lunes, 17 de noviembre de 2014

Calendario de Adviento 2014



La semana pasada me llegaron los primeros mails pidiendo el calendario de adviento para 2014. La verdad es que la pereza puede más que yo muchas veces y sólo la culpabilidad me hace arrancar para enfrentarme a la tarea de elaborar los calendarios. ¡Gracias a Dios que pone gente en mi vida que insiste y me compromete! 

Al final siempre me alegro de haber encontrado el momento y de orar tranquila para pensar los propósitos. Este año fue más fácil que los últimos y será que tuve buena ayuda. 

Nacho y yo no hemos podido ser muy brillantes con el diseño de este año. El tiempo no está de nuestra parte y hemos tenido que refundir el dibujo de 2012, creo. A mí me encantaba lo de que las velas de adviento estuviesen representadas por las chimeneas de las casas, así que insistí e insistí hasta que me salí con la mía. 

Ojalá os ayuden a vivir este tiempo de Adviento y que sean como un pequeño ancla que nos permita tomar aire y no dejarnos arrastrar por el ruido, el consumismo y la prisa. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

el extraño poeta




Estaba en primero de bachillerato cuando Don Lucas nos llevó al instituto nuevo a participar de un encuentro literario. Al parecer venía un poeta. Nosotros conocíamos ya muchos escritores de narrativa juvenil, solían venir una vez al trimestre al instituto. Pero no conocíamos ningún poeta vivo porque, según los manuales, todos -desde Garcilaso hasta Lorca- estaban muertos. Además, era extraño: un poeta. ¿Qué criatura rara sería aquella?

Paseamos las calles emocionados y nuestra sorpresa aumentó cuando, al llegar al centro, nos hicieron entrar a una clase que habían convertido en tienda de libros. Y allí, nada más y nada menos, que infinidad de libros del poeta señalado al que íbamos a conocer. El único contacto que yo había tenido hasta entonces con un poemario había sido a través de una breve antología de Pedro Salinas de un periódico que le había robado a mi abuelo del campo. ¡Muchos poemarios sobre las mesas! Y casi todos negros, qué sorprendente. Negros con un pequeño dibujo en la portada y las letras del título en blanco.

Mi madre, seguramente porque conocía mi curiosidad, me había dado aquel día cinco euros que, sumados a los dos que yo llevaba de mi cuenta, y a otro que pedí prestado a una compañera, compusieron mi enorme presupuesto para comprar uno de los libros del famoso y desconocido poeta. ¿Cómo era posible que libros con las páginas prácticamente en blanco costasen tantísimo dinero? ¡Veinte euros algunos! No daba crédito. ¿Quién será este hombre?, me preguntaba con incredulidad.

Compré Habitaciones separadas y atendí a la llamada de Don Lucas, que nos reunía ya como a ovejas para ir al lugar del encuentro con el escritor.

Parecía que tenían la intención de volvernos locos porque no nos dirigimos a una clase, ni siquiera acudimos al flamante salón de actos que debía tener ese instituto tan nuevo. No. ¡Fuimos nada más y nada menos que al gimnasio! Allí habían puesto un escenario como los de la feria y había una colección ingente de sillas de plástico blancas ya ocupadas. ¡Qué cantidad de gente! ¿Y todo aquello por un poeta?

No sé si esperaba que surgiese una especie de gurú con túnica o un místico levitante, quizá un señor con traje de chaqueta y barba larga... ¡O incluso un sombrero! Lo cierto es que me decepcionó un poco aquel hombre sencillo, con vaqueros y camisa blanca, que subía al escenario acompañado de las autoridades. No sabía bien si el poeta era el poeta o era algún otro de los más revestidos.

Lo presentaron como Luis García Montero y dijeron infinidad de cosas importantes sobre él que no nos importaron lo más mínimo. Entonces le cedieron la palabra. Recuerdo perfectamente estar sentada en mitad del gimnasio, intentando enfocar su cara y sus gestos. Nos habló de la poesía de una manera muy extraña porque se alejaba mucho de lo que habíamos escuchado en clase. Él nos explicó que un poema podía ser un puzzle y nos enseñó cómo se podía mezclar la voz de una azafata de vuelo con la de unos amantes. ¡Deshizo ante nosotros los trucos, las metáforas, las trampas de la escenografía poética!

Yo miraba el libro que había comprado y lo miraba a él. Como si no pudiese identificarlos.

Al terminar la conferencia, Don Lucas se las agenció para hacerme subir al escenario y contarle al poeta que yo iba a ser escritora. Por aquél entonces mi profesor de literatura lo tenía mucho más claro que yo. No me atreví a darle el libro para que me lo firmara, me sentía muy avergonzada.

Hoy me ha llegado a casa una antología de La isla de Siltolá. Antonio Moreno Ayora ha invertido tiempo, esfuerzo y ternura en contactar con cincuenta poetas andaluces que él consideraba botón de muestra del panorama actual de Andalucía. El libro es precioso en su edición y a modo de casa alberga en él a ese poeta desconocido de mi adolescencia y a muchos otros que aprendía a admirar conforme crecía. Por supuesto, la sorpresa no es esa, la sorpresa es que mi nombre aparece también en el índice junto con cuatro poemas.

¿Quién me lo iba a decir a mí aquel día en aquel gimnasio cuando escondí su libro en la espalda y me puse roja hasta las orejas? ¿Quién?

viernes, 22 de agosto de 2014

normas de cortesía



La entrega absoluta y la búsqueda de la verdad eterna tienen un atractivo incuestionable para los jóvenes y los altruistas, pero cuando una persona pierde la capacidad de deleitarse en lo mundano -un cigarrillo en el porche, las sales de jengibre en el baño- probablemente corre un peligro innecesario. Lo que intentaba decirme mi padre, cuando llegaba al final de su propia trayectoria, era que ese riesgo no debía tomarse a la ligera: hay que estar preparado para luchar por los placeres sencillos y defenderlos frente a la elegancia, la erudición y toda suerte de seducciones glamurosas.

Hace algunos meses me llamó la atención la portada de El mayor Pettigrew se enamora, quizá por el color morado, quizá por la fotografía, y después de verla en varias librerías me animé a comprarlo para leerlo, porque sentía ya que era una señal encontrármelo en tantos sitios. Resultó que la narración era fluida y entretenida, capaz de observar los detalles más cotidianos para hacerlos protagonistas de la escena. Me encantó. Quizá por eso compré después Educación Siberiana que, salvo un capítulo horrible que jamás volvería a leer en todos los días de mi vida, me pareció una genialidad. 

De pronto estas ediciones en bolsillo de la Editorial Salamandra comenzaron a sorprenderme. Mi experiencia anterior era que, al hacerme con uno de sus títulos, me enfrentaba a una sórdida historia que me dejaba vacía por dentro, a pesar de desarrollarse más o menos bien. Por eso estos últimos libros me han sorprendido y, entre ellos, Normas de cortesía, de amor Towles, que me bebí ayer prácticamente de sentada. 

Al principio temía, por el texto de la contraportada, que fuese una vuelta a los tópicos de Salamandra de venderte una historia genial que al final termina con sexo entre hermanos, autimos feroces, desapariciones y vidas desgraciadas; pero aún así la fotografía de la portada me animó a comprarlo (al mismo tiempo que adquiría La isla del tesoro). 

Amor Towles desnuda ante los ojos del lector las calles heladas de un invierno en New York en los años 30, para después llevarlo de la mano a través del resto de estaciones. Restaurantes de éxito, oscuros locales de mala muerte donde puede escucharse jazz hasta la madrugada, tiendas de lujo, apartamentos minúsculos, fiestas de sociedad, vestidos de lunares, secretarias de gabinetes uniformadas, martinis de sobremesa y personajes llenos de matices hacen de esta historia de un año en la vida de Kate Kontent una sencilla maravilla. A veces, incluso parece que puedas escuchar la música del saxofón mientras lees, que puedas observar el humo de los cigarrillos perdiéndose en la noche. 

Será quizá que al mismo tiempo leo unos ensayos de Pedro Salinas sobre el placer de escribir cartas en los que avisa de los peligros del mundo moderno, pero esta época descrita en Normas de cortesía en la que todavía se está a un paso de la completa perdición de las maneras, me ha parecido excepcional. 

Y sí, quizá retome este rincón -¿cuántas veces habré hecho esta promesa?- para contar un poco sobre lo que voy leyendo. ¡O sobre lo que se puede contar que estoy leyendo! 

Verano, qué maravilla de tardes para la lectura contemplativa. 
 

sábado, 31 de mayo de 2014

la orden del sábado


Acabamos de tender la última lavadora y el aire corre por la casa limpiándolo todo, haciendo ondear las cortinas transparentes para alcanzar los bordes de la cama, el humor del sofá. Se escuchan  los pájaros del zoo y Nacho trajina en la cocina, quizá cortando el gran pan que hemos comprado para congelarlo. 

Siento la satisfacción de los sábados, la satisfacción de estar cumpliendo con el cometido de la especie de acudir al supermercado, de renovar el frigorífico, de llenar el cajón de fruta y verdura. Es como si hubiésemos seguido al pie de la letra algún guión, cuando sólo las mujeres mayores y algunos hombres paseaban por la calle portando sus carros y sus bolsas. 

Elegir, repasar mentalmente la lista de lo necesario, seleccionar la fruta en el puesto de la esquina acariciando las cerezas y los tomates, sonriendo a los nísperos y los melocotones. Me encanta ese olor de las fruterías ácido y caliente. Imaginar cómo será esa fruta cuando esté helada en mi cajón, cuando el sabor venga a sustituir la sensación de ahora. 

Quizá es absurdo, pero me siento parte de la comunidad hablando con el frutero, recibiendo con júbilo la fruta que nos regala porque se va a echar a perder y seguro que hacemos muy buenos batidos. Me siento feliz, cargando con las bolsas repletas de tesoros, regresando a casa con Nacho, charlando de lo maravilloso que es sentirse parte del barrio, observar cómo se despiertan todos y acuden a las cafeterías donde conocen sus nombres o se paran en las aceras para comentar la salud de un familiar. 

Es hermoso el ser humano en lo sencillo. Cuando abandona todas esas aspiraciones rítmicas que marca el televisor -ten, se, demuestra, alcanza, persigue, vence-, y se concentra en el momento justo que vive, recordando que es un animal más, que debe nacer, alimentarse, multiplicarse y morir. Cuando nos desnudamos y somos sólo una pareja que hace la compra, que recuerda en algún rincón de su genética cómo olían los huertos en Roma, cómo incide el sol sobre la Tierra. Me gusta. 

Me gusta el aire corriendo por las habitaciones y los sonidos quedos de las casas. 


martes, 4 de marzo de 2014

el camino de cuaresma 2014



Otro año más nos acercamos a la cuaresma y otro año más me animé a hacer el calendario de propósitos para cada día, inspirándome en las lecturas del evangelio. El año pasado estaba tan liada que fue imposible encontrar un huequito para responder a este reto, pero esta vez no quería dejarlo pasar.

Nacho me ayudó con algunas ideas, aunque ahora era él el que estaba hasta arriba trabajando en su álbum ilustrado (podéis cotillear la vida creativa de Nacho pinchando AQUÍ), así que le pedí auxilio a mi amigo Isra.

Isra siempre está pendiente de que los calendarios estén a tiempo y se preocupa muchísimo por su difusión. Además es muy apañado y ha hecho este montaje tan chuli de piedrecitas del desierto para cada día. Y no se ha quedado en eso, se le ha ocurrido crear un grupo de google para que la gente se suscriba y reciba en su correo los calendarios cada vez que yo los tenga listos. Si os interesa su propuesta, pinchad AQUÍ.

Me da risa pensar que estoy llenando el texto de aquís gigantes, pero es que estar rodeada de personas tan creativas y tan dadas a los demás me hace querer compartirlos con todo el mundo, igual que los calendarios.

¡Que esta cuaresma sea un camino para el encuentro con el otro! ¡Os reto!

miércoles, 22 de enero de 2014


Cuando conduzco pienso en este sitio y, a veces, cuando la luz entra tímida por la ventana y necesito escribir como escribía aquí, escribo a Marta largos correos hablándole de las vistas de la ciudad desde la montaña. Hay algo de mí que se ha vuelto recatado y no necesita tanto gritar al mundo lo que piensa o siente. Quizá porque Nacho se levanta conmigo y tomamos un café hablando de lo que hemos soñado. Tengo el mejor lector en casa y con él no tengo que esforzarme en encontrar las palabras o en corregir las repeticiones. 

Pero hoy la luz entra tímida en la casa. Nacho se recorta contra la ventana mirando la obra del zoológico que está cercana a su fin y el runrún de nuestros ordenadores se hace con el despacho, porque hoy entro tarde a clase. 

Los miércoles son este año como mi oasis de la semana. Puedo levantarme una hora más tarde y sentir que he parado del ritmo frenético del resto de los días. Suelo aprovechar para trabajar en las unidades que estoy desarrollando para SM o para corregir la novela con la que ando ahora, pero hoy estoy más perezosa que nunca, así que he encontrado el camino para venir aquí y escaparme de mis obligaciones durante unos segundos. 

Me doy cuenta de que me resisto como una adolescente a las tareas que considero obligatorias, como si quisiese montar una rabieta y gritarle al mundo "¡soy libre! ¡puedo vivir en el caos! ¡no me intimidan vuestras normas!". Sé que es ridículo porque tengo la intención de hacer felices a todos muy arraigada dentro de mí, así que me enfrento a la lucha continua entre el debo y el no quiero. Supongo que al final hasta resulta divertido. 

Y a estas horas y a gana el debo... así que voy a ponerme a trabajar. (¡No quiero!)