Ana se ha tropezado la felicidad donde más miedo le daba encontrarla –confieso que yo también-, pero ha decidido ser valiente.
Ha decidido arriesgarse, salir a ganar.
Eso no quiere decir que no tenga miedo, que no se proteja, que no cuide su espalda; porque la verdad es que Ana siente que, si esto se vuelve a romper –y es una realidad a la que ni siquiera es capaz de asomarse-, su corazón quizá no aguante más oportunidades. Esa es la razón de que Ana dude e intente ser justa, de que elija el número tres sin darse cuenta cuando debería pelear por el número uno con uñas y dientes.
Cuando nos enseñaron a sumar, nos enseñaron a esperar sentadas a que el amor irrumpiese como rana o príncipe en nuestras habitaciones de palacio. Y Ana se vistió de amazona para comerse el mundo –benditas enseñanzas de femme fatale y chica tonta, pequeña…, ¿quién me mandaría?-.
Pero ser amazona no significa ser invicta, Ana lo sabe por sus cicatrices –yo lo sé por las mías-. Por eso a veces Ana necesita que le prometan que todo irá bien, que le aseguren que ya no hay riesgos, que puede confiar de nuevo en él –ese al que le partiré las piernas como se relaje un poco, porque la estoy animando a escucharse y a ser fiel a sí misma, y como…-.
Ana me dice, simplemente, “estoy tan feliz…” y se enciende una luz en mí para volver a creer en algo, aunque no sé muy bien en qué.
3 comentarios:
Morir en el intento y seguir creyendo, ahí también radica la belleza. Encendamos una vela por Ana.
Un gran abrazo
Ni con bonos, ni nada. La felicidad viene sola si a ella le da la gana... es lo que hay.
Saludos y un abrazo.
os siente libres a las dos, y a mi me parece lo más hermoso...
jamás capituleis...
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