martes, 24 de noviembre de 2009

A veces me frustra ser un animal de costumbres

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El jueves pasado terminé el penúltimo bloque de mi cursillo de paciencia, empecé un aprendizaje a prueba-error.

Marta tiene miedo de que no esté avanzando. Este fin de semana me lo confesaba, temía que me hubiese detenido, que hubiese parado de crecer. Pero no me siento parada, sólo noto que ahora todo es más microscópico.

Volver a ganar kilos, volver a reír, volver a escribir, volver a soñar, volver a amar… Todo eso se ve a la primera. Todo el mundo se da cuenta.

Cuando tiemblo por un miedo tonto y me lanzo a la batalla contra mí, cuando doy un paso valiente, cuando tengo que atajar todas mis ganas de rendirme y me aprieto el pecho, cada una de esas veces, se produce un cambio casi imperceptible.

El sábado Estrada nos comentaba que los demás nos definen, nos miramos en el espejo que los demás son y nos enfrentamos a nosotros mismos. Yo me siento caleidoscópica, me estoy descubriendo en imágenes proyectadas en los que amo. Por eso descubro también versiones que no me gustan, y descubrirlas es ya un cambio milimétrico para seguir.

Sé que ando de la que era a la que voy a ser justo en el momento en que me libere de las imágenes viejas, de las antiguas costumbres que ya no me sirven para nada.

A veces me frustra ser un animal de costumbres. ¿No podría ser tan fácil como ver el archivo dañado y borrarlo? ¡Qué complicado lo hago todo en este mundo de palabras!

-No seas tan dura contigo –se queja Marta antes de marcharse.

Y quizá eso sea algo también a corregir.

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