viernes, 30 de marzo de 2012

de la cama al café



leo a sabines nada más saltar de la cama. bueno, es mentira. leo a sabines nada más salir de la ducha. falso también. lo leo, quizá, después de desperezarme, lavarme el pelo, acabar la maleta, prepararme un café. sí, es más bien así. preparo el taller literario de tercera hora y leo a sabines pensando hablar de la prosa poética y justificando la necesidad de regalar algunos versos del otro lado del charco. pero mi cabeza huye de los versos al viaje de esta tarde, recuerdo curvas de la carretera, molinos de viento, el color del asfalto. recuerdo cómo te quedas dormido lentamente hasta desaparecer en el asiento. vuelvo al café, a la poesía, a mi casa. pienso en el puzzle que soy, en este juego de letras, conectadas siempre unas con otras, laberinto. acabo el café, selecciono los textos, pierdo la paciencia y recuerdo que aún no me he secado el pelo. 

miércoles, 21 de marzo de 2012

día internacional de la poesía


Inventamos días internacionales para todo. Se acaba convirtiendo casi en un circo y en una escusa para celebrar lo primero que se nos ocurra. Dentro de este panorama tengo que reconocer que hay una fecha especial que yo celebro con ilusión todos los años: el día del libro. Además, hoy he descubierto, casi por casualidad, que es el día internacional de la poesía y creo que si lo hubiese sabido con tiempo me habría enamorado de esta fecha y habría preparado una cena poética o cualquier merienda o cualquier escusa. 

Descubrí la poesía de pequeña, de labios de mi madre cada vez que me ofuscaba y me decía aquello de "la princesa está triste". En el instituto y en la universidad me estuve acercando a ella con una mezcla de respeto, curiosidad y hastío, como si no terminase de estar sincronizada con los versos. Aún así, robaba estrofas, expresiones concretas, las subrayaba en los libros, las apuntaba en mi agenda... Incluso empecé a escribir algunos poemas por mi cuenta, nada que se pueda recuperar, pero que permanece en mi memoria. Mientras escribo estas frases pienso en aquel primer verso que pensé, me sitúo en el espacio donde me encontraba, siento el aire en la cara, las nubes sobre mi cabeza, el silencio en mi pecho... y aquel primer verso dramático y contundente que desencadenó mi curiosidad. 

Mi primer poemario se llamaba Memento mori (recuerda que tienes que morir) y lo escribí por un frustrado amor de verano que quería eliminar de mi cabeza. Entre aquellos versos y los de hoy no sólo han pasado los años. Es curioso. También han pasado muchos poetas. Hace unos tres años, más o menos, viajé a Madrid a tomar una botella de vino con Marta y, ante la angustia de no poder leer novela, me decidí por acercarme a la poesía. ¡Menudo encuentro! Recuerdo llevar el bolso cargado de libros de poemas y recuerdo sentir por fin la sincronía con los textos. 

Un antes y un después de todo, supongo. 

Esta mañana, después de salir de la ducha, con un café y los ojos pegados, revisaba la última prueba de amar es aquí, mi primer libro de poemas -que saldrá a la venta el mes que viene con Ediciones Torremozas. Es curioso el crecimiento, es curioso cómo el tiempo va poniendo cada cosa en su sitio. Es curioso que hoy sea el día internacional de la poesía. 

(Aquel día él nos preguntó "¿creéis que la literatura puede salvar una vida?" y nosotros comenzamos a pelearnos a voz en grito dentro del aula. Yo lo creía entonces. Ahora más bien lo sé). 

jueves, 1 de marzo de 2012

limpieza de primavera y recuerdos


Mi viejo armario, en casa de mis padres, ha ido convirtiéndose, con el paso del tiempo, en el vientre de la ballena. Casi cualquier cosa imaginable y apilable si iba ocultando allí, puesto que tiene un tamaño como para acoger una merienda. Mi madre lleva años intentando convencerme de que le de una vueltecita, pero yo no conseguía encontrar la energía para enfrentarme a lo que podían ser montañas y montañas de recuerdos.

Para que conste, sólo he ordenado la parte inferior, de la parte de arriba tendré que ocuparme en otro momento, y he convertido seis cajas, cuatro archivadores de cartón y cinco bolsas en sólo tres cajas. Así dicho no suena a mucho, pero aseguro que cualquier pirata rico tenía menos tesoros que yo.

Entre viejos disfraces, manualidades frustradas, cajas de cartas, apuntes de dibujo y bolsos, quiero detenerme en algunos descubrimientos. Por ejemplo, la mantilla negra de mi abuela y el velo de la comunión de mi madre, que me han sorprendido casi al principio de mi búsqueda. Al parecer, mi abuela me dejó a mí especialmente en herencia esa mantilla de encaje que huele a caja de cartón vieja que según ella no se debía doblar, sino arrugar para que no se partiese. Es una pieza elegante, cargada de historia, evocadora. Pienso en mi abuela el día que la compró, ¿qué edad tendría? ¿Se parecería ya a la mujer arrugada que recuerdo?

Después tropiezo con una caja cargada de correspondencia, antiguas cartas de antes de la existencia de internet. No me atrevo a abrirla, sólo la miro por encima y decido que me la llevaré a casa para descubrir sus secretos. Para asomarme a quién era a través de los demás.

Sorprendida, topo con otra caja cargada de recuerdos: flores secas, la vela de mi bautizo, las cartas de amor que guardé en una caja porque no quería volver a verlas y más tarde saqué porque me comía la curiosidad, entradas de conciertos, dibujos de cuando estaba en el colegio y la lámpara de plástico que utilizaba para convertirme en guerrero Júpiter. Entre todo ese jaleo, mis dedos dan con un trozo de libreta doblado y doblado en cuya parte superior leo "ábrelo". Obedezco intentando recordar de qué se trata y voy encontrando letras a lápiza conforme giro y giro el papel: "para la que no me quiere" reza la nota. Al final encuentro una fotografía de un niño de mi colegio que, hasta sexto, me dejó notas como esa en todos los estuches y carpetas. Lo odiaba y hoy al ver su fotografía, me resultó tan tierno, tan niño, que me sentí un poco avergonzada.

Libretas de la compañía de teatro con apuntes sobre las obras, recortes de periódico, mis primeros intentos como escritora, la tarjeta que me regalaron mis tíos cuando cumplí cinco años o el pañuelo que mi padre trajo de Rusia. Todos esos detalles se van perdiendo entre mis dedos, en su juicio final, entre nuevas cajas o bolsas de la basura.

¿Cómo acumulamos tantos trastos y recuerdos? ¿Y qué huella nos dejan todos esos elementos que saben a historia? De pronto me he sentido un universo en construcción, con cimientos, tratados de paz y nuevos territorios.