Termino de leer Nubosidad variable pensando en mi madre, porque lo está releyendo a la par que yo, y preguntándome si a ella también se le despierta el gusto de escribir cartas como antiguamente mientras va pasando las páginas de Carmen Martín Gaite. También me digo que es un día muy propicio para acabar este libro, porque me ha caído el diluvio universal bajando del trabajo y ha estado rugiendo el cielo sin dar ninguna tregua hasta hace un rato.
Hay muchas frases que tengo subrayadas en el libro y pienso en que hoy cenaré con Belén y podré darle las gracias por este regalo. Creo que ella sabía lo que me estaba regalando, por lo poco que me conoce puede hacerse una idea de mi amor por la literatura y por la escritura. La imagino repescando ese título de esa memoria y pensando en mí. Eso me hace sentirme agradecida, quiero decir, el que alguien sea capaz de acertar con un libro al regalártelo. La gente regala libros como quien compra bolsas de pipas, sólo porque lo anuncian grande en las tiendas o porque se vende a mansalva. Pero regalar un libro es más que eso, es casi como saber cómo te gusta el café. A mí, por ejemplo, largo y con leche fría, con dos de azúcar. Si alguien sabe cómo te gusta el café, es que se ha parado a escucharte.
Los vecinos dan golpes en alguno de los pisos colindantes, como las paredes son tan finas, no sé de dónde me viene el sonido. Miro los árboles del zoo cimbreándose contra las nubes altas y recuerdo también las conversaciones locas de anoche sobre el sentido de la existencia humana, el orden y el caos, el universo y los extraterrestres. Se mezclan entre las divagaciones aquella frase de mi madre: "no busques la respuesta a las grandes preguntas", que me ha perseguido implacable estos años, junto con tu apreciación "piensas demasiado en cosas que no te llevan a nada" o algo así dijiste, ya no me acuerdo. Pero los dos teníais razón.
Sin darse cuenta, una sigue las sendas de la idea en busca de la literatura y asciende y elige caminos -unas veces acertadamente y otras por el mero azar o la pereza-, como si el final se encontrase en algún sitio. "He llegado a no verle a la vida más sentido que el de indagar su sentido", dice Martín Gaite por boca de uno de sus personajes. Ese carrete interminable que no lleva a ningún sitio sino a perdernos más en el laberinto. "Y desde luego no hay mejor tabla de salvación que la pluma".
Amo escribir. Soy tan feliz escribiendo, aunque las sendas, a veces, sean imprecisas y arduas...