martes, 28 de junio de 2011

remedios contra la incertidumbre: mar, dios, literatura


Hace calor y las mañanas se hacen interminables en el instituto aunque Tolstoi me acompañe refrescándome con su prosa. Quizá por eso apetece más que nunca ir a la playa, quizá por eso, aún amodorrada de la siesta, atino a ponerme el bañador, agarro la novela y la toalla y enfilo mi camino como una autómata. 

La orilla está llena de mamás con niños de menos de dos años. Pienso en Leticia y en Juan. Siento cierta envidia porque ellas ya han alcanzado esa felicidad secreta que aún me está vedada. Para solventarlo me sumerjo en el mar mientras unos aviones de cartón sobrevuelan mi cabeza movidos por el viento. 

El agua está limpia. Me veo los dedos de los pies. Decido nadar. Nadar. Nadar. Nadar. Cuando uno nada no es capaz de pensar. O como yo no sé nadar, tengo que estar tan concentrada que no soy capaz de pensar, puede ser esta segunda opción. A cada brazada, la tierra más lejos, yo más lejos, mi mente más limpia. 

Observo el sol perdiéndose entre los edificios y me decido a aprovechar sus últimos rayos para secarme. Me tiendo en la toalla y leo Guerra y paz. Es tan gordo que me resulta incómodo. Pasadas las siete vuelvo a ponerme mi vestido y me dirijo a hacer algunos recados antes de la cena de esta noche. Cruzo por delante de la iglesia del centro, a la que no suelo ir, y escucho la voz del sacerdote de fondo. Por el rabillo del ojo veo que el oficio ha comenzado y me decido a acercarme a escuchar las lecturas. 

Es un hombre mayor y lejano, como no veo bien de lejos me parece entrañable. Al final me quedo también a la homilía, no me atrevo a quedarme más por las pintas que llevo, pero no me arrepiento de haber alargado mi estancia. "¿Pedro me amas? Señor, tú sabes que te quiero". Y ese hombre mayor y lejano explica la diferencia entre filio y agape, querer como amigo y amar con mayúsculas. "Al traducirlo del griego", dice, "nos perdemos lo más importante de este texto". Y por su manera de hablar siento que es un hombre que no se ha cansado de formarse. Admiro a las personas que siempre están dispuestas a aprender algo nuevo. 

Emocionada por la idea del conocimiento, el amor, dios, el mar... Me dirijo a mi librería habitual, y digo habitual porque entro saludando y me conocen y me cuentan y comentan las novedades, los libros que han leído, comento el último que me llevé. Nunca me había sentido tan cómoda al entrar a una librería y para alguien que ama los libros como yo, es reconfortante. Me llevo dos ejemplares de La joven de las naranjas para regalar a mis compañeras de departamento y encargo el libro de Pedro, El beso del fantasma

Después del mar, de dios y la literatura, vuelvo a casa ligera, feliz, limpia. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

precioso...
No he leido la joven de las naranjas, ¿lo recomiendas entonces?
mañana lo busco

Vagamundo dijo...

La joven de las naranjas... decididamente la literatura nórdica no va conmigo, pero merece la pena leerlo.
Este verano empieza con buen pie, espero que no tarde la marea en borrar las huellas de la arena, que ansio saber adonde me dirijo.
A que otra playa. A que otro mar.