Mi abuelo murió cuando yo era muy pequeña, pero guardo recuerdos suyos que me asaltan en estas calles que le pertenecen.
Después de hacer la compra, de dejar el encargo de que me lo lleven a casa como si fuese una dulce señorita, me dirijo al instituto por un camino nuevo. Nuevo y viejo, porque conforme me voy familiarizando con los naranjos y las casa blancas, me voy haciendo consciente de que mis pies pasaron por estas aceras, hace muchos años, cuando aún andaba de la mano por necesidad -justo como ahora-. Me doy cuenta de lo lejos que debía parecerme aquel barrio del de mi abuelo, busco con la mirada el puesto de chucherías y un perro negro me mira con ojos profundos, disimula un poco y decide seguirme.
Es extraño seguir teniendo tan presente a mi abuelo Juan. Ayer recordaba aquel libro de cuentos que me mostraba con sus manos arrugadas y podía verlo a contraluz frente al balcón del salón. Sé que si hago un esfuerzo podría recordar el tono de su voz entrecortada, el olor de su chaqueta marrón, las cosas que me contaba mientras paseábamos por este pueblo para vivir las aventuras que preparaba para mí. Es raro no guardar recuerdos de mi abuelo Andrés durante esa época inicial, sólo recuerdo a Juan llevándome a la pequeña bodega de la cochera, cogiendo naranjas de los árboles para mí, comprándome caramelos en la plaza, con su ceño fruncido y mi camión de bomberos.
A veces me pregunto qué pensaría él de mí. Sé que tenemos muchas cosas en común y que me devocionaba. ¿Cómo habría vivido conmigo estos años?
Me resulta algo incomprensible este sentirlo tan cerca aquí, el echar de menos a alguien que no conozco.
Después de hacer la compra, de dejar el encargo de que me lo lleven a casa como si fuese una dulce señorita, me dirijo al instituto por un camino nuevo. Nuevo y viejo, porque conforme me voy familiarizando con los naranjos y las casa blancas, me voy haciendo consciente de que mis pies pasaron por estas aceras, hace muchos años, cuando aún andaba de la mano por necesidad -justo como ahora-. Me doy cuenta de lo lejos que debía parecerme aquel barrio del de mi abuelo, busco con la mirada el puesto de chucherías y un perro negro me mira con ojos profundos, disimula un poco y decide seguirme.
Es extraño seguir teniendo tan presente a mi abuelo Juan. Ayer recordaba aquel libro de cuentos que me mostraba con sus manos arrugadas y podía verlo a contraluz frente al balcón del salón. Sé que si hago un esfuerzo podría recordar el tono de su voz entrecortada, el olor de su chaqueta marrón, las cosas que me contaba mientras paseábamos por este pueblo para vivir las aventuras que preparaba para mí. Es raro no guardar recuerdos de mi abuelo Andrés durante esa época inicial, sólo recuerdo a Juan llevándome a la pequeña bodega de la cochera, cogiendo naranjas de los árboles para mí, comprándome caramelos en la plaza, con su ceño fruncido y mi camión de bomberos.
A veces me pregunto qué pensaría él de mí. Sé que tenemos muchas cosas en común y que me devocionaba. ¿Cómo habría vivido conmigo estos años?
Me resulta algo incomprensible este sentirlo tan cerca aquí, el echar de menos a alguien que no conozco.
1 comentario:
El otro día escuche en una cinta de magnetófono antiguo de esos de circulares, que aparecen en la spelículas de los años 60, una grabación de mi abuelo, aficionado al cante flamenco... ná... se me pusieron los vellos como el papel de lija... Me los ha hecho recordar de nuevo. Gracias.
Saludos y un abrazo.
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