lunes, 18 de enero de 2010

modernismo y buen amor


Tengo una clase de vampiros que me van desangrando la paciencia, la pasión y la poesía.

Me miran, apáticos y tristes, mientras hablo emocionada de la crisis de fin de siglo que daría luz al Modernismo y a Darío. He pasado una mañana trabajando en material con el que motivarlos, he releído eligiendo poemas para crear una antología que los interrogue concretamente a ellos. Y he llegado a clase con el alma ilusionada, recordando que fue el primer encuentro con la literatura que viví el año pasado con mi tutoría, recordando nuestras lecturas al sol y la curiosidad que despertamos juntos.

Pero esto no es Alcalá.

Me siento una torturadora mientras hablo y observo sus caras de hastío. Poco a poco me van mermando las fuerzas y lo que era una explicación llena de exclamaciones sorprendidas, de ritmo, de alegría, de gestos y expresión, se va convirtiendo en un sabor amargo entre mis labios.

Me siento incapaz de recitar a Rubén Darío, es más, no lo merecen. No merecen que resuene la voz del poeta en este aula rancia por su aburrimiento crónico, por su desencanto constante por la vida.

¿Qué siente esta generación? ¿Qué late entre sus costillas?

Estatuas mudas, rostros impasibles, apagados a cualquier tipo de comunicación.

Salgo de clase desnutrida y me dirijo desanimada al aula de primero de bachillerato, suponiendo que, igual que las semillas más fértiles no han tenido fruto en segundo, los próximos alumnos serán incapaces de disfrutar de la literatura medieval que es mucho más complicada y aburrida, más distante de lo que sienten y viven.

-¡Profesora! –sonríe Isaac desde el fondo de la clase-, ¡conseguí el libro del Cid! ¡Es muy difícil, pero me gusta!

Y me despierta, y les hablo del Buen Amor como si les estuviese descubriendo la panacea, y sus ojos me siguen, y responden y preguntan y se ríen cuando descubrimos en los textos las ideas del Arcipreste. Entonces todo vuelve a tener sentido y descubro que a ellos sí podré salvarlos, que los engañaré, que les llenaré la mente de poesía.

Y descubro también que a los otros los cumpliré con apuntes y los examinaré pronto.

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