domingo, 30 de enero de 2011

crecer, cambiar, amar


Recuerdo aborrecer mis piernas largas, horrorizarme con mis rodillas llenas de cicatrices e intentar ocultar mis pies. Recuerdo observar la barriga que se formaba bajo mi ombligo con resignación, desear deshacerme del lunar de mi mejilla derecha, despreciar mis párpados caídos y mis rizos indomables. Recuerdo avergonzarme de mí, sentirme disfrazada ante la gente e intentar que todos mis errores no fuesen descubiertos. El pavor de mi delgadez. 

Pero el tiempo pasa y nos vamos acercando a lo que de verdad somos más allá de lo que se pueda ver. Y con ese tiempo en movimiento siempre circular ha llegado la misma aceptación niña de mis maneras, hasta el punto en que lo que antes me horrorizaba se convierte hoy en el sello particular que adoro en mí. Vivo una paz nueva conmigo misma, con mi cuerpo, con cada uno de mis benditos defectos viejos y con los que voy descubriendo. Ese equilibrio me llena de serenidad, porque abandoné la guerra contra mí misma y acepté quien soy sin darme cuenta. Quien soy con mis piernas largas, mis rodillas, mis lunares, mi barriga, mi nariz, mis ojeras, mi delgadez. 

Acepté y amé quien soy tan gradualmente, tan poco a poco, que tuve que descubrirlo ayer con un gesto sencillo al mirar mi mano descansando entre las tuyas. El hallazgo me hizo fruncir el ceño concentrada y sonreír satisfecha. Siento que me estoy haciendo mayor. 

martes, 25 de enero de 2011

yo no soy dios


Acabo de terminar de recoger la cocina. He llamado a mi madre para comentar mi ilusión con las cápsulas tan bonitas de la nueva cafetera. Después me he preparado un descafeinado y me he sentado a planear la catequesis con los niños. La máquina de escribir ya tiene su rincón en el salón. 

Llevamos varias semanas bromeando sobre el qué pasaría si de pronto se apareciese dios en medio de nosotros y nos dijese algo. Nos reímos mucho. Hablan todo el rato y me ponen nerviosa porque tienen la misma edad de mis alumnos y me cuesta trabajo desconectar del trabajo para pensar que esto es otra cosa. Este descafeinado hace mucha espuma y lo tomo en una taza con una imagen de un tango. 

Anoche comencé a leer uno de los libros que me trajeron los reyes y en un momento venía a decir que es bueno, de vez en cuando, pararse un segundo frente al espejo y repetirse "yo no soy dios". Cuando hube terminado de dibujar esas palabras en mi imaginación dejé de leer. Me parece una idea demasiado complicada como para pasar de página. Yo no soy dios. Y ahora, al sentarme con el café y el libro de los niños, la idea ha vuelto a inquietarme. 

Los árboles se mueven en el zoológico y soy un público de excepción. El reloj marca su ritmo junto a la música que suena en el ordenador y la mesa pequeña está hecha un desastre. Hemos estado hablando en clase sobre la diferencia entre tenerlo todo por ganar y tenerlo todo por perder. Hasta hubo que hacer un dibujo en la pizarra porque nos era difícil aterrizar. Es muy distinto el camino para salir del pozo cuando ya no tienes miedo a perder nada más, te haces inmune al mundo. Cuando recuerdas el pozo de otras veces y lo tienes que bordear, sientes la tentación de paralizarte. Estamos teniendo problemas de empatía en clase. 

Me doy cuenta de que siento a los demás como mapas del tesoro por desentrañar. No importa tanto qué hay dentro del cofre, como el hecho de encontrarlo, de descubrir la palmera bajo la que cavar y dejarme sorprender por el corazón humano. 

lunes, 24 de enero de 2011

invierno fuera


El invierno se coló entre los rizos de mi pelo y se me posó en la boca a las puertas de Javier. Hoy se me cuela en la casa. El aire arrasa mi dormitorio con las ventanas cerradas. Todo lo que queda fuera de la manta es fácil de colonizar para este frío impertinente que encuentra el camino a los recovecos. Creí que este invierno no vería nevar y el cielo se deshacía durante todo el trayecto recordándole a mi coche cómo eran las cosas en Alcalá. Pero es como si tuviese el corazón estival y esta tiritona del mundo me pillase desprevenida. Aunque baile bajo los copos helados y las fuentes hagan eco en las plazas vacías, aunque el mar se rice construyendo muros que se ven desde lo alto y use mi abrigo de interior, aunque no pueda poner lavadoras y ruja el aire en mis ventanas, aunque sea enero, esta helada universal no va a acabar con mis cosechas ni mis ganas de soñar. 

sábado, 22 de enero de 2011

mañana cumple años javier


Las nubes cruzan el balcón demasiado rápido. Me doy cuenta de que en este mes casi no he actualizado este rincón. Y me doy cuenta con el café entre las manos porque, de alguna manera, cada vez que abrazo una taza de café me apetece observar el mundo. Y trampasycartón no es más que un observatorio de los detalles cotidianos de mi día a día. 

Esta mañana copiaba a la pequeña agenda que compré las fechas importantes que tenía señaladas en el calendario del frigorífico que nos regaló mi tía la navidad anterior. Es curioso ver cómo citabas cada mes ciertas cosas o cómo dejas de copiar ciertos cumpleaños con el paso del tiempo -siempre que digo o escribo "el tiempo" se hace un hueco en el mundo donde resuena mi voz como en un charco-. También tiene algo de mágico escribir "cumpleaños de Juan Pequeño" por primera vez. Y algo de rídiculo omitir por desconfianza lo que podrías no omitir. Suena Las transeuntes de Drexler mientras escribo con los dedos fríos. 

Mañana es el cumpleaños de Javier. Mi hermano pequeño que me saca una cabeza y que empieza ahora en el mundo laboral con ilusión y elegancia. Cuando Javi era pequeño su cumpleaños se celebraba en el jardín si hacía sol y en el salón si diluviaba. Cuando cumplió tres y llegó el traje de superman que no volaba, lo celebramos fuera. El siguiente año hacía mal tiempo y pusimos la piñata en el pasillo. Javier ponía cara de fiera en las fotografías y nos peleábamos con la misma violencia que los enemigos, aunque dormíamos de la mano si teníamos la suerte de compartir dormitorio un día por culpa de alguna visita. Yo llevaba el pelo cortado a tazón y él siempre iba pelado al dos. Nos pegábamos sustos, yo le guardaba secretos y él cantaba los míos al viento. Siempre se chivaba de todo y yo nunca aprendía a serle infiel. 

Mañana cumple... ¿cuántos eran? Si yo tengo... él cumple... ¿Veinticuatro? Una vez me dijeron: "no os peleéis tanto, un día seréis lo más importante de la vida del otro" y me pareció una estupidez monumental. Mi mente infantil pensó: "¿este ser traidor, caprichoso y que muerde será alguna vez tan importante? Imposible". La revelación que me hicieron en aquel coche, esa noche regresando de la capital, vuelve a mi cabeza mucho últimamente. 

El tiempo... -suspiro atónito-. El tiempo, la observación y mi café. 

miércoles, 19 de enero de 2011

sobre hacerse mayor y resfriarse en la independencia


La cosa es que ya no puedes gritar en mitad de la noche para que te traigan agua, en cambio, dejas de tener miedo a la oscuridad y recorres la casa a tientas para llegar a la cocina. Hay, aunque no lo parezca, cierto placer en apoyarse de madrugada en la mesa de la cocina y beber agua mientras la luz queda entra por la ventana. Cuando vuelves a acostarte te sientes extrañamente reconfortado. 

Tampoco puedes tumbarte en el sofá con tu resfriado y esperar que el termómetro, la botella de agua, el teléfono y el almuerzo vengan a buscarte de sus respectivos lugares. El comodín familiar de pedir algo con carita de pena se ha agotado, así que montas una especie de hospital de campaña en el rincón en el que te acurrucas. Sobretodo haces unas buenas reservas de paciencia, porque si te pasa como a mí y no sabes estar enfermo, las horas se hacen interminables. Siempre hay alguien que se apiada de ti y te recomienda películas, porque en estos casos apetece poco leer, o por lo menos a mí todavía no me lo pide el cuerpo. Pero la verdad es que acabas un poco aburrido de estar en la misma posición. 

Recuerdo a mi madre mandándome de la cama al salón para ventilar y del salón a la cama para ventilar. Y las sábanas limpias a mitad del resfriado y la sopa. Por lo general aborrezco la sopa. La primera vez que me resfrié viviendo sola me acerqué al supermercado a comprar sopa de sobre, para mí fue un síntoma de que me encontraba mal. También fue la primera vez que probé la moussaka. 

No lo sé. La cosa es que hay un extraño placer en la supervivencia, lógicamente se echan de menos los mimos y el no tener que hacer nada en la casa. Pero esto de sentir que uno es medio capaz de cuidar de sí mismo, también genera cierta satisfacción. Estornudas y te sientes un héroe anónimo. 

jueves, 13 de enero de 2011

conducir a casa


Cuando salgo de trabajar, el sol ha colonizado ya el mar y las montañas, verdes y húmedas, me aparecen salpicadas de los primeros almendros en flor, lo árboles de palomitas. El agua corre por los lados de la carretera y, en cierto momento, incluso atravieso un riachuelo. Llevo las ventanillas bajadas y voy cantando cualquier cosa, con las gafas de sol, contenta de volver a casa, preguntándome qué prepararé de comer o imaginando cómo serán mis tardes. 

Me gusta que mi primera imagen al atravesar las puertas con rumbo a la calle sea el mar. Un mar horizontal e inmenso, a veces coronado de nubes bajas, a veces simplemente surcado por barcos inmóviles. Y después, antes de él, todos los pequeños montes y valles que contemplo desde esta altura. 

El camino a casa se convierte así en casi una aventura, en lugar de elegir la carretera convencional, la que llega directa de rotonda en rotonda, elijo la carretera de curvas, la que transita entre casas y bosque, llena de cuestas y umbría o pleno sol. Es una suerte de limpieza, una oportunidad de desconectar del mundo gris del instituto, de seleccionar los datos del día y concentrarme en la risa de los niños, en sus ocurrencias, en su manera de saludarme por los pasillos. También me ayuda a recordar el verano, a imaginarlo, a escuchar la sal en mi piel reclamando un todavía. 

Salir de trabajar y conducir a casa se convierte la mayoría de las veces en una acción de gracias. 

lunes, 10 de enero de 2011

y en mi casa crecen flores


Vuelvo con las maletas azules y la piel helada. Vuelvo y la casa me recibe con una flor nueva en la mesa de los libros apilados de poesía. La luz entra tibia por las rendijas de las ventanas y mi cama es blanca, como el tiempo que queda todavía. Empiezo una nueva moleskine a la sombra de una capilla. Ya no me cocina mamá. Pero tú estás tan cerca que resplandezco. Llueve por las tardes, se amanecen soles impertinentes en mi balcón naranja. Vuelven las viejas costumbres, las voces cotidianas, el café a la orilla del mar y los almuerzos compartidos, todas esas cosas vuelven conmigo. También la lista de tareas pendientes, el desorden, la compra de la semana y el trabajo. Pero ahora da igual, ahora tengo sueño y estoy cansada del primer lunes real del año. El sofá luce una manta burdeos que mamá ha tejido para mí. Todavía tengo que recoger los adornos de navidad y preparar las macetas. Pero antes tengo que descansar. 

viernes, 7 de enero de 2011

6Remington Noiseless6


Y los reyes magos, que me conocen muy bien, dejaron una caja muy grande, muy grande, que yo pensaba que era una aspiradora nueva. Pero entonces me libré de mojigaterías y la abrí la primera. Allí, entre el cartón y las burbujas estaba Remington Noiselees 6, mi querida, queridísima nueva máquina de escribir. Aunque no es nada nueva, porque los reyes la encontraron en un anticuario que contó que pertenecía a un desconocido escritor inglés. Yo la miré con ojos sorprendidos y ella se mantuvo en silencio. Creo que el amor a primera vista se parece mucho a esto. Suena a magia cuando le acerco los dedos, las dos tiritamos de placer. Ella susurra palabras entre letras y yo canturreo imaginando que el espíritu del escritor desconocido me posee y comienzo a terminar sus historias sin saberlo. 

miércoles, 5 de enero de 2011

queridos reyes magos


El año pasado diluviaba el día de su cabalgata y eso estaba bien, es decir, compensaba o ayudaba o cualquier cosa. Escribí un cuento sobre un monstruo que tengo y mi madre se enfadó porque no estaba lista a la hora de la cena. Como ustedes saben, desde que les hacemos un poco de sombra con el "amigo invisible" tenemos una cena especial en casa tras la cabalgata, pero como no hubo cabalgata perdí la noción del tiempo -el tiempo...-. Mi hermano también se enfadó, me parece, porque para él es una noche muy especial y emocionante y yo no tenía ni pizca de ganas. Mi padre no dijo nada, gracias a Dios. 

Este año hace mucho sol, ya se habrán dado cuenta mientras ultiman los detalles. Mis abuelos están en casa, revoloteándome encima de los hombros cada vez que decido ponerme a hacer algo creativo en la cocina. Me desesperan un poco, mirándome atentos, corrigiendo si hago algo como no esperan. Pero están aburridos y trato de respirar y ser agradable y buena nieta. Como sus majestades me conocen, saben que me cuesta muchísimo esfuerzo y que al final me sale regular. 

Mi madre hace lentejas, queridos reyes magos y mi hermano está encerrado en su cuarto ultimando algún regalo. Mi padre trabaja. Yo estoy tumbada en mi cama para dominar el mundo. Esta noche Javi ha quedado para cenar y Marta no está para ir a la cabalgata. Yo sé que recuerdan mis gritos de "Baltasar, que soy la presidenta de tu club de fans" y que agradecen todos los años que he trabajado repartiendo regalos a su salud. Por eso quizá lo entiendan a medias. Pero pienso limpiar mis zapatos y dejarlos bajo el árbol, junto a la ventana, como cuando era pequeña y me echaba mucha colonia a la hora de dormir por si me dabais un beso al pasar por casa. 

No piensen que me he olvidado de pedir, es sólo que este año estoy poco pedigüeña. Todo lo que venga, bien vendrá. Ustedes me conocen, saben bien lo que necesito, a veces mejor que yo. 

¡Muchas gracias y feliz tarea!

domingo, 2 de enero de 2011

las historias de mi abuela


Mi abuela Enca cuenta de vez en cuando historias, como quien no quiere la cosa, le vienen a la cabeza mientras comemos o mientras estamos haciendo cualquier cosa, y te cuenta historias de cuando vivía en Almería o de cuando conoció a mi abuelo o estaba a punto de morirse. Escuchándola comprendo partes de mí. Descubro por fin de quién viene esta manía por la exageración, por el contarlo todo y por convertir cualquier anécdota en un hecho digno de narrar. Me gusta cómo recuerda en voz alta mi abuela, lo cuenta todo riéndose, hasta las cosas más terribles. El paso del tiempo le da cierta inmunidad, supongo. 

Mis abuelos llevan unos días en casa, para pasar la nochevieja y quizá los reyes. Mi abuelo está dormitando prácticamente todo el tiempo en el sillón, casi no quiere pasear y está triste. Le han quemado unas manchas en la cabeza y se le han quedado muy feas, además la crema se las empeora y parece que va a hacer una película de zombies de serie b. No me gusta verlo tan triste porque es una de mis personas preferidas, pero tampoco sé esta vez acercarme a él. Mi abuela, sin embargo, está más pizpireta que últimamente, será porque ha venido del borde de la muerte, ha tenido el estómago malo y como es tan exagerada ya se veía con el Altísimo. Así que ahora está en activo, preparando comidas y contando mil historias. 

Hoy la senté después de la cena a la mesa de la cocina y le fui pidiendo que me relatase las historias de sus abuelos. El abuelo Miguel y el abuelo Manuel, los dos viudos por culpa de una gripe horrible -ella cree que de 1919- y los dos vueltos a casar, el primero con la chacha y el segundo con su cuñada dos veces viuda. 
 -¿Qué historias, verdad niña? -me dice mi abuela mirándome teclear como las motos en el ordenador para no perder detalle-. Ahora las cosas no son tan complicadas.

Los recuerdos de sus abuelos se mezclan con los de su niñez y el colegio, con las habladurías de la gente del pueblo, con los desamores de sus maestras o la casa de tres pisos del sastre, con la papelería del centro de Almería o la funeraria de aquel pueblo perdido. 
 -¿Te cuento mis reyes? -me dice cuando ya habíamos terminado- Es que siempre me acuerdo por reyes -, me ha contado la historia muchas veces, creo que todas las navidades, pero yo me hago de nuevas porque me encanta escucharla hablar y porque está contenta-. En guerra, sería el primer año o así, el caso es que tocaron a media noche las sirenas de alarma y me despertaron para irnos al refugio y yo me vi rodeada de juguetes y me agarró mi padre liada en la manta... Me pasé toda la noche llorando en el refugio porque había visto mis juguetes y no los podía tocar. Aquel día fue una matanza increíble, un barrio entero liquidaron a cañonazos y yo llorando por mis juguetes -lo dice como sólo puede decirlo una niña que ha vivido algo así y que lo comprende años después con mente de adulta que ha vivido la catástrofe protegida-. Hasta que no volvimos del refugio no pude yo jugar con mis juguetes, cachi en la mar…

Y se ríe. Se ríe como cuando nos cuenta ahora lo que está descubriendo de los musulmanes con una telenovela. "Alá te bendiga" nos dice desternillada de risa cuando brindamos en la comida. Y es que mi abuela es un caso, ella sola se merecería una novela o dos. 

(bua, sale muy desmerecida en la foto, mañana le hago una yo que le haga justicia)