jueves, 5 de noviembre de 2009

los jueves por la mañana terminan en tardes interminables


Echaba de menos el aire frío de Alcalá y hoy, al salir del trabajo por la noche, me tropecé con las corrientes heladas que anuncian el otoño.


Ha sido un día más. Limpieza, puesta en orden, largas conversaciones, lavadoras, exámenes que al final no se realizan, complicidades, enfados, cansancio. Poco a poco la monotonía se hace con todo, regalándome mis tópicos, como el hombre de mono azul en bicicleta que me cruzo todos los días a las tres de la tarde, como los nombres de los alumnos que siempre vienen.


Esto no es Alcalá, el frío no obliga a buscar los abrigos ni hay que ir siempre armado con un paraguas. No conozco a mis compañeros ni me he enamorado de un camarero, el café no viene a buscarme a las seis de la tarde en Casablanca ni juego largas partidas de trivial mientras nieva fuera.


Pero estoy bien, aprendo cosas nuevas, hay una calma sin emoción que agradezco. Y la monotonía de los jueves a las diez, cuando salimos cuatro gatos a buscar un tema de conversación sin sacar las uñas.

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