sábado, 31 de mayo de 2014

la orden del sábado


Acabamos de tender la última lavadora y el aire corre por la casa limpiándolo todo, haciendo ondear las cortinas transparentes para alcanzar los bordes de la cama, el humor del sofá. Se escuchan  los pájaros del zoo y Nacho trajina en la cocina, quizá cortando el gran pan que hemos comprado para congelarlo. 

Siento la satisfacción de los sábados, la satisfacción de estar cumpliendo con el cometido de la especie de acudir al supermercado, de renovar el frigorífico, de llenar el cajón de fruta y verdura. Es como si hubiésemos seguido al pie de la letra algún guión, cuando sólo las mujeres mayores y algunos hombres paseaban por la calle portando sus carros y sus bolsas. 

Elegir, repasar mentalmente la lista de lo necesario, seleccionar la fruta en el puesto de la esquina acariciando las cerezas y los tomates, sonriendo a los nísperos y los melocotones. Me encanta ese olor de las fruterías ácido y caliente. Imaginar cómo será esa fruta cuando esté helada en mi cajón, cuando el sabor venga a sustituir la sensación de ahora. 

Quizá es absurdo, pero me siento parte de la comunidad hablando con el frutero, recibiendo con júbilo la fruta que nos regala porque se va a echar a perder y seguro que hacemos muy buenos batidos. Me siento feliz, cargando con las bolsas repletas de tesoros, regresando a casa con Nacho, charlando de lo maravilloso que es sentirse parte del barrio, observar cómo se despiertan todos y acuden a las cafeterías donde conocen sus nombres o se paran en las aceras para comentar la salud de un familiar. 

Es hermoso el ser humano en lo sencillo. Cuando abandona todas esas aspiraciones rítmicas que marca el televisor -ten, se, demuestra, alcanza, persigue, vence-, y se concentra en el momento justo que vive, recordando que es un animal más, que debe nacer, alimentarse, multiplicarse y morir. Cuando nos desnudamos y somos sólo una pareja que hace la compra, que recuerda en algún rincón de su genética cómo olían los huertos en Roma, cómo incide el sol sobre la Tierra. Me gusta. 

Me gusta el aire corriendo por las habitaciones y los sonidos quedos de las casas. 


3 comentarios:

FeoMontes dijo...

¿Cómo lo haces (hacéis) para hacer creer que el mundo es un lugar muy cómodo para vivir y que ser feliz es tan fácil como sonreír a la par?
Digoooo... lo bien!!!

mar dijo...

:-)

Daniel Casares Román dijo...

No es nada absurdo sentirse parte de la comunidad hablando con el frutero! Al contrario, maravilloso