lunes, 8 de marzo de 2010

sábado sin fin


(Aviso a navegantes, aunque no quise escribir ayer por estar bajo los síntomas del cansancio, hoy escribo bajo los síntomas de un resfriado de campeonato)

Este fin de semana estuve en Madrid en la NAO (noche de arte y oración) que sirvió como escusa para reencontrarme con buenos amigos y también para reavivar mi fe.

Esta vez, Madrid eran dos calles y un teatro en semioscuridad, llovizna ligera al ritmo de cigarros y una camarera china en un bar llamado “el olivo”. En el camino los molinos de viento de tópico y kilómetros reconocidos, a la llegada abrazos y cotilleos.

Las risas estuvieron servidas con las bromas interminables sobre lo Dominique o el “toma ya” en el escenario, pero sobretodo, gracias a un genial payaso que sacó de mí, a las cuatro de la madrugada si no me equivoco, carcajadas increíbles. Me encanta poder sentirme una niña y me recordó a mi verano en Benagalbón en el taller de José Luis.

Las cabezadas de sueño se iban convirtiendo en una constante hasta que descubrí que iba a ser incapaz de dormirme y decidí recibir al amanecer con Juan y Pedro escuchando a Brotes.

El sueño hace que todo suceda como caricias entre plumas, todo es dulce por el cansancio, todo es más tranquilo y, durante la misa, siento la alegría serena mientras la luz comienza a hacer el día en el oscuro teatro.

Después llegan las despedidas, los abrazos, las promesas de futuros encuentros, las bendiciones y de nuevo el tráfico. Conduces con el ceño fruncido hasta que te rindes y Pedro me hace llegar a carcajadas a casa, cuando vuelve a llover como otra constante.

Y hoy por fin es lunes, he dormido once horas intentando calmar la sed de sueño y también a este maldito resfriado que me tiene conquistada la cabeza. Paracetamol y agua… pero sobretodo mucha paciencia.

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