vuelvo al trabajo. Una alumna me hace reír a carcajadas con una redacción bastante bien hilada y las caras agotadas de mis compañeros me recuerdan que mañana el día será idéntico al de hoy. 

Intento hacerme una idea del día que ha tenido él, de la luz que hay en el estudio cuando yo salgo a un atardecer malva sobre las montañas y el mar. Vuelvo a llenar los pulmones de aire, dispuesta a eliminar la tensión del día de camino a casa. Mastico un poema que he leído en algún sitio, suspiro sin darme cuenta. Las paredes aún están calientes por el sol del día, pero mi casa aguarda en silencio, vacía hoy, con las sillas patas arriba y la penumbra que espera las bombillas. Dejé el té a medias sobre la mesa y eso hace todo extrañamente más real. A veces siento que llego a la vida de otra o me descubro, de golpe, abrumadoramente yo, como ahora.