Inma comienza a chinchar mientras Maria José escucha mi fin de semana. Ayer me contó ella, en un descanso en copistería, cómo le fue su aventura de conciertos y confesiones, hoy me tocaba a mí describir mis andanzas. Es jueves y no vamos a salir, así que no tendremos la excusa de una copa para ponernos al día y abrir las puertas al nuevo fin de semana.
-¡No te juntes con Patricia, que es muy mala influencia! -grita Inma desde la mesa.
Me hace gracia que desde el primer día me llame por mi nombre y me trate con tanto desparpajo. Maria José no le hace caso y sigue escuchando.
-¿Pero qué pasa? -pregunta Conchi, que siempre se interesa por mí y por mis cosas.
-¡Que cuando Patricia y Maria José se ponen en camarilla puede pasar cualquier cosa! -se burla Inma llamando mi atención.
No sé por qué me lanzo a por ella, todavía no tenemos ese grado de confianza, pero por lo poco que he aprendido, sé que el contacto físico la intimida mucho, así que aprovechando que estoy de pie, abro los brazos y me voy acercando poco a poco a ella para darle un abrazo. Me da mucha risa ver cómo se va encogiendo cada vez más hasta esconder la cabeza entre los brazos. Ni siquiera me hace falta tocarla, ya está hecha una bolita de nervios y miedo. Le doy un beso en el hombro que no ha cubierto de protección y la escucho reírse mientras me alejo.
-¿No decía yo que tenía peligro? -comenta con su voz ronca y divertida.
Poco a poco me voy a haciendo un hueco. Sé que soy la chica y me tratan con condescendencia. Pero ya estoy convirtiendo en tradición leer los horóscopos a primera hora de la tarde y todos reclaman mi atención para que les responda a la suerte. Poco a poco va siendo más fácil llegar por las tardes y sentirme cómoda, sentirme partícipe de todo.
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