martes, 12 de junio de 2012

orillada


Soy el segundo puerto de Turquía después de Estambul. Porque Débora me llama Izmil cuando se despide. Alejandro y ella recorren costas perdidas en su viaje de novios y me mandan fotografías o palabras o las dos cosas a la vez. Son felices. La felicidad no es tan cara como la pintan. 

Yo leo Kafka en la orilla soplando entre las páginas para eliminar los restos de arena que la playa dejó para mí la última tarde. El mar es un buen sitio para leer y olvidarse de todo. Lo descubrí al principio. También es un buen sitio para encontrarse. Un rincón donde es sencillo sonreír. Las tardes se alargan y me ofrecen sus posibilidades. Me cedo. Es una propuesta interesante la de vivir cada día como si el río... Pienso en Siddharta mientras dormito en la orilla y ronroneo como un gato al sol. 

Las cerezas llenan el cajón del frigorífico y canciones en francés recorren los rincones de la casa. Ando descalza, de puntillas, mientras imagino cómo serán los vecinos que se mudan hoy la piso contiguo. El olor de la ropa limpia entra desde la terraza como un mantra perfecto que me acuna. El viento mueve las cortinas. El viento. Son días de viento junto al mar. Lo pienso con la bolsa de la compra contra el cuerpo mientras subo de vuelta del mercado. 

Hay cosas que permanecen y otras que cambian. Por ejemplo yo. Siempre la misma, siempre en nuevas combinaciones. Caleidoscópica. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te busco, izmir, desde las ruinas
de un éfeso en primavera

Volvemos a casa!