viernes, 31 de diciembre de 2010

es que yo celebré el cambio de año en septiembre


Y es que a mí, que retransmito desde la mesa verde de la cocina de mi madre, con mi hermano haciendo manualidades para un regalo delante mía, los abuelos en el sofá, mi padre comprando regalos en la capital y el café a punto de acabarse entre mis manos, pues no me apetece que acabe nada de lo que he empezado. Sobretodo no quiero que acabe diciembre, quiero que sea diciembre hasta que me aburra de esta estúpida felicidad. 

¡Feliz año a los que lo deseéis cambiar!

jueves, 30 de diciembre de 2010

borrachera de cansancio


Tres días dan para demasiado. Dan para aparcar el coche en segunda fila con las luces encendidas y esperar(te), para buscar regalos en centros comerciales sobretransitados y descubrir la iluminación más perfecta de la ciudad -también la más horrible en la puerta de la librería donde alguien me conocía y yo buscaba palabras que nunca estaban-, para pasear puestos buscando el peor regalo y hacer fotografías como extranjeros en viajes de aniversario, para que digas tonterías, para decirlas yo o para ir de la mano. Dan para brindis rápidos y farolas adornadas con pascueros, para deshacer y hacer maletas, encontrar lo complicado, mantener conversaciones de madrugada y escuchar las confesiones más tristes y encantadoras. En tres días se puede medir la espera con semáforos, también coleccionar besos en un lunar concreto, planear una mudanza y escuchar cómo Antonio me habla de los pecados que estoy pagando. Si uno se ve muy capaz, puede incluso amenazar el día de diluvio con listas de muebles y carros cargados hasta arriba, compensándolos con risas de Juan pequeño que siempre se deja hacer por su madrina. En tres días Leticia puede hablar sin ton ni son desde el cansancio y Juan hacer malabarismos con las cajas. Puedo parecer pequeña y grande y fuerte y agotada. Incluso beber cocacola, dormir como un lirón y encogerme por un rayo. Puedo encender las luces de mi árbol de navidad, hablar con Marta y terminar la moleskine que empecé en Cádiz cuando en tres días quería curarme de todo, incluso de ti. 

Y ahora estoy borracha de cansancio, acurrucada en el sofá, con el cuerpo todavía acomodado a Juan pequeño y unas ganas locas de ponerme ropa cómoda, pero sin tener aliento para escapar de este rinconcito calentito de mi guarida de luz. Escribiendo para no tener que moverme, escuchando a boza y al reloj, como casi siempre. 

martes, 28 de diciembre de 2010

teoría del caos


...en el caso de los sistemas caóticos, una mínima diferencia en esas condiciones hace que el sistema evolucione de manera totalmente distinta...

No podemos evitar trazar la órbita de las cosas que compiten por ocupar un puesto en nuestra constelación. Siempre me acordaré de Carlos dibujando su constelación mientras yo hacía la lista de cosas que haría si me quedaba soltera. Después Jose Luis nos hizo solucionar problemas reales a través de constelaciones. Pero acabas olvidando que cada planeta tiene sus propias leyes y que, para trazar una teoría física universal, necesitas conocer cada uno de los pormenores del universo. 

Al parecer hay tres tipos de sistemas: los estables, los inestables y los caóticos. Un sistema estable tiende a lo largo del tiempo a un punto determinado. Un sistema inestable depende absolutamente de sus factores iniciales. El caos -yo- es la lucha entre dos fuerzas y cualquier cambio, por minúsculo que sea, puede alterar por completo el dibujo esperado que auguraba el inicio del caos. 

La cosa es que, comiendo, mi padre hizo referencia a esta teoría. Y yo, que soy abstracta, descubrí que había olvidado estudiar las características de mi universo, que sintiéndome un sistema inestable me había conformado con los factores iniciales pero que, hoy, recibiendo una minúscula alteración en mis condiciones, debo reescribir toda la historia. 

¿Sabes cuando en 1984 él se ocupaba de reescribir los periódicos del pasado? Bla, bla, bla... 

La verdad es que mi caos tiene la misma facilidad para el desastre que para la felicidad. Y cargo las maletas y todo lo que puede pasar. 

lunes, 27 de diciembre de 2010

srtas. moustache


Porque contigo reírse pasa tan de verdad que luego no se sabe parar...

viernes, 24 de diciembre de 2010

feliz navidad



Que todos sepamos brillar hoy como brillan las luces de nuestros árboles, de las calles, de las chimeneas, de los hornos, del frigorífico, de las velas, del reloj-despertador, del móvil, de los ojos de la abuela, de la luz del pasillo, del coche, de la farola, del piloto de la pantalla del ordenador, de las estrellas y los anuncios, de las iglesias y los portales de las casas. ¡Feliz Navidad! Miel, besos y destellos para todos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

vuelve a casa, vuelve...


La carretera promete nieves cuando, cargada de maletas, salgo del sol hacia el invierno. Es curioso que en casa se ha despertado un día despejado, de esos que te permiten andar en manga de camisa. Conforme iba avanzando en mi camino, el cielo se iba encapotando. Recordé el día que estuve a punto de quedarme aislada en la autovía por la nieve y deseé, sin darme cuenta, tener la oportunidad de ver los primeros copos de esta navidad. 

Once grados de temperatura diferenciaban mi casa de la de mi familia. Javi me ayuda con las maletas y mamá tiene la mesa puesta con cosas riquísimas y ese olor en la cocina que sólo consiguen ellas. Cuando papá llega del trabajo lo sorprendo porque dije que llegaría a la hora de cenar. Así que, un poquito antes, ya estamos juntos los cuatro poniendo en común todo lo último que nos ha pasado. 

Hoy es el aniversario de mis padres, así que lo celebramos juntos con anécdotas. Siempre he dicho que tengo en casa el mejor ejemplo de amor y que eso genera unas expectativas altas. Reímos, hablamos de alumnos, de ofertas de trabajo, de nuevas recetas, de la familia. Sé que mi madre se siente en paz teniéndonos allí y sé que, cuando a mí me toque pasar por sus días de hoy, me sentiré igual de feliz y de tonta viendo a mis hijos crecer y marcharse. Intento no pensarlo para no sentirme mal. Cuando tienes una familia así, crecer se convierte en una traición no definida. Querrías, en algún lugar de ti, seguir teniendo diez años para siempre.

El árbol de navidad, el portal de Belén, la decoración navideña, mi dormitorio con los muebles y la cama nueva, la enorme flor de pascua y mi incipiente resfriado. El salón de sofás rojos, la televisión encendida, la cocina de la mesa verde, los regalos envueltos para llevar mañana a casa de los abuelos. El teléfono de malaquita y las velas de adviento, los vinilos, los portátiles, las fotos de los niños y las gominolas en el tarro de cristal. Crecer sabe a sal. 

lunes, 20 de diciembre de 2010

cuando el sueño está a punto de llegar



creo que llueve fuera, boza canta bajito en el ordenador (bebe de la sed que siento al mirarte), el reloj me observa en la quietud de la casa, sonrío idiota con los ojos a punto de cerrarse, como una niña que sabe ronronear... buenas noches, buenas noches, calamidad

domingo, 19 de diciembre de 2010

dibújame ventanas en mi casa


Chica pasó la tarde conmigo. Hablamos de todo lo que nos dejamos: de las cosas que son fáciles decir, del tiempo, de lo que hay que leer entre líneas, de lo que no se quiere oír... Yo bebía té. Él tomó un café largo y estiraba los pies bajo la mesa. Yo me senté en el sofá blanco. Él la mayoría del tiempo en el sillón marrón. Todos estos datos son anecdóticos, pero se nos hizo de noche y diluviaba. El balcón abierto se encendía de rayos mientras el árbol de navidad titilaba recortado en el cristal, como nosotros. 

Cuando digo algo que no quiere escuchar, él siempre dice "eso no es verdad" y me convence de las mil razones por las que son falsas mis palabras. Es entonces cuando accede al sofá blanco, pero luego se va. Hablamos de macetas, de gatos, de hombres, de trufas de chocolate, de imágenes infantiles y el paso del tiempo. Hay un segundo determinado en que lo veo real, con la edad que tiene, con la media barba, acomodado en esta habitación que hace unos años seguro que ninguno de los dos hubiésemos sido capaces de imaginar. En ese segundo nos he contextualizado. Contextualizar da vértigo, lo prometo. 

Como las palabras no terminan de ser lo suficiente exactas para nosotros, acabo abriendo la moleskine sobre la mesa y dibujando con un lápiz lo que quiero decir. Un dibujo nos lleva a otro y acabamos dibujándonos a nosotros mismos, cómo nos vemos, cómo creemos que somos. Yo siempre me pienso como una habitación abuhardillada, blanca, no muy grande, con una puerta cerrada que no quiero atravesar y, desde hace poco, una ventana que da al mar. Chica se imagina como una amplia habitación circular llena de ventanas por las que entra la luz, también hay manchas, me dice, que a veces crean sombras. 

Acabamos dibujando a todos nuestros amigos comunes, locos de emoción, con la tontería de las habitaciones y el lápiz. Para él soy un jardín pentagonal con pasillos negros que conducen a un centro blanco blanco blanco. Me gusta tener un centro de luz. Me gusta. 

sábado, 18 de diciembre de 2010

madrugar sin querer


Madrugo porque me acosté demasiado temprano y, acurrucada en mi cama, escucho a los pájaros en los árboles del zoo despertando. Entre las persianas y desde el salón entra una luz azul que me recuerda a mi antigua casa. Me tumbo bocarriba y espero sin pensar en nada o pensando en todo, qué se yo. Me pregunto cuánto tiempo llevaba sin hacer esto y me levanto decidida a preparar el desayuno y dedicar mi mañana a la montaña de ropa por planchar que he ido acumulando. Hay veces en que una casa pide orden y armonía, esta casa lo pide siempre, me apetece que todo esté en su sitio y transmita calma. 

Tanteo en busca del pijama para no dar la luz y subo las persianas para descubrir un día nublado. Escucho mi reloj y los ronquidos del vecino. Al descorrer las cortinas del salón intuyo gotas de lluvia colgando de la barandilla y pienso tristemente en mis geranios que han muerto por culpa de una oruga simpática y letal. 

Me ovillo en el sofá debajo de la manta que mamá me hizo para este invierno y, sorprendente en mí, enciendo la televisión. Descubro en la 2 la maravilla de un concierto de cuerda. El pianista es cada nota que toca. La música clásica siempre despierta en mí el mismo sentimiento de sed, esperanza y desgarro. Me atraviesa, me recorre... ojalá estuviese en esa sala de palacio donde las flores de pascua acotan el improvisado escenario. 

La luz, el sonido, el café entre las manos me invita a orar y, a menos de siete días del 24, me emociono quizá por primera vez en mucho tiempo leyendo la Palabra. Pienso en que pronto estaré en casa de mis padres, con Javi, preparando la Navidad en familia, viajando a casa de los abuelos, abrazando a los niños, observando la belleza de Marina, haciendo planes con Juande, visitando a Chelo, recibiendo la ternura de Marta que también volverá a casa por navidad... Los sentimientos se encuentran, para buscarme debajo de ellos. 

Y el piano inaugura un único rayo de luz que se escapa del cielo plomizo. Tic tac. El último sorbo de café. La plancha. 

lunes, 13 de diciembre de 2010

mi tortuga ninja


Mi tortuga ninja responde con una risa cada vez que lo llamo por su apodo, y enreda sus manos en mi pelo si le doy bocados o pone cara de felicidad si le riego de besos el cuello blanquito y tierno. Mi tortuga ninja se queda dormido con la mano engarzada en mi pañuelo y se recuesta como una avestruz pequeña buscando cobijo para su cabeza. Tiene los ojos azules y grandes y llenos de preguntas. Y la boca de su madre, aunque todo el mundo dice que es clavado a su papá. 

Mi tortuga ninja mira sonriente a mamá, duerme toda la tarde en su regazo y llora dando gritos para no dejarla ducharse en paz. También habla con su padre largas conversaciones de hombre a hombre y le da hipo de las carcajadas cuando intenta comerle la nariz o chocan sus frentes con un tope. 

A mi tortuga ninja le gusta que le diga tortuga ninja y Humphrey Bogart o power ranger rojo o estrella del pop, sex simbol, capitán pescanova, Alejandro Magno o cualquiera de los nombres que se me ocurren de carrerilla y sopetón cuando lo tengo delante y las palabras de siempre se me quedan pequeñas. Porque no puedo decirle simplemente: "guapo" o "ay, mi niño" o "dulzura". Porque necesito buscar el término adecuado y me salen todos juntos, divertidos y locos como es mi amor por él. Como es el amor que despiertan estos seres frágiles e indefensos que lo dan todo sonriendo, nuestros niños. Juan pequeño. 

Todo el mundo me pregunta por qué lo llamo así. Leticia y Juan no. Ellos me conocen. Ellos saben de mi manera estúpida y desenfrenada de amar, de la alegría que se oculta en las palabras. Por eso Leti al escribirme me dice: "tu tortuga ninja se ha dormido" o se ríe cuando Juan pequeño se deshace alegremente mecido por los ritmos de mi voz recitándole poesía. Por eso Juan aprovecha para hacernos fotos antes de irse a trabajar, como un valiente, asumiendo que se queda en casa la madrina. 

Y yo imagino, de vuelta a casa, cuando mi tortuga ninja sea mayor y yo le cuente entre cosquillas todos esos nombres que le ponía cuando era tan pequeño que se dormía en mis rodillas. 

sábado, 11 de diciembre de 2010

sobre todas las mujeres que hay en mí


La herencia genética de generaciones y generaciones de mujeres que llevo en mis venas, se ha manifestado hoy en mí, convirtiendo el sábado de descanso en un no parar continuado. Para entendernos, me ha poseído el espíritu de una antepasada maruja, seguro. 

Lo que empezó como una ligera limpieza del hogar, se convirtió en otra nueva etapa de terapia emocional a través del paño del polvo, el aspirador y la fregona. Coleta en lo alto de la cabeza, camiseta de tirantes, música bien alta y a ponerlo todo patas arriba para después volverlo a dejar en orden. La tentación de parar estuvo ahí, lógicamente, sobretodo entre lavadora y lavadora. Pero elevé a su máxima expresión lo de "hacer sábado" que decían nuestras madres o abuelas, y a las dos y media de la tarde, no contenta con haber terminado la limpieza, en lugar de comer cualquier cosa, decidí que quería hacer empanadillas caseras en el horno. 

A las cuatro terminaba de recoger la cocina y salía disparada a recoger a Manolo del trabajo para tomar un café con él. Pero como el pobre no había almorzado, me lo llevé a casa a que degustase mi almuerzo. 
 -¿Te pico un tomate? -dijo la maruja que hay en mí por no añadir que si se había quedado con hambre le freía un huevo. 

Lo llevé de vuelta a su trabajo, a uno de los grandes templos de consumo de nuestro país y, tras tomarme un café y despedirme, me lancé a la tarea de comprar los ingredientes que me faltaban para dedicar mi tarde al proyecto de regalo de navidad que tengo para algunos de mis amigos. A las siete de la tarde volvía a casa con una  botella de brandy, huevos, chocolate, azúcar... 

A las siete y cinco el horno estaba funcionando y también dos cacerolas. Cuando a las nueve, mis padres me llamaron para decidir el "amigo invisible" de estos Reyes vía web cam, yo todavía estaba con las manos en la masa. Y la última hornada salió un poco más tarde, cerca de las diez. 

¿Creéis que la maruja que hay en mí estaba decidida a parar? ¡En otras circunstancias me habría ido directamente al sofá! Pero no, hoy no. Hoy me preparé la cena... ¿Qué me pasa? Si casi siempre ceno crispis... 

Hasta las diez y cuarto no me senté en el sofá. Restransmito desde la misma postura que tomé. No puedo con mi vida. Me duele la espalda, quiero un masaje y sólo puedo pensar tonterías. La maruja que hay en mí se siente tan realizada que ni se molesta en insistirme para que recoja los platos de la cena. ¿Me dejará dormir o se liará con la plancha?

martes, 7 de diciembre de 2010

a veces cuatro años...


A veces cuatro años no son suficientes para nada. Y los abismos se convierten en algo así como pozos ciegos que no sabemos si saltar, conservar o tapar con nuevas caricias. Quizá por eso, cuando me asalta en Tribunal, con su pelo largo lleno de rizos y su barbilla perfecta, con su nariz dulce y sus ojos enormes llenos de dudas, siento que el corazón se me encoje al mismo tiempo que se me dispara. 
 -No entendía por qué íbamos hacia Tribunal si queríamos llegar a Sol -dice Mark entre risas cuando la verdadera Sol, la Sol que conocí en otra vida, se enreda entre mis manos y camina llena de preguntas como yo. 

A veces cuatro años dan para mucho. Para que se creen las grandes heridas. Para que seamos un espejo en el que no sabemos si nos queremos mirar. Porque ninguna de las dos ha vuelto a Londres y las paredes siguen de pie y algún día, también nosotras, habremos de marcharnos con las experiencias recogidas. Nos cuesta trabajo comenzar a hablar de lo fundamental, primero debemos pasar por el clima, por el cuánto tiempo, por el mundo laboral y nuestros pisos nuevos. Después llegan ya los nombres propios, los recuerdos reales que saben a dulce que ya no se puede volver a probar, las miserias y las madrugadas. Esa zorra llamada soledad que habita a veces en casas como las nuestras. 

Y Sol se ríe de mi pelo largo y yo miro su melena de rizos imposibles, sus pestañas largas, casi impertinentes, su gesto que se torna serio momentáneamente cuando cualquier idea es más fuerte que su conciencia de estar aquí. Hay un momento, puro de sinceridad, en que las dos dejamos escapar por los ojos lo que no podemos decirnos y nos quedamos en silencio, sin mirarnos de nuevo, para recordar el bar en el que estamos y esconder la sombra de una herida. Después volvemos a sonreír sin darnos cuenta. 
 -Ahora podemos crear nuevos recuerdos -le digo cuando ya queda poco para marcharnos. Y Sol dice algo así como que no podemos dejar pasar otros cuatro años. 

Y en una esquina, en una calle más allá de la preciosa tienda de dulces de colores, con una Marta de boca rosa y sonriente, Sol y yo nos despedimos, con la conciencia extraña de no saber si cumpliremos las promesas que no hemos intentado hacernos. 

lunes, 6 de diciembre de 2010

conquistar por el gusto


Madrid se despierta entre lluvias y vuelvo a haber dormido tanto que el cuerpo me bosteza entre las sábanas de Marta. La luz es queda en las habitaciones mientras Mark desayuna en la cocina y nosotras preparamos el café. Migueu espera que Kahrina despierte escuchando música en el sofá. Aquí siempre me siento en casa. Tanto que, cuando miro el reloj, tengo que darme una ducha a la carrera porque Mark y yo llegamos tarde a la iglesia. Afortunadamente está justo al lado del portal y no nos llueve demasiado. Abrigados y felices, paseamos Madrid hasta la hora de comer, mientras Marta dibuja en su habitación. Me gusta imaginarla siempre con el pelo revuelto y las gafas, concentrada en su tarea, frunciendo el ceño levemente cuando las cosas no salen a su manera. Madrid, Madrid, Madrid... podría quedarme.

La lluvia cada vez conquista más terreno, más cabezas, más palabras y después de comer decidimos dedicar la tarde del té a preparar flan de chocolate y almendras, bolitas de coco y cualquier cosa para conquistar por el gusto. Descubro, quizá al crecer, que me encanta la capacidad de seducción que se esconde en las cocinas, el secreto misterio cuando se prepara un plato para compartir, cuando no cocino sólo para mí. Charlamos y reímos con las hoyas al fuego, con las manos llenas de azúcar, con Manu preguntándonos en qué andamos metidas. Y mientras suena la música, llegan las anécdotas, se encuentran los verbos, se abrazan los silencios concentrados. Por eso la lluvia repiquetea fuera, mientras Arturo el erizo agacha la cabeza con su nariz afilada y el océano nos conquista en casa. Por eso la cocina se convierte en un sitio de encuentro y confesiones, en el sitio más cálido del hogar, por eso entiendo tantas cosas. Tantas, tantas cosas sobre la felicidad.  

domingo, 5 de diciembre de 2010

el mercado de san miguel, el regalo de marta


Marta y yo nos conocemos desde hace tanto tiempo que llega el punto en el que hemos agotado nuestra capacidad para hacernos regalos. Todo lo especial que podíamos crear la una para la otra, ya está creado. Así que, desde la navidad pasada, nos regalamos momentos, experiencias. Mi cabeza estaba loca al planear su regalo de cumpleaños porque como el tiempo amenazaba con diluvios Madrid, todos los planes iniciales tenía que ir cancelándolos en vistas a que iba a ser imposible pasear. Afortunadamente el cielo, en última instancia, nos da un respiro y luce azul y perfecto la mañana del sábado. 

Nos levantamos tarde y tenemos que dejar para el final la visita al museo que iba a estar al principio, porque el descanso es lo primero y llevaba semanas sin dormir ni tanto ni tan bien ni tan ligero. Nos ponemos vestidos y leotardos y los guantes, las bufandas, el abrigo... para echar vaho por primera vez en este invierno. Mark, el nuevo compañero de piso de Marta, un profesor de literatura de California, se apunta a la excursión con nosotros. Así que los tres, guapos y abrigados, con la piel tersa por este frío estático de la capital, nos pateamos el centro rumbo al mercado de San Miguel, donde quiero invitar a Marta a comer. 

El antiguo mercado, un edificio de metal y cristal bastante bonito, parece ahora un invernadero de personas de mejillas sonrojadas que portan copas de vino. Los puestos del mercado venden ahora sus productos para que los puedas consumir allí, en las barras de los comercios o en mesas altas dispuestas en el centro, rodeadas de pequeños carros decorados de navidad que te ofrecen desde croquetas hasta magdalenas de colores. Aunque cuando llegamos nos sentimos un poco abrumados por la cantidad de gente, la idea me va entusiasmando más y más conforme pasa el tiempo. 

Elijo un vino de Toro para Marta y después del primer brindis comienza la aventura de conseguir la comida, de avivar los paladares con un queso, la lengua con un poco de jamón... Marta va relajando el gesto y se contagia de risas, se derrite en la banqueta mientras hablamos de palabras mezclando el español y el inglés animados por las copas. En uno de los puestos conozco a la mujer francesa más bella de las que rondan los sesenta años, mirarla me fascina y vuelvo a encontrarla en otra de las filas para esperar. 

Ella y su grupo han llegado antes que yo, son varios matrimonios franceses, elegantemente vestidos, todos altos y atractivos, interesantes. Pero no se han dado cuenta de pedir un tiquet, así que cuando consigo el mío, se lo ofrezco y cojo otro. Al principio se niegan y quieren cederme la vez por haber estado más atenta, este simple gesto se convertirá en un juego absurdo porque, de pronto, sin saber cómo, quizá sólo por sonreír, todo el mundo me ofrece sus tiquets para que avance en la fila y pida yo antes. Gente que decide rendirse, me ofrece a mí los mejores números y yo, nada más verlos, se los ofrezco a la musa francesa que sonríe incrédula. 
 -Tienes la mujer más hermosa del mundo -le digo a su marido que me responde con una amplia sonrisa de satisfacción. 

Después, cuando ya consigo el quinto tiquet y el número está a punto de salir, decido invitarlos a pedir conmigo y hacemos fondo común para comprarlo todo entre risas. 
 -¿Por qué haces esto? -me pregunta el marido de la musa. 
 -Porque es más fácil de lo que pensamos hacer felices a los demás -le contesto sin pensarlo.
 -Pero también es muy extraño -sonríe él y todos brindamos. 

Cuando vuelvo a Marta llena de vida y con la bandeja de comida en la mano, ella celebra mi vuelta con la propuesta de otra nueva botella, "porque este vino no me sabe a alcohol" apuntilla emocionada. Y brindamos y reímos con Mark, y hablamos de seducción y conocemos a un grupo de andaluces y acabamos siendo recogidos por Manu, intentando fingir que no llevamos nada de chispa en nuestras venas. Riendo más y más para visitar el Reina Sofía como niños que intentan comportarse y acabar cenando pizza, calentitos, en el sofá. 

¡Qué bien se está en Marta!

jueves, 2 de diciembre de 2010

la apatía, la pereza y otros monstruos de temer


Se te cuelan en la casa si estás cansado de algo, o de todo. Andan muy despacio, son como las sombras de la tarde cuando el sol se pone en la ventana y cuando quieres acordar tienes que encender las luces para ver. 

La pereza gusta del sofá y come dulces, escucha buena música, lee cuento corto o simplemente no hace nada, te mira sin más. Te mira durante horas, horas con todos sus minutos y cada uno de sus segundos. Dice cosas bastante creíbles como que es mejor dejarlo para mañana, o que por qué tanta prisa, o te pregunta de qué tienes que preocuparte si total... Es mentirosa, zalamera, despreocupada y aburrida. Marta dice que la vence Lord Voluntad y que yo lo conozco muy bien y sólo tengo que invocarlo. Pero la pereza hoy habla más alto que él. 

La apatía es bien distinta. Llega con permiso, también despacio. Es de esas chicas a las que crees que puedes mandar a paseo cuando quieras, de esas chicas fáciles. Tú le dices entra, para que te quite de encima lo que te molesta. Porque apatía no habla como la pereza, apatía calla todo. Hace un silencio brutal en todos los oídos de tu cuerpo. Yo tengo su número apuntado para cuando quiero paz. Siempre se me olvidan sus costumbres, la impertinencia que llega a desarrollar cuando quiero escuchar algo y ella sigue dándome nada. Apatía viste de desierto la cama, la ducha, la hora de comer. Te elige la ropa y te quita las ganas de leer. No come chucherías, bebe café. Y está hueca, terriblemente hueca. 

Los otros monstruos tienen muchos nombres, podríamos ponernos creativos y airear la nómina de derroches que pueden traernos. Pereza dice que no tenemos por qué, sube la música y aleja el reloj.