jueves, 1 de marzo de 2012

limpieza de primavera y recuerdos


Mi viejo armario, en casa de mis padres, ha ido convirtiéndose, con el paso del tiempo, en el vientre de la ballena. Casi cualquier cosa imaginable y apilable si iba ocultando allí, puesto que tiene un tamaño como para acoger una merienda. Mi madre lleva años intentando convencerme de que le de una vueltecita, pero yo no conseguía encontrar la energía para enfrentarme a lo que podían ser montañas y montañas de recuerdos.

Para que conste, sólo he ordenado la parte inferior, de la parte de arriba tendré que ocuparme en otro momento, y he convertido seis cajas, cuatro archivadores de cartón y cinco bolsas en sólo tres cajas. Así dicho no suena a mucho, pero aseguro que cualquier pirata rico tenía menos tesoros que yo.

Entre viejos disfraces, manualidades frustradas, cajas de cartas, apuntes de dibujo y bolsos, quiero detenerme en algunos descubrimientos. Por ejemplo, la mantilla negra de mi abuela y el velo de la comunión de mi madre, que me han sorprendido casi al principio de mi búsqueda. Al parecer, mi abuela me dejó a mí especialmente en herencia esa mantilla de encaje que huele a caja de cartón vieja que según ella no se debía doblar, sino arrugar para que no se partiese. Es una pieza elegante, cargada de historia, evocadora. Pienso en mi abuela el día que la compró, ¿qué edad tendría? ¿Se parecería ya a la mujer arrugada que recuerdo?

Después tropiezo con una caja cargada de correspondencia, antiguas cartas de antes de la existencia de internet. No me atrevo a abrirla, sólo la miro por encima y decido que me la llevaré a casa para descubrir sus secretos. Para asomarme a quién era a través de los demás.

Sorprendida, topo con otra caja cargada de recuerdos: flores secas, la vela de mi bautizo, las cartas de amor que guardé en una caja porque no quería volver a verlas y más tarde saqué porque me comía la curiosidad, entradas de conciertos, dibujos de cuando estaba en el colegio y la lámpara de plástico que utilizaba para convertirme en guerrero Júpiter. Entre todo ese jaleo, mis dedos dan con un trozo de libreta doblado y doblado en cuya parte superior leo "ábrelo". Obedezco intentando recordar de qué se trata y voy encontrando letras a lápiza conforme giro y giro el papel: "para la que no me quiere" reza la nota. Al final encuentro una fotografía de un niño de mi colegio que, hasta sexto, me dejó notas como esa en todos los estuches y carpetas. Lo odiaba y hoy al ver su fotografía, me resultó tan tierno, tan niño, que me sentí un poco avergonzada.

Libretas de la compañía de teatro con apuntes sobre las obras, recortes de periódico, mis primeros intentos como escritora, la tarjeta que me regalaron mis tíos cuando cumplí cinco años o el pañuelo que mi padre trajo de Rusia. Todos esos detalles se van perdiendo entre mis dedos, en su juicio final, entre nuevas cajas o bolsas de la basura.

¿Cómo acumulamos tantos trastos y recuerdos? ¿Y qué huella nos dejan todos esos elementos que saben a historia? De pronto me he sentido un universo en construcción, con cimientos, tratados de paz y nuevos territorios.

5 comentarios:

DANI dijo...

Ja ja ja yo también lo guardo todo y ahora encima también guardo cosas de Gabriela que pienso que algún día le pueden hacer gracia ja ja ja. Necesito un trasteroooo.

Besazos enormes

Locura dijo...

Bueno cómo me he identificado otra vez contigo. En 15 dias me caso y como imaginarás, la mudanza al nuevo piso también me hace tener que decidir qué cosas tienen derecho a seguir conmigo y cuales terminan su recorrido destinados a ir directamente a la basura...
Pero al final, a veces, una se siente más ligera cuando hace estas tareas que en un principio pueden resultar tediosas....

Laura Drop R. dijo...

A mí me encanta guardar toda clase de cosas como recuerdo, para luego al tiempo pararme a mirar cada una de ellas. Supongo que ya mismo me tocará hacer limpieza :)

alguien dijo...

Al final, resulta que la vida era un pequeño diógenes ;)

inma ortiz dijo...

y lo que se nos queda en el alma que no nos cabe en ningún otro sitio.