domingo, 27 de noviembre de 2022

El nido


"¡Qué día tan aprovechado!", dice Nacho mientras suspira al sentarse. La luz escapa ya de la casa, cálida y naranja, trazando una línea en el suelo del salón, alcanzando por poco una de las bolas rojas del árbol de Navidad.

Como pajarillos que preparan su nido, no queríamos olvidarnos de nada. Así que hoy hemos instalado la silla del coche, entre risas y esfuerzos titánicos; hemos cambiado las fundas de los sofás y puesto lavadoras; hemos sacado las cajas con los adornos de Navidad y llenado la casa de toques rojos.

Nuestro Belén este año cuenta con un ángel venido del Tirol y una nueva estrella. Nuestro árbol con una bola comprada especialmente para Leo. Hemos apuntado en nuestro diario de adornos las nuevas adquisiciones junto con aquellas bolas que compramos en nuestra luna de miel o en Madrid o en Jaén o en el puesto de aquel mercadillo que casi hemos olvidado. 

Ahora los pajarillos gordos me miran desde el mueble, puestos en fila como un coro de fieltro, y siento a Leo danzar y moverse dentro de mí como si supiese que por fin he parado, que por fin puede repartir sus volteretas. 

El trabajo está hecho. El nido está dispuesto, sólo quedan las recetas que vendrán y la espera pacífica y dulce de un Adviento más Adviento que nunca. 

Estoy cansada, con ese cansancio del cuerpo que no llega al alma, con ese cansacio que sacia porque es bueno, porque significa "He vivido". Y miro la luz, y miro la casa, y miro a Nacho sentado en el despacho, y sonrío. 

Hay una felicidad muy tonta en todo esto, una paz mejor que la alegría. Es la tarde del domingo.

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