miércoles, 20 de octubre de 2010

teorías tontas al volver de trabajar


Al ritmo de la ropa tendida y el té, que baja lento a conquistar el fondo de mi taza, recuerdo la enseñanza de mi madre de no buscar respuesta a las grandes preguntas. También me viene a la cabeza, y no sé muy bien por qué revestido de esa credibilidad, un comentario de hace unos días sobre aprovechar el momento. El lunes me golpeó como una piedra el estómago la idea de que el tiempo que tengo por vivir es limitado. ¡Por Dios, qué poco me lo recuerdo! Y eso que el reloj de mi casa se empeña en recordarlo constantemente en el silencio. Tic tac tic tac... ¡vive, deja de contar, experimenta, comprueba, arriesga, pártete la boca en cualquier calle, clávale las uñas a la fruta, invierte y apuesta!

Bajaba del trabajo, por una carretera de curvas entre monte y residenciales, escuchando una canción de Álvaro Laguna y, sin saber muy bien cómo, acabé reinventando una de esas teorías absurdas que se me ocurren sobre la felicidad. La cosa era, más o menos, así: cada uno tenemos una serie de monedas-piedras-bolitas (la metáfora no me acababa de convencer) que invertíamos en diferentes aspectos de nuestra vida. Cinco piedras sobre la amistad, una piedra sobre el trabajo, quince piedras sobre la familia, veinte sobre el amor, tres sobre la fe... y así sobre las cosas importantes, arriesgándonos en mayor medida en cada una de las cosas. Y, de este modo, recogiendo la felicidad que se cosecha según nuestras inclinaciones y nuestra escala de prioridades.

Me inquietaba el pensar que quizá tengo mis piedras muy mal repartidas porque a veces, qué injusta mi imaginación, todavía tengo motivos para aspirar a más. Me interrogaba a cerca de una solución, buscando la manera de reestructurar mi reparto de apuestas. Pero no he logrado autoconvencerme. Soy de las que se corrige dos días y al tercero vuelve a la misma lista de errores memorizada y aprendida. 

A veces me pierde teorizar y teorizar, buscar la explicación racional a lo que no lo tiene, justificar mis equivocaciones con escusas que no me creo ni yo. Debe ser que no he dejado de ser cuentista ni conmigo misma. ¡Qué remedio!

3 comentarios:

Lucía dijo...

El despojo de estructura no es facil, pero es necesaria, porque todo lo que se estira se arrastra, y todo lo que se arrastra se ensucia.

Besitos, linda.

DANI dijo...

Pues soñemos que las realidades son para no vivirlas, no crees??

Besos guapa

Vagamundo dijo...

Se me quedó grabado, en la piel del cuerpo y en la del blog: en el fondo, todos tenemos todo lo que nos queda de vida, por delante.

Lo malo sería tener - como algunos - una vida con un brillante futuro por detrás.