miércoles, 4 de noviembre de 2009

dónde colocar el amor cuando no sirve para nada


¿Cómo le explico a Carolina que no debe sentirse avergonzada, que no tiene la culpa, que no debe condenar al fracaso la emoción que experimentó sólo porque él no supiese valorarla?


Conocí a Carolina cuando empezamos a dar traspiés en el teatro. La recuerdo con su pelo largo y su ropa hippie, su sonrisa enorme y las ganas de divertirse. La primera vez que hablamos de verdad de mujer a mujer fue cuando nos sentamos juntas sobre uno de los cajones de Cabaret porque la directora había tirado por tierra todo su trabajo del año con una frase el día del estreno. Sé de quién estaba enamorada Carolina entonces y cuánto le dolió el fracaso.


Después comenzamos a estudiar juntas, en la facultad de magisterio, porque nos quedaba cerca de Peritos para los ensayos de las tardes y porque nos gustaba vernos. No se me olvidará jamás aquella tarde en que la paleografía nos llevó a hablar de amor y nos descubrimos igual de estúpidas. Por aquel entonces ya se había cortado el pelo y preparábamos un texto de Woody Allen mientras yo me lanzaba en los descansos a la carrera hacia el hospital de al lado, para ver si Rubén se había recuperado de una falsa alarma de meningitis. También sé quién ocupaba el corazón de Carolina, quién lo rompió.


Íbamos a vestirnos de novias cuando conocí al Chico del Jersey Rojo. Estudiábamos todos juntos en la segunda planta de la biblioteca del campus. Charlábamos, inventábamos y descansábamos más de lo que estudiábamos. Yo renombraba a todos los asiduos a la sala, inventaba cuentos sobre ellos que escribía mientras los demás memorizaban biología, historia medieval, matemáticas o sistema de datos. En las pausas, leía en el corro mis encontronazos con el amor de mi vida, atado a un cascabel y a una sonrisa perfecta. Recuerdo las risas de Carolina cuando él se sentó cerca la primera vez. Recuerdo a Carolina con el vestido de novia y las botas moradas en su entrada al escenario. Sé a quién amaba entonces y quién a ella no.


Carolina sacudió mis debilidades con su ternura cuando Valle Inclán me destrozó el amor y descubrió mis debilidades. Recuerdo las campanas, el velo de novia, la cárcel. El descubrimiento más feroz y desgarrador de mi vida. Carolina me acogía, con paciencia. Ojalá hubiese sido ella Mari Gaila, ojalá me hubiese librado yo de aquellas verdades encerrada en el abrazo de Jesús poco dispuesto a querer. Sé cómo soñaban las manos de Carolina, cómo se rompían a veces sus murmullos.


Fuimos soldados y aprendimos esgrima, con coletas altas y ensayos a deshora, con bibliotecas sin chicos del jersey rojo. Yo me hice de hielo después del miedo, me volví inasequible. Lloré desconsolada en las escaleras y volví con ella, en los descansos, a dejar entrever alguna tecla pulsada del dolor que me asediaba. Carolina compartió palabras, hizo bailes, rió y reímos. Pronto se iba a acabar todo, su sueño se hacía realidad, era lo único que iba a importar.


La graduación de Carolina conducía a Málaga, a la escuela de arte dramático. De pronto era todo fuerza y brillo, luz, ilusión. Recuerdo llamarla cuando salía el resultado de las pruebas, recuerdo su loca ilusión, su ausencia en los primeros ensayos de aquel año cuando ya no éramos los mismos, cuando no podíamos escapar a Huelva para bañarnos desnudas en el mar o gritar en un autobús de madrugada de camino a Burgos.


Después yo dejé el teatro. Y a Carolina. No sé muy bien por qué, son las cosas tontas de la vida. Perdí las cuentas de los saltos de su corazón y de sus caídas. Nos veíamos de vez en cuando, en una firma de libros aparecía aunque estuviese recién operada, brindábamos en un bar de mala muerte porque había venido con Chica, cruzábamos cuatro confesiones y nos queríamos como siempre, pero menos seguido, supongo.


En mayo me acerqué al estreno de la obra de mi grupo de teatro. Carolina, todas estaban allí. Al principio nadie me creyó. Luego todas acudimos al servicio y me abrazaron, me miraron de cristal y las eché de menos, como nunca. Después volví al silencio. Por esas tonterías de la vida, Carolina y yo nos encontramos hace dos semanas a través de las palabras. Supe de quién estaba enamorada. Recé para que no le rompieran otra vez su corazón de mermelada.


Pero yo no sé qué más tiene que aprender mi pobre niña. ¿Cómo le digo dónde colocar el amor ahora que no le sirve para nada?

2 comentarios:

FeoMontes dijo...

Sin rodeos: acabo de leer uno de los relatos más bonitos de mi vida. Felicidades, a ti y a tu amiga. Tiene quien escriba de ella...

MâKtü[b] dijo...

¿como decirselo? Pues supongo que bastara con leer esto, o mejor no decir nada, lo desechara cuando lo encuentre inservible...

Hermosa amistad, lástima que no sea tan seguida, como dice un amigo mio "people always leave"

pdt: los de magisterio somos muy teatreros, comprobado xD