martes, 19 de enero de 2010

nos salvó sonatina

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Entro a clase desinflada, sabiendo que nada va a funcionar. Contagiada de su apatía, dejo la carpeta en la mesa, esparzo los papeles, los escucho sentarse pesadamente, sin abrir las mochilas, recorro el camino de vuelta hacia la puerta porque nadie se ha molestado en cerrar, comienzo a pasar lista con voz monocorde y saco de la carpeta la antología.

Será una tontería, pero me parece tan atroz tratar la poesía con esta sensación gris… Diluvia fuera y ellos quieren irse a casa. No sé cómo salvaré la voz del poeta en este aula privada de emoción.

Para librarme del primer encuentro, les pido que ellos vayan leyendo estrofas de Divagación que contiene algunos de mis versos preferidos del poeta. Comienzo a corregirlos y el buen humor parece hacer su entrada en la clase despertándolos un poco cuando se critican los unos a los otros y se espolean para leer. De todos modos, es un circo y miro horrorizada que el siguiente poema es Sonatina.

-Si eres tan chula –me reta Joaquín que a veces abandona las formas sin darse cuenta-, ahora lo lees tú y nos demuestras cómo se hace.

Los observo a todos valorando si merece la pena el esfuerzo, ¿voy a dejarme la piel leyendo un poema que no les interesa? Estoy cansada y desmotivada por las clases que hemos tenido de literatura.

Pienso en la primera vez que recité Sonatina en voz alta, a un Roca abrazado a su guitarra, sentado en el suelo en la estación de autobuses de Málaga en un día de despedidas.
-Niña, léeme un poema del libro que arrastras –me dijo y yo, que deseaba compartir con alguien la alegría que me embargaba al leer a Darío, me arrodille a su lado y comencé a hablarle, olvidándome de todo, con la voz del poeta.

Así que, sentada hoy sobre la mesa del pupitre de primera fila, me recojo sobre mis rodillas y olvidándome de todo, recordando cómo Roca me escuchaba, empiezo a recitar. Y ya no estoy allí, aunque los mire, ni tampoco necesito el papel, ni que se calle la lluvia…

Cuando termino un silencio reverente se ha hecho en el aula. Rubén me mira sin dar crédito, Diego se quita las gafas, Cristina sonríe al fondo de la clase y Jose Carlos me observa tras sus ojos negros consciente de que he sido feliz por un momento.
-Como vuelvas a leernos poesía, vas a terminar de enamorarnos –sonríe Diego mirándose las manos.

A partir de ahí todo es fácil, he ganado credibilidad, no les vengo a vender teoría hueca, vengo a regalarles un poquito de lo que amo y, al parecer, hoy comienzan a entenderlo.

1 comentario:

Jesus Dominguez dijo...

Gracias por ofrecerte así a tus alumnos. Gracias y ánimo.

Un saludo

Jesús Domínguez