miércoles, 6 de junio de 2012

a las puertas del verano


Hoy la ciudad había sido engullida por la niebla. Los limpiaparabrisas automáticos se dispararon en cuanto salí de la cochera. Me había despertado saltando a la ducha y pensando en un vestido largo de tirantes, así que durante todo el viaje mantenía la esperanza de que el cielo se despejase conforme comenzase mi ascenso a la montaña. 

Saqué las gafas de sol en una curva adornada por buganvillas que se escapaban de los últimos retazos blancos de nube. Conforme atravesaba el pequeño pueblo desde las alturas, pensaba en aquel viaje a Tenerife con mi familia, cuando al subir al Teide nos sentíamos dioses por encima de las nubes. Quizá hoy trabajo en el Olimpo y el vestido de tirantes no ha estado de más. 

Hace calor y nos movemos despacio por los pasillos. Las clases son silenciosas porque el sopor nos amodorra a todos mientras la luz brilla más allá de los cristales. Sueño con la siesta. Sueño con el mar. Sueño con tenderme con el libro que estoy devorando. Abandonarme. Con la conciencia tranquila porque la novela está terminada, porque la casa está limpia, porque los exámenes están puestos... porque sólo me queda hacerme las paces, declararme una tregua, darme un premio y una plauso. Sobre todo: ponerme morena.

A las puertas del verano me reclamo con mis mejores maneras y me propongo hacer un inventario de milagros. 

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