lunes, 13 de septiembre de 2010

por la ilusión de un niño...


Después de dejar a Chelo en la estación, decidí que debía aprovechar el viaje y llamé a Manolo -a veces, cuando escribo cosas así, frases que os parecen sencillas, se enciende de alarmas mi estómago, es por culpa del poder de los nombres y el recuerdo, pero dura sólo un instante-. 

Conocí a Manolo y a Héctor prácticamente en el mismo paquete, pero hoy es la primera vez que quedamos por separado. Manolo y yo tenemos muchas cosas en común, a veces simplemente el sentido del ridículo o la ñoñez o la manera insolente de pertenecer a la A.I.P.B. Lo importante es que me gusta compartir largas conversaciones con él, escucharlo. Pasear hasta una tetería y descalzarnos para dejar pasar la tarde en el patio azul. 

Las palabras nos llevan por las calles del centro, de camino a la bellísima mujer malva que canta ópera con su acordeón. "¿Podemos pararnos?", le pregunto y nos detenemos a escuchar mientras el público, emocionado, se va uniendo a la contemplación de la cantante. Está revestida de paz y sonríe hasta emocionarme. Es dulce su manera de mirar el mundo, su presencia calmada en el medio de la calle. Me pregunto si alguna vez conseguiré su serenidad y continuamos caminando. 

Las confesiones nos llevan hasta una fuente escondida, quizá podríamos estar en el banco de los secretos, porque, aunque es un lugar corriente sin magia de sonidos, comenzamos a desnudar las ideas y el corazón contando viejas y nuevas batallas. La fuente nos conecta con el mundo entre los árboles y, por un momento, siento que nos conocemos de toda la vida. Manolo es una de esas personas que reciben la información con calma, sin aparentes prejuicios y, lo que es más importante, sin juicios después. 

El paseo se retoma y acabamos frente al teatro romano, apoyados en la baranda de madera, imaginando cómo sería todo si los sueños se cumpliesen a la primera. La luz es amarilla sobre la piedra y, en la quietud de la noche, vuelvo a experimentar ese vértigo aterrador que me producen todas las ruinas. la conciencia de mi poco tiempo, de mi fecha de caducidad. 

Es bonita la ciudad de noche, es genial la compañía. A pesar de todo, no puedo evitar decir en voz alta que me asusta un poco la vida real que me amenaza desde el lunes, la idea del trabajo, la pereza y la soledad que tendré que experimentar, de nuevo y como nueva, en esta casa. 

Es raro septiembre, nos decimos, demasiados pensamientos para tan poca actividad. 

2 comentarios:

Dara dijo...

una vez coleccioné frases sencillas.
(a mí me gusta septiembre)




cosquillas
en la nariz

TONY dijo...

cuando quieras repetimos...1.000 domingos más te parecen bien?.....(A.I.P.B)