viernes, 9 de julio de 2010

desubicada


El mundo gira 360º y mientras lo hace, tú no notas, aparentemente, nada. Tus pies siguen sobre la tierra, respiras, sigues siendo capaz de moverte aunque el mundo gire 360º y de pronto vivas en China o Dios sabe dónde si hacemos los cálculos. La cosa es que pasa. Cualquier día. Sin avisar. Tu mundo gira 360º. Y sigues leyendo los mismos libros y acudiendo a prácticamente el mismo sitio a trabajar. El café te sigue gustando con dos cucharadas de azúcar y los besos en la nuca, en el cuello, en las muñecas, te siguen descomponiendo. Pero está pasando, ha pasado, y tu cuerpo, aunque facilita el cambio adhiriéndose a todo lo cotidiano, no es el único que tiene que acostumbrase.

Si giras 360º a mucha velocidad te da vértigo, pero recuperas pronto el pie, es como una voltereta fugaz, tener el mundo un segundo patas arriba para después asentarte trivial sobre tu propio eje. Si giras 360º despacio, bien despacio, muy despacito, notas todos los cambios, eres consciente de todos los planos, de los milagros y las catástrofes, como si la cámara lenta de la película se hubiese hecho con tu alma de elefante y rotases un milímetro cada tres días, como Alicia cayendo por el pozo. Y resulta que girar así, también da vértigo.

A veces imaginas: "bien, por fin, acabo de llegar, deshago la maleta en tu boca, bajo tu lengua, sobre tus sueños y tus proyectos", pero no ha sonado el click universal que te anuncia que el giro ha terminado y pronto tienes que despedirte. Hasta que piensas de nuevo que tus pies se han detenido: "menos mal, ya era hora, estoy cansada, que me quemen la maleta, todo nuevo, quiero recostarme en tu espalda para contemplar las constelaciones desde el hueco donde anido", pero las estrellas no han dejado de moverse contigo y debes girar, tienes que girar de nuevo.

Desubicada. Con un anhelo heredado del momento en que tus antepasados dejaron de ser nómadas para soñar con hijos, con el peso del vacío en el centro del estómago y la conciencia de la línea que han sido los minutos de tu vida que te han traído hasta aquí. Y te gustaría preguntar como una niña "¿cuánto queda?" en el asiento de atrás, pero vas conduciendo. Presa de esa intensidad mientras los dados parpadean sobre la ruleta, mientras la peonza no termina de rotar, mientras la flecha se mueve contoneándose hacia la manzana sobre tu propia cabeza. "¿En qué grado andaré a estas alturas?". "¿Se ve ya la muralla China desde aquí?".

Milimétrica. Segundera. Sobreviviendo al cambio con el vértigo de aceptar cada minuto que trae lo que Dios quiera, a veces demasiado concentrada en mirar al horizonte, tropezando con todas las piedras. A veces coleccionando tesoros en el mar y mirando en el espejo del ascensor cómo se me riza el pelo, mientras el lector de poesía de la esquina de los muertos susurra versos de García Montero, y Juan y Leticia aguardan a que su giro traiga a la luz a Juan.

(No se lo digas a nadie, pero a veces me siento la narradora más afortunada de la historia contemplando el mundo como si yo sólo tuviese que copiar. Es la mejor manera que tengo, por ahora, de respirar cabeza abajo)

2 comentarios:

Rizar el rizo dijo...

Pues sigue respirando cabeza abajo por que ves el mundo de una manera maravillosa. Cuántos giros da la vida, cómo somos capaces de recuperar el equilibrio, de adaptarnos a los cambios, de contemplar y escribir... Te has lucido

cuadernodebitacora dijo...

He sentido muchas veces lo que cuentas, empeñada en trazar una línea recta, la vida no ha hecho más que decirme a gritos que su torrente y las direcciones que dibuja son los que mandan. Sigo pretendiendo tener el control de las cosas, pero cómo no vamos a estar desubicados si el universo se está expandiendo, estamos siendo transportados en un vehículo sobre una gran autopista llena de más vehículos alejándose unos de otros. Dentro de muchos años veremos un cielo sin estrellas por que estaremos todos muy lejos de todos. No somos el centro del universo y en esa pequeñez de nuestra existencia debería radicar nuestra liberación no nuestra angustia existencial