jueves, 20 de octubre de 2016

así bordaba, así, así


Recuerdo a mi abuela intentando enseñarme, en un paño blanco, a trazar líneas de puntadas con limpieza. Recuerdo sus manos y el dedal brillante que acompañaba al hilo como una fortaleza desgastada. El tiempo parecía hacerse denso entonces, pesaba sobre mi inquietud de niña que ansiaba tenerlo ya acabado, que quedase bien, que fuese hermoso, que no costase tanto. No profundicé porque soy fullera. Lo quiero todo rápido y ya. 

Esa misma fullería -o quizá la pereza, o un monstruo más hambriento que se llama Hazloluego- me asaltó hace dos verano cuando tenía entre las manos la última novela en la que había estado trabajando. Me había prometido a mí misma releerla y corregirla al menos tres veces antes de enviarla a la editorial. Cuando ya le había dado dos vueltas, ese inmenso borrador encuadernado comenzó a cambiar de sitio en la casa, trepando por muebles para ponerse a la vista, rugiendo con el ventilador, tratando de atraparme. En mi desesperación por escapar de esa tediosa tarea, recordé a la chica que bordaba en el tren de Suecia. 

¡Con qué velocidad descubrí que me enamoraban tanto las mercerías como las papelerías! Arrastré a Nacho a una búsqueda del tesoro por la ciudad para lograr bastidores, hilos y telas que despertasen mi imaginación. No sabía qué quería coser -no sabía coser-, pero elegía los colores más brillantes, más alegres de la torre de cajones diminutos. Asaltamos Teseo buscando un libro con alguna instrucción que aclarase mi ventolera y volví al sillón bajo el ventilador para ofrecer a la labor en sacrificio mi siesta. 

Bordé "Ir y venir" con hilo azul. Después guardé todo en un bolso de tela que me acompañó por el verano y cosí "Vuelve", en Candeleda. Casé los trenes con la aguja, busqué tijeras historiadas, obligué a Nacho a dibujar en tela, escribí con hilo fuerte "Valiente" y "Audaz". Le regalé a mi hermano una tela de flores de otoño con unas letras amarillas que rezaban "Ya no pienso en ti", para que pensase un poco más en sí mismo. Bordé a Clau y al Rey Tonelli y mi versión del Castillo en el aire. 

La tela es una pregunta más violenta que la de la página en blanco. Sobre negro una tetera, unas flores sin acabar, un cactus. En la lana coronas de Navidad, en los botones constelaciones. "Reiniciar" en primavera. Pájaros, hojas, Hoy. Siempre quiero acertar con lo que bordo. 

Bordar es meditar en esta nueva mujer que vengo siendo. Me siento con la caja de Ferrero Roché de la Navidad pasada llena de hilos y marcapáginas. Entonces existo en el ir y venir de la aguja, soy completamente consciente de ese momento. O escucho mejor, cuando ponemos la radio. 

Después me preguntan qué hago con los bordados. 

Para mí bordar es como la poesía, como la pintura, como la música. 

Colecciono en un cajón esas labores que nacen para ser en un momento y luego no saben cómo justificar su existencia. Las regalo a quien las pide, las olvido. 

La utilidad me parece una forma muy sutil de ensuciar el bordado que podría hacer la máquina del centro comercial. Bordo porque es inútil y me hace feliz. Porque es otra forma de alcanzar brevemente la belleza. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sublime

Anónimo dijo...

De dónde sacas los dibujos que bordas?
Marisa

Patricia García-Rojo dijo...

Marisa, normalmente dibujo yo los bordados. Si no, se lo pido a Nacho, que dibuja de maravilla. Los casos menos numerosos son aquellos en los que curioseo por internet, te dejo mi carpeta de pinterest de ideas para bordados:

https://es.pinterest.com/patriciagrojo/como-mi-madre/

Un abrazo!