lunes, 24 de octubre de 2016

el día de las bibliotecas



Las mudanzas siempre tienen algo de difunto y algo de resurrección. Recuerdo aquella mudanza adolescente, cuando creí que el mundo iba a acabarse y guardé mis tesoros en una única caja de cartón. Repartí una herencia de juguetes entre mis amigas, lloré desconsoladamente como un alma atormentada y copié direcciones postales para escribir cartas. 

Aquel primer verano no tenía amigos que me invitasen a sus piscinas y las tardes se hacían largas y eternas. La biblioteca de ese nuevo pueblo fue mi salvación. Abrían a las cuatro de la tarde. Yo iba en el calor de la siesta, buscando las calles más estrechas y las sombras de los balcones. Llegaba junto a la estantería llena de literatura juvenil y me sentaba en el sillón verde y polvoriento que había debajo. Iba en orden por las baldas. Cada día leía uno de los libros en la biblioteca y me llevaba otro para leerlo en casa. 

Había de todo. Libros encantadores, pero también otros predecibles y aburridos que ni siquiera me preocupaba en acabar. Me molestaban los temas tremebundos de anorexias, embarazos no deseados, droga y destrucción con los que nos bombardeaban en los noventa. Esas historias quedaban olvidadas rápidamente y me dejaba seducir por novelas de misterios, romances imposibles, visitas a pueblos de la infancia, circos terribles y sombras en la noche. 

Aquel primer verano la biblioteca fue mi cueva particular, mi espacio seguro, mi refugio. Después conseguí amigos y acudía a las bibliotecas a estudiar, a trabajar en un artículo que se me atragantaba, a concentrarme. Amo el silencio de las bibliotecas, los susurros quedos de los que se acercan para charlar justamente porque está prohibido. 

El tiempo me ha regalado conocer bibliotecas increíbles y bibliotecarios amigos. Ahora tengo la suerte de vivir al lado de una biblioteca que a veces utilizo como centro de operaciones cuando necesito alejarme de todo para adentrarme en una novela. Me gusta colocar los libros que han abandonado su espacio, poner derechos los que están torcidos, visitar las mesas de novedades o las propuestas temáticas según el mes del año. Me gustan los catálogos de las bibliotecas y mirar en la ficha del libro cuántos antes de yo han sido presas de la misma historia. Sobre todo, me encanta encontrarme en las bibliotecas y ver las fechas en los que los lectores se han tropezado en mi historia. Es como recibir el mensaje de un náufrago en una botella de cristal. 

En el día de las bibliotecas, felicito a todos los ratones como yo. ¿Cuáles son vuestras historias de biblioteca? 

jueves, 20 de octubre de 2016

así bordaba, así, así


Recuerdo a mi abuela intentando enseñarme, en un paño blanco, a trazar líneas de puntadas con limpieza. Recuerdo sus manos y el dedal brillante que acompañaba al hilo como una fortaleza desgastada. El tiempo parecía hacerse denso entonces, pesaba sobre mi inquietud de niña que ansiaba tenerlo ya acabado, que quedase bien, que fuese hermoso, que no costase tanto. No profundicé porque soy fullera. Lo quiero todo rápido y ya. 

Esa misma fullería -o quizá la pereza, o un monstruo más hambriento que se llama Hazloluego- me asaltó hace dos verano cuando tenía entre las manos la última novela en la que había estado trabajando. Me había prometido a mí misma releerla y corregirla al menos tres veces antes de enviarla a la editorial. Cuando ya le había dado dos vueltas, ese inmenso borrador encuadernado comenzó a cambiar de sitio en la casa, trepando por muebles para ponerse a la vista, rugiendo con el ventilador, tratando de atraparme. En mi desesperación por escapar de esa tediosa tarea, recordé a la chica que bordaba en el tren de Suecia. 

¡Con qué velocidad descubrí que me enamoraban tanto las mercerías como las papelerías! Arrastré a Nacho a una búsqueda del tesoro por la ciudad para lograr bastidores, hilos y telas que despertasen mi imaginación. No sabía qué quería coser -no sabía coser-, pero elegía los colores más brillantes, más alegres de la torre de cajones diminutos. Asaltamos Teseo buscando un libro con alguna instrucción que aclarase mi ventolera y volví al sillón bajo el ventilador para ofrecer a la labor en sacrificio mi siesta. 

Bordé "Ir y venir" con hilo azul. Después guardé todo en un bolso de tela que me acompañó por el verano y cosí "Vuelve", en Candeleda. Casé los trenes con la aguja, busqué tijeras historiadas, obligué a Nacho a dibujar en tela, escribí con hilo fuerte "Valiente" y "Audaz". Le regalé a mi hermano una tela de flores de otoño con unas letras amarillas que rezaban "Ya no pienso en ti", para que pensase un poco más en sí mismo. Bordé a Clau y al Rey Tonelli y mi versión del Castillo en el aire. 

La tela es una pregunta más violenta que la de la página en blanco. Sobre negro una tetera, unas flores sin acabar, un cactus. En la lana coronas de Navidad, en los botones constelaciones. "Reiniciar" en primavera. Pájaros, hojas, Hoy. Siempre quiero acertar con lo que bordo. 

Bordar es meditar en esta nueva mujer que vengo siendo. Me siento con la caja de Ferrero Roché de la Navidad pasada llena de hilos y marcapáginas. Entonces existo en el ir y venir de la aguja, soy completamente consciente de ese momento. O escucho mejor, cuando ponemos la radio. 

Después me preguntan qué hago con los bordados. 

Para mí bordar es como la poesía, como la pintura, como la música. 

Colecciono en un cajón esas labores que nacen para ser en un momento y luego no saben cómo justificar su existencia. Las regalo a quien las pide, las olvido. 

La utilidad me parece una forma muy sutil de ensuciar el bordado que podría hacer la máquina del centro comercial. Bordo porque es inútil y me hace feliz. Porque es otra forma de alcanzar brevemente la belleza. 

martes, 18 de octubre de 2016

cambios


Estos días estoy volviendo a retomar Trampas y cartón. No sé si porque el otoño trae consigo ganas de contar o porque es una manera tan buena como otra de escapar de mis compromisos literarios -cada uno procrastina como quiere-. Lo cierto es que me apetecía volver y reflexionar sobre lo cotidiano, lo pequeño, esas cosas. Pero después de publicar dos entradas, comencé a sentirme inquieta con el aspecto del blog. 

Las imágenes en blanco y negro ya no me representaban. No parecían acordes con esta casa de luz, con las tardes de bordado y los cafés con leche, con las flores del puesto de la plaza. Necesitaba otro color. Necesitaba color. 

Así que ayer comencé a bordar con prisa y a la carrera la nueva cabecera, reutilicé algunas de las imágenes de mi cuenta de Instagram y cambié mi imagen de perfil y el poema del margen. Ha sido como hacer una buena limpieza. Ahora, cuando me asomo a mirar, se respira mejor en este espacio. Dan ganas de hacerse un té y leer sin prisa. Por lo menos a mí me dan ganas de escribir sin prisa. 

Ahora me cuento que quizá eran esas fotos antiguas las que me desanimaban al pensar en retomar el blog, pero sé que decir eso es una mentira. Soy perezosa y me aburro de los proyectos a largo plazo. Además la vida ha irrumpido con tanta fuerza en mí, que a veces la palabra sucede demasiado despacio. Contemplo y no describo. Experimento y no cuento. Son cambios sustanciales en mi manera de existir. Cambios felices que me traen de nuevo, reposada o no, a tentar la suerte con este nuevo intento de registro de memorias y experiencias. 

Quién sabe en qué quedará. Por lo pronto, esas letras de punto partido en un buen azul me alegran. 

lunes, 17 de octubre de 2016

el intento de una profesora de literatura por salvar algún alma de poeta


Hoy por fin ha llegado a casa la caja con Cumpleaños número 15. Este libro es mi primer poemario ilustrado gracias a Nacho, que ha dedicado su verano a sumergirse en estos poemas y encontrarles un rostro. 

Desde hacía algo más de un año, Cumpleaños número 15 daba vueltas por la casa. Es un diario poético de una chica de quince años que, mes a mes, se derrama en poemas breves y directos. Es una apuesta que surgió en una clase de literatura, cuando mis alumnos recibían la poesía como algo lejano y extraño a lo que no se podían acercar, algo que, cuando se entendía, no podía ser poesía porque ni rimaba, ni medía, ni generaba una lucha de discernimiento. Esa tarde comencé a fantasear con crear un puente y poco a poco se fueron desgranado los poemas: sencillos, breves, directos. Con imágenes asequibles y juegos de palabras cotidianos, para que cuando los lean puedan pensar que algo parecido podría salir de sus manos, que la poesía no está tan lejos de lo que ya son. Ediciones Torremozas ha hecho realidad esta apuesta algo alocada, este intento de trampolín. 

El resultado me enamora y me aterra. Veo los dibujos de Nacho, que resumen un universo cotidiano en el que caben las gomas milán, los chinos de la suerte y los gorriones, leo de nuevo los poemas -ya con la dulce tinta de imprenta- y no puedo parar de preguntarme qué sentirá ese lector joven cuando se acerque a estos textos. ¿Serán puente o puerta? Tiemblo de pensarlo. 

El día que descubrí que yo también podía escribir poesía me pasé la tarde recitando en mi cabeza, probando palabras, intentando demostrar lo que sentía convocando tormentas -"que se desate la tormenta que llevo dentro", decía-. Cumpleaños número 15 es mi intento de hacer sentir a mis alumnos que también pueden convocar a los poemas, que las palabras no sólo describen el mundo o relatan acciones, sino que pueden definirnos, dibujarnos, explicarnos, convertirse en pregunta y en respuesta. 

Crucemos los dedos, ya os iré contando. 

viernes, 14 de octubre de 2016

los rituales del otoño que llega y no


Esta mañana, al despertar, entraba en la casa una luz naranja, perezosa, de bostezo entretenido, que daba un aire mágico a los muebles del salón y a los libros. Era como si el dios del otoño hubiese entrado unos segundos a curiosear nuestras estanterías y se hubiese posado, ave cálida, en nuestro universo de viernes. 

Siempre me ha gustado el otoño. Es mi época preferida del año. Salir del asfixia y del tirante para rescatar la media manga, el zapato cerrado que destierra a las sandalias o las noches que piden una chaqueta en la costa. Es cierto que aquí, en el territorio del mar, es difícil ver un árbol que pierde sus hojas y que el cambio de estación se nota en la fruta; pero esta semana ha llovido y las nubes siguen salpicando el cielo. 

Ese paisaje plomizo consigue que cuando un rayo de luz se escapa, luzca con más fuerza, con una entereza casi roja, al señalar el mundo. Cazaría esa luz de otoño y la encerraría en un frasco en la despensa. Con esta luz apetece hacer un bizcocho y cocinar platos de cuchara, apetece acercarse a la frutería a por calabaza o tomar un té mientras la tarde se va desgranando en nuestra casa. 

Me hacen tan feliz las costumbres del otoño... Ponerme la bata sobre el camisón después de la ducha de la noche, buscar unos calcetines porque los pies se me quedan helados con las chanclas de andar por casa, poner la manta en la cama -sólo en mi lado para que Nacho no se pase la noche sudando-, encender el horno para todas esas recetas que han estado aguardando durante el verano... Los rituales del otoño son como besar después de mucho tiempo. 

Y aunque no haya un bosque en el que perderse para recolectar los frutos de este tiempo o para coleccionar hojas marrones, amarillas y rojas, aunque escriba este texto en con sandalias en los pies y continúe bebiendo agua fría, todo mi cuerpo celebra el otoño en la costura, en la creatividad y en la comida. 

lunes, 10 de octubre de 2016

la belleza está en la luz

La belleza está en la luz. Estaba mirando imágenes en pinterst y me he dado cuenta de que selecciono como especialmente hermosas aquellas en las que la luz es la protagonista. Entonces, me he dicho, la belleza debe de estar en la luz.

"Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas" (Jn 8, 12). Recordaba directamente las últimas catequesis con la luz como protagonista. Recordaba también la idea de la belleza como redención. Aquellos años de búsqueda feroz de la belleza como puerta de escape en un mundo tormentoso. Oscuro. La belleza como luz.

Y, ahora, la belleza como un todo, un continuo, como la luz de medio día, no como ese último rayo de la tarde. No la luz dramática que busca esa belleza explosiva, desgarradora. No. Una luz posada en lo sencillo, en lo pequeño, en lo cotidiano. Y en esa luz, el rayo de la tarde ya no duele, porque ¿cómo se puede quemar lo que ya está ardiendo?

la violencia está en todas partes


La violencia está en todas partes. Hay que tener una mirada experta para concentrarse en lo bueno. Para desentrañar la luz entre todo lo que parece oscurecer el mundo. 

La guerra (qué palabra tan vacía y a la vez tan llena). Las catástrofes (todo natural menos nuestra forma de vivir). Las ideas (banderas de palabras que hieren si se lanzan). La propiedad (el mío que aprendemos desde niños e imponemos allá donde vayamos a las cosas, a las personas, a los terrenos). 

Últimamente estoy saturada de películas donde la violencia es tan explícita que ya no sorprende. Donde el sexo es tan violento que ya no es amor (aunque quieran disfrazarlo de eso). Donde el amor es una forma de imponerse al otro. 

Estoy saturada de expresiones feas. De palabrotas -que pagaba a cien pesetas de pequeña-. De creerse mejor que los demás. De creerse con la razón. De que tener la razón conceda no sé qué poder sobre el resto para hacerlos culpables de sus ideas. 

La violencia no sólo está en los actos. La violencia campa en las palabras. Impera como la sombra perezosa de una tarde que parece no acabar pero que poco a poco hace los rincones más oscuros, las esquinas más vacías, el silencio más tenso. 

Ya no cuidamos las palabras. No es lo que falta por decir, lo que dejamos en la garganta. Es lo que dejamos escapar y cómo. Se hiere casi con orgullo. Se dice casi con poder. Con un poder mediocre, desmerecido, el de la pobre lengua, el de la media lengua. Somos más ignorantes que nunca y nos creemos tan sabios... Usamos las palabras sin saber lo que significan y las esgrimimos sin pudor porque hemos oído que cuentan que dicen. No consultamos. Lanzamos. Bombas de palabras, como en aquellos poemas. 

Defendemos la paz como en los concursos de televisión, mandando mensajes al número indicado, haciendo nuestra especial aportación, rezando por la paz. Con esa idea de la paz de niños que pintábamos en los colegios, esa idea de la paz está allá lejos, la guerra está en los otros, aquí esto es algo como la paz. 

Todos tenemos derecho a la violencia. Hoy todos nos sentimos con derecho a la violencia verbal. La física nos parece una aberración porque deja marcas visibles en los otros. La violencia verbal, este desprecio, está envenenando las raíces de nuestra sociedad. 

Censura. Batallas de palabras. Bandos. Enemigos irreconciliables. Victorias verbales. 

Hay que tener una mirada experta para concentrarse en lo bueno. Un oído atento para escuchar al otro más allá de lo que sólo dice. Hay que saber amar más allá de las palabras. Por y sobre todo. En las cosas más pequeñas.