lunes, 13 de septiembre de 2010

un lunes llamado lunes


Colecciono, ya comenzado el curso, los tesoros del día para encontrar la paz. El verano ha sido catastrófico y divertido, emocional y lleno de descubrimientos. Pero ahora tengo que conciliar el sueño a tiempo, no me vale estar hasta la madrugada saboreando una idea, desvelarme por un miedo o acariciar los recuerdos en mi caja de milagros. Ahora toca la vida real y mi cabeza anda siempre en otra parte. 

Esa es la razón de que, al final del día, cuando mi cuerpo se acomoda en el sillón y el reloj marca el ritmo de tres años, repase distraída los mejores momentos de mi día: el café con Claudio y Belén, las vistas al mar, Pepa ronroneándome en las piernas, la empanada que sobró, Goytisolo y sus poemas, solucionar lo que llevaba pendiente, comparar un libro de cuentos y una camisa, jugar con Pablo en el coche a comer helados de tela, besar a Ana mientras se enreda en mis rizos, percibir la sonrisa de Claudia y escuchar la risa de Pedro por cualquier tontería, llegar y que Nacho no esté hablando en italiano, chillar de emoción por otros, saber que has vuelto...

Son cosas fáciles, al alcance de la mano y me pregunto cómo será ir a la cama cuando la felicidad no sea tan cotidiana, cuando venga de locura a desarmarme las trampas. 

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