Madrid existe por Marta, si no, seguiría siendo simplemente la capital, no importaría nada. Sería anecdótico y conceptual.
Por cambios de planes inesperados, Antonio y yo acabamos montados en un coche de camino a Marta. El viaje nos ofrece la posibilidad de ponernos al día, llevamos a nuestro laboratorio del cotilleo cada detalle y compartimos risas y reflexiones mientras las luces de los coches parpadean en la carretera. La entrada a Madrid vuelve a ser por subterráneos, pero la duda acaba en el número exacto.
Marta prepara una cena exquisita con un aperitivo que le cuesta un duro trabajo de fermentación de quesos. Hacemos planes, nos contamos, mirándonos a la cara, las nuevas noticias y sin casi darnos cuenta es hora de acostarse. Dormir en el cuarto de Marta es susurrar, reír y soñar, es mirarla mientras lee poesía y saber que tienes la culpa. Es sentirme en tierra.
Para disgusto de Pablo, retrasamos muchísimo el despertarnos, apagamos las alarmas y nos damos la vuelta, las duchas se hacen entre anécdotas y llegamos tarde a la cita. Marta me tiene preparada una mañana de librerías y descubrimientos. Encontramos libros fascinantes, no sé a dónde mirar, las libretas, los colores, las ilustraciones y las frases nos llaman a hacer proyectos mientras Pablo y Antonio aguantan estoicos nuestras aventuras. “El amor también puede ser utilizado para calzar una silla” o cuadernos con líneas dobladas, libretas japonesas o nuevos pasaportes y bolígrafos como pincel para probar con palabras nuevas.
La llamada de Rubén llega cuando estoy eligiendo su regalo en La Casa del Libro. Vamos a volver a encontrarnos, vamos a romper esa frontera imaginaria, ese vértigo que he sentido pensando en estar con él de nuevo. Siento que se me agarra un miedo pequeño en el estómago hasta que lo veo esperando en la esquina de la calle, hasta que nos abrazamos y somos nosotros, los de siempre, haya pasado lo que haya pasado. Es Rubén. Es mi Rubén. Comemos todos juntos en un mexicano, nos reímos y nos ponemos tímidamente al día, andando en el campo de minas de nuestros recuerdos, con mucho cuidado. “Que no pase tanto tiempo” o “que la siguiente sea antes” son las frases con las que nos decimos adiós.
La tarde del sábado está llena de fotografías, de boca de Marta mientras pinta y trabaja, de Antonio leyendo en el sofá y la luz de la ventana. Pablo nos trae la botella de vino y tras brindar y cenar cogemos un metro para encontrarnos con Nacho e Isra. Volver a verlos después de tantos meses, después de haber compartido tanto con ellos me llena de alegría. Los abrazos son como si no llevásemos ni dos días separados y pronto llegaron las risas por las anécdotas del portátil rosa, por los chistes, los patines y la pesca. ¡Qué lejos estamos y qué cerca!
El domingo amanece con una Marta escapando con prisa hacia el trabajo. Antonio y yo aprovechamos su ausencia para acercarnos al Prado, pero nuestro paseo acaba en los Jerónimos escuchando hablar de los pequeños milagros, de los fantásticos regalos que recibimos cuando una persona genial se nos cruza en la vida. Y yo me sentí millonaria en amor, millonaria por todo lo que tengo. El sol nos acompañó de vuelta a casa y viajar en metro me volvió a llevar al Londres que conocí.
Comemos con un amigo de Marta que me sorprende por su transparencia y nos reímos recordando anécdotas de la infancia, los traumas y las peloteras, mientras descansamos hasta que vuelve Pablo. Intento concentrarme para corregir exámenes, pero comienza a dolerme la cabeza. Es una idea genial que comience a dolerme la cabeza porque me gano un supertratamiento relajante de los de Pablo y me quedo amodorrada en el sofá pensando lo bien que se está cuando se está con Marta.
Ahora escucho las conversaciones en el sofá. Nos sentamos en el salón con los compañeros de Marta. Las conversaciones vuelan de las rodillas al deporte, de los vuelos, a las macetas, de las manualidades a la educación. Miro a Marta en su contexto, la imagino en su día a día, evalúo si van a cuidarla como yo quiero, si son conscientes del milagro con el que viven.
Siento cerca las despedidas y decido dejar de escribir. Mejor no hablar de las cosas tristes, como tampoco hablé de las ausencias. Mejor mirar la luz mientras se pueda.
1 comentario:
Hasta aquí te sigo...
saludos y un besazo.
Publicar un comentario