miércoles, 5 de septiembre de 2012

gravedad



Nadie puede evitar que la Tierra gire. De pequeña me preguntaba cómo era posible que no nos cayésemos todos en cada vuelta, cómo era posible que no nos fuésemos derramando unos sobre otros desde el norte hacia el sur. Después te explican el concepto "gravedad" y crees en él como crees en Dios, porque yo no soy física y no puedo demostrarlo por más que se me caigan las cosas al suelo y no al techo. Giramos. Queramos o no. Podemos sentarnos en el suelo y patalear o podemos abrir los brazos y dejarnos marear por la vida como cuando éramos niños y dábamos vueltas y vueltas mirando arriba. 

Él me marea. Y yo me agarro a su forma de girar. Me vendo a su forma de girar, pero no me deja renunciar a nada. Su lema es "juntos". Aunque se lo trague Madrid como en la canción de Débora. Porque creo en la gravedad, no tengo miedo. Ni siquiera cuando suena un portazo o el viento nos da un susto de madrugada. Él pronuncia mi nombre muy despacio y me recuerda aquella sentencia, hace años, que Chica me hizo escribir después de un corto que habíamos visto en internet. Él que no existía, me llena las manos y la boca de pruebas demostrables. Entonces digo: no somos una hipótesis. Digo: ya no voy a fantasear más con el hombre que no existe porque está sentado en mi sofá. Dice: ¿de dónde has salido?

Nadie puede evitar que la Tierra gire, que las cosas cambien, que la vida vuelva y vaya y te gaste bromas como esta y te diga: hace diez años que te lo vengo avisando. Por eso respiro, estiro los brazos, sonrío y vuelvo a creer en la posibilidad de cambiar el mundo con las palabras.