martes, 3 de noviembre de 2009

hacer las paces


A veces se echa de menos a la seño que te obligaba a acercarte a tu enemigo para firmar una paz de recreo con un abrazo infantil. Se echa de menos que te pidan las palabras mágicas, porque ya no creemos en nada. Se echa de menos la ternura, simple y llanamente, la que arrasa las puertas y los instintos, la que destroza fronteras y despinta uniformes.


Vestimos demasiado de lo fácil, de cerrar puertas, de analizar al otro para encontrarle la metralla en el centro de la boca.


Pero la boca se creo para hablar y firmar besos.


Adrián trabaja toda la hora recordándome su esfuerzo. Está acostumbrado a que no lo perdonen, a que lo encasillen y lo juzguen como el más revoltoso de la clase. Hoy sólo tengo las ovejas negras y se defienden con sus lápices completando ejercicios sin hablar. La música de mi ordenador llena el aula vacía. Él es el primero. Recuerdo que tengo, de mi visita a Madrid, una bolsita de chucherías. Así que decido asaltar sus prejuicios, abro mi bolso y cojo su premio.

-Adrián -lo llamo desde el otro lado de la clase y le lanzo el sencillo regalo que no espera.

-¿Esto qué es, maestra? -desconfía mientras vuela el paquetito y suena contra su mesa.

-Por terminar el primero -explico con una sonrisa enorme y vuelvo a mi mesa sin hacerle caso. Sé que si le atiendo demasiado, creerá que lo estoy comprando, desconfiará de mis intenciones, se sentirá frustrado. Y yo quiero que se sienta grande, que sepa que lo quiero, aunque le regañe.


Adrián reparte los caramelos con todos sus compañeros. No es egoísta, los comparte todos, y eran pocos. Corrijo un nuevo examen cuando lo escucho decir:

-¿Alguien tiene fiso?

Levanto la cabeza y lo veo con el trozo de papel que envolvía las chucherías en la mano. Está precioso con sus ojos claros perdidos de emoción. Me pregunto si alguna vez se habrá sentido favorito y se me rompe un poco el corazón.

-¿Para qué quieres fiso? -le increpa marimandona Cristina.

Adrián se encoge de hombros, se siente incómodo, no quiere mostrar debilidad.

-Para pegarlo en su carpeta -explico con una sonrisa, defendiéndolo con chulería.

-¡Claro! -se alegra él-. Para tenerlo de recuerdo... de la seño...



(Qué repetitiva soy, pero qué fácil, qué terriblemente fácil hacer felices a los demás... ¡Qué horror! ¿Por qué nos cuesta tanto? Explícadmelo).

1 comentario:

FeoMontes dijo...

Es más fácil hacer felices a los demás que a uno mismo. Eso sí que está falto de explicación.