Descubrí a Quique González cuando mi hermano irrumpió corriendo en mi cuarto para ponerme una canción. "Aunque tú no lo sepas" despertó algo dentro de mí que conectó sus letras con mi manera de sentir.
Esa Navidad, Javi me regaló toda su discografía y unas medias de rayas. No sé durante cuántos meses sólo escuché a Quique. No sé durante cuánto tiempo le puso voz a mis vivencias y, ahora, cuando lo escucho en el último disco, siento todo lo que tengo por vivir, todo lo que se rompió, lo que está por romperse y lo que va a sobrevivirme.
Su voz se hace con los rincones de mi casa, con los rincones de mi cuerpo. Parece que me conociese como los poetas. "Nadie puede contigo", me canta, "nadie puede salvarte y te daba la impresión de que no iba a dejarte a ti".
Hay una frase por canción que me dedica a mí, podría coleccionarlas todas y hacer mi canción, describirme con sus palabras rotas con aire a Madrid y a local lleno de humo. Sólo lo he visto una vez en concierto y no me atreví a gritar por mi canción preferida en aquel teatro pequeño. Yo me abrazaba las rodillas y él lucía unas gafas de sol para ocultar sus ojeras.
Siempre me avergonzó conocer a los autores de mis letras preferidas, no hubiese encontrado nada inteligente que decirle, porque ¿cómo corresponder con una frase el mundo de palabras que desencadena dentro de mí cada vez que coloniza mi vida con su música? Así que lo dejé pasar y me llevé en el bolso su discografía.
Recuerdo que Roberto siempre decía: "¿que vaya yo a pedirle un autógrafo? ¡que venga él a buscarme!". Lo mío no es tan de película, nunca me sentí tan importante. Me sorprende esta conciencia mía de lo minúsculo...
"Si vuelves a pensar en mí, ya no estaré en aquella ruta, ni haré una hoguera con tu corazón".
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