miércoles, 18 de enero de 2012

de lo real


Llevo desde que empecé a leer Nubosidad variable dándole vueltas a la cabeza con una idea un tanto abstracta y que no sé si sabré plasmar. Pero, antes, dos referencias: escribo a la luz de las dos lámparas que enciendo al caer la tarde en casa, normalmente corro las cortinas cuando las prendo (por eso que siempre repite mi madre cuando me ve de noche con las persianas subidas: "niña, que te van a dar un tiro"). Hoy las he dejado abiertas porque la ropa tendida me hace de refugio artificial. Son las 18.50 y lo escribo así porque lo he mirado en el reloj del ordenador y todavía no estoy acostumbrada a transformar esos números en las siete menos diez sin hacer un esfuerzo casi sobrenatural. Por dar una referencia de más, escucho ahora mismo Sans la nommer

Cuando empiezo a leer un libro, y más si está escrito en primera persona, los personajes van apareciendo desdibujados. Es el tiempo en que puedo dejar la lectura para otro momento o puedo abandonar una novela sin sentirme culpable. Después, cuando los nombres van creciendo en mi imaginación, van tomando consistencia y forma, cuando los personajes dejan de serlo para existir, entonces el libro me llama de tal manera que casi no puedo pensar en otra cosa. Así me tienes, en lugar de concentrada en ti o en el día que hace o en lo que preocupará a mi padre o en los nudos cotidianos que aparecen en mi imaginación, absolutamente absorta en los problemas de Mariana y Sofía. Casi me siento una contertulia más en su conversación. Me voy rumiando por la casa sus preocupaciones, soy capaz de responderles y tengo que hacer de tripas corazón para no mandarles cartas también desde este sofá. 

Por extraño que parezca, Mariana y Sofía son más reales que todas las personas que ahora no veo. Incluso más reales que yo -en un segundo plano por ser un testigo consentido de sus andaduras. De alguna manera me viene a la mente aquella cita que subrayé del último ensayo de Umberto Eco: "El Papa y Dalai Lama pueden pasarse años discutiendo si es cierto que Jesucristo es el hijo de Dios, pero (si están bien informados sobre literatura y cómics) ambos tienen que admitir que Clark Kent es Supermán, y vicerversa". Es casi elevar la veracidad del mundo ficticio por encima del mundo real. Y en esa ascensión hacia lo alto, me preocupa más que Mariana me explique qué hace en Puerto Real o que Sofía siga escribiendo, que el ir a hacer la compra. 

Lo genial, lo absolutamente genial es cuando esos personajes no mueren al cerrar el libro, ni días después. Lo genial es cuando se quedan viviendo conmigo y puedo preguntarte qué harían ahora, qué me aconsejarían, incluso imaginar cómo se reirían de mí si leyesen ahora esto. 

No hay comentarios: