viernes, 22 de agosto de 2014

normas de cortesía



La entrega absoluta y la búsqueda de la verdad eterna tienen un atractivo incuestionable para los jóvenes y los altruistas, pero cuando una persona pierde la capacidad de deleitarse en lo mundano -un cigarrillo en el porche, las sales de jengibre en el baño- probablemente corre un peligro innecesario. Lo que intentaba decirme mi padre, cuando llegaba al final de su propia trayectoria, era que ese riesgo no debía tomarse a la ligera: hay que estar preparado para luchar por los placeres sencillos y defenderlos frente a la elegancia, la erudición y toda suerte de seducciones glamurosas.

Hace algunos meses me llamó la atención la portada de El mayor Pettigrew se enamora, quizá por el color morado, quizá por la fotografía, y después de verla en varias librerías me animé a comprarlo para leerlo, porque sentía ya que era una señal encontrármelo en tantos sitios. Resultó que la narración era fluida y entretenida, capaz de observar los detalles más cotidianos para hacerlos protagonistas de la escena. Me encantó. Quizá por eso compré después Educación Siberiana que, salvo un capítulo horrible que jamás volvería a leer en todos los días de mi vida, me pareció una genialidad. 

De pronto estas ediciones en bolsillo de la Editorial Salamandra comenzaron a sorprenderme. Mi experiencia anterior era que, al hacerme con uno de sus títulos, me enfrentaba a una sórdida historia que me dejaba vacía por dentro, a pesar de desarrollarse más o menos bien. Por eso estos últimos libros me han sorprendido y, entre ellos, Normas de cortesía, de amor Towles, que me bebí ayer prácticamente de sentada. 

Al principio temía, por el texto de la contraportada, que fuese una vuelta a los tópicos de Salamandra de venderte una historia genial que al final termina con sexo entre hermanos, autimos feroces, desapariciones y vidas desgraciadas; pero aún así la fotografía de la portada me animó a comprarlo (al mismo tiempo que adquiría La isla del tesoro). 

Amor Towles desnuda ante los ojos del lector las calles heladas de un invierno en New York en los años 30, para después llevarlo de la mano a través del resto de estaciones. Restaurantes de éxito, oscuros locales de mala muerte donde puede escucharse jazz hasta la madrugada, tiendas de lujo, apartamentos minúsculos, fiestas de sociedad, vestidos de lunares, secretarias de gabinetes uniformadas, martinis de sobremesa y personajes llenos de matices hacen de esta historia de un año en la vida de Kate Kontent una sencilla maravilla. A veces, incluso parece que puedas escuchar la música del saxofón mientras lees, que puedas observar el humo de los cigarrillos perdiéndose en la noche. 

Será quizá que al mismo tiempo leo unos ensayos de Pedro Salinas sobre el placer de escribir cartas en los que avisa de los peligros del mundo moderno, pero esta época descrita en Normas de cortesía en la que todavía se está a un paso de la completa perdición de las maneras, me ha parecido excepcional. 

Y sí, quizá retome este rincón -¿cuántas veces habré hecho esta promesa?- para contar un poco sobre lo que voy leyendo. ¡O sobre lo que se puede contar que estoy leyendo! 

Verano, qué maravilla de tardes para la lectura contemplativa.