Con el pelo recién lavado os cuento que en casa tengo un maestro. Nacho hoy, sin saberlo, me ha dado una clase magistral sobre amor a la naturaleza y la ternura hacia todos los seres vivos. Y todo por culpa de un puerro.
Cuando Nacho comenzó a sembrar puerros en la jardinera roja, que era una zona triste y abandonada de la terraza, no confié en que el experimento fuese a funcionar. Pero después, cuando los puerros comenzaron a ponerse grandes, me ilusione con el proyecto. Tanto que al ver que crecían hierbajos a su lado, me dispuse a arrancarlos en un alarde de defensa puerril.
Nacho me lo vio en la mirada y me lo impidió. "Son amigos de Puerro Sánchez", me dijo, llamando por su nombre al primer puerro que sembró. Y cuando regaba a los puerros, regaba a sus amigos. A mí, este alarde romántico de cuidado de las malas hierbas me hacía poner los ojos en blanco. Como cuando Nacho salva a las arañas o a los aliens (bichitos bautizados así en esta casa) y los libera con cuidado sobre las plantas.
Pero hoy, mientras limpiábamos, me ha llamado emocionado. En la jardinera, los amigos del puerro habían crecido y uno de ellos era hinojo y el otro esta flor preciosa y elegante. Que posaba firme al lado de su querido puerro, feliz.
La sorpresa ha sido mayúscula y he abrazado a Nacho. En mi cabeza se dibujaba una moraleja sobre la ternura, el respeto a la creación y la paciencia del jardinero.
Las plantas, mientras tanto, nos miraban. "¡Qué tontos!", debían pensar, "¿Qué esperaban?".
Imagino que siempre suceden igual el triunfo de la ternura y la primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario