sábado, 11 de febrero de 2023

Leonor Tormentilla


Leo duerme en mis brazos mientras el viento azota fuera, como el lobo del cuento. Pero nuestra casa es de ladrillo. 

Después de siete semanas, todavía la miro con un profundo extrañamiento. "Es mi hija", me digo, anonadada, sintiendo cómo me arrasan el miedo y la ternura. 

Aunque lo imaginaba, jamás llegué a vislumbrar el grado de vulnerabilidad que se alcanza en la cuarentena, en la maternidad. De pronto me siento la leona en la cueva, protegiendo a su cachorro de cualquier peligro imaginario. Primero fue mi tensión, después sus mocos, sus gases, las bocanadas, que se pusiera amarilla, mi tensión de nuevo, su sueño, el nuestro, el frío, la lluvia... El mundo, que se viste de amenazas ahí fuera. Aquí dentro. 

Pero, poco a poco, pasan los días, se atempera el llanto y sus manos minúsculas se aferran a mí. Leo sonríe desde la teta, sonríe cuando la cambias, lo hace al despertar, el quedarse dormida... Nuestra hija nos mira y nos dice "Estoy bien, somos un gran equipo".

Tampoco pensé que el amor pudiese dar tanto miedo. Siempre digo que cuando conocí a Nacho, comencé a temer a la muerte porque no quería renunciar a tanta felicidas. Ahora mi amor por él se ha multiplicado hasta límites que no sospechaba, que ni siquiera sabía que existían. Y, en ese amor, reside Leo. Leonor es el signo que lo ordena y transciende todo. Besos sus manos, su frente, sus carrillos... La beso entera aunque aún no entienda. Y le digo "Te quiero, hija de Dios". Muchas veces. Para que se le grabe en los cimientos. Cada beso es una semilla. 

domingo, 27 de noviembre de 2022

El nido


"¡Qué día tan aprovechado!", dice Nacho mientras suspira al sentarse. La luz escapa ya de la casa, cálida y naranja, trazando una línea en el suelo del salón, alcanzando por poco una de las bolas rojas del árbol de Navidad.

Como pajarillos que preparan su nido, no queríamos olvidarnos de nada. Así que hoy hemos instalado la silla del coche, entre risas y esfuerzos titánicos; hemos cambiado las fundas de los sofás y puesto lavadoras; hemos sacado las cajas con los adornos de Navidad y llenado la casa de toques rojos.

Nuestro Belén este año cuenta con un ángel venido del Tirol y una nueva estrella. Nuestro árbol con una bola comprada especialmente para Leo. Hemos apuntado en nuestro diario de adornos las nuevas adquisiciones junto con aquellas bolas que compramos en nuestra luna de miel o en Madrid o en Jaén o en el puesto de aquel mercadillo que casi hemos olvidado. 

Ahora los pajarillos gordos me miran desde el mueble, puestos en fila como un coro de fieltro, y siento a Leo danzar y moverse dentro de mí como si supiese que por fin he parado, que por fin puede repartir sus volteretas. 

El trabajo está hecho. El nido está dispuesto, sólo quedan las recetas que vendrán y la espera pacífica y dulce de un Adviento más Adviento que nunca. 

Estoy cansada, con ese cansancio del cuerpo que no llega al alma, con ese cansacio que sacia porque es bueno, porque significa "He vivido". Y miro la luz, y miro la casa, y miro a Nacho sentado en el despacho, y sonrío. 

Hay una felicidad muy tonta en todo esto, una paz mejor que la alegría. Es la tarde del domingo.

martes, 11 de octubre de 2022

escribir algo

Quiero contaros algo y no sé el qué. Que ha llovido cinco minutos esta tarde, quizá, o que en el mar había una barca blanca antes de que saliese la luna. A veces necesito hablar de todo lo insignificante, siento que una nada blanca tira de las palabras, que se desbordan porque no hay más que hacer, porque queda todo por decir. Quise comprar flores, pero no quise abandonar el capítulo en el que estaba inmersa. Así que recogí la ropa de la cuerda y consulté libros llenos de ilustraciones y nombres de plantas. Casi no entraba la luz en la casa, pero la vela estaba encendida sobre la mesa. Y el mundo seguía girando más allá de mí -lo que es extraño, porque yo tenía otro mundo dentro, uno que no existe, del que soy dios cuando creo-. Ahora mi divinidad se multiplica en Leo y entiendo los apuntes sobre transcendencia sin tener en la mirada la luz del poeta. Nacho posa sus manos en mi vientre como si fuese una bola mágica de adivinación. Pero mis visiones son limitadas, ahora solo puedo pensar en ciruelas.

miércoles, 5 de octubre de 2022

La niebla


La niebla enfría con su humedad las habitaciones. Estoy cansada, parada en esa quietud extraña que ni contempla ni genera. La casa está limpia, la sombra se come las flores sobre la mesa, de la calle llegan . que se mezclan con la música folk. Mi amiga me escribe y Nacho teclea en el despacho. Mi cabeza salta de las últimas polémicas literarias a las educativas. Y después se aburre y recuerda un viejo poema: "Leemos los mismos libros...". La luz naranja incide sobre el reloj, pronto prepararemos la cena y hay uvas y lomo a la sal y tostadas como en un libro de Los cinco. Es martes. Hubo un tiempo en que odiaba estos días solo por su nombre, como también odié marzo. Ya no, ahora soy distinta, prefiero no odiar si puedo evitarlo. La ternura me tranquiliza, abrazo su vulnerabilidad.

domingo, 2 de octubre de 2022

Colocar justificativos


Con el pelo mojado y la brisa corriendo por la casa pienso en todos los libros que hemos guardado, movido y recolocado hoy. Me produce una tremenda sensación de extrañamiento pensar que los he escrito yo. Los siento lejanos, una otredad, como si formasen parte de otra vida. Y en realidad, lo hacen. Son miguitas en mi camino, fragmentos, fotografías de la mujer que fui, de la narradora que fui. A algunos me da vértigo asomarme, a muchos me da vergüenza, como si fuesen viejos diarios -¿me gustaría la mujer que encontraría allí?-. Porque a la vez son espejos. Espejos que se guardan también en otras casa, en estanterías de otras casas que tienen un fragmento de mí, una visión de mí quizá lejana a esta que soy, incluso a la que era. Hay un diario de mi vida en novelas y poemas, aunque no hablen de mí. Y miro las cubiertas con genuina sorpresa: son, soy, era. ¿Quién seré en unos años? ¿En qué rincón cogerá polvo este papel, qué hogueras alimentará en qué guerra? 

La lavadora gira y gira. Suenan las campanas de la iglesia. El tiempo es más que un reloj o un calendario. Vivimos, qué extraño.

martes, 14 de septiembre de 2021

carta a bea (19 julio)

Bea, anochece. Me gustaría estar aquí sentada contigo escuchando al mar romper en las rocas que no veo bajo la casa. Nos quedaríamos las dos calladas, viendo las luces naranjas encenderse poco a poco en la bahía. Está nublado y aún hay claridad.

Los pájaros se despiden con sus cantos y la humedad blanca trepa. El océano se ha convertido en un espejo pardo. Huelo este frío que dicen que es verano. Te escribiría todo esto en un carta, pero los tíos de Nacho nos van a llamar a cenar de inmediato y no me resisto a compartir contigo la magia de este instante silencioso. De este instante en que mi mente está callada y solo piensa en ti y en las olas.

hablo de más (23 julio)

A veces hablo más de lo que debería, me desnudo en las manos de quien me las tiende y abro mi corazón como un parque público. Y ahí está luego la gente , acariciando mis palomas, bebiendo de mi fuente, haciendo pintadas en los muros de mi alma. Arrancando las flores. 

Entonces me muero de miedo. ¿Qué más harán? ¿Talarán los árboles? ¿Construirán un centro comercial en medio de mi lago? 
Una amiga me dice que tengo que respetarme más y eso creo que significa poner un guardia a las puertas de mi alma que pida currículums a los que timbran.

Yo aún no sé pedir currículums, ni poner guardias... A veces expulso a alguien y pongo carteles de SE BUSCA en mi corazón, pero ocurre poco. 

Qué extraña me parezco a veces, todavía, qué fuerte y qué vulnerable a la vez.