martes, 13 de julio de 2010

libélulas verdes


Hace algunos veranos, paseando con Gastón por Portobello un sábado de mercado, descubría un puesto lleno de sellitos de madera y me enamoraba de una libélula modernista carísima que no me podía permitir comprar. Así que la dejé allí y continué fotografiando puestos de botones y a Gastón vestido de soldado mientras soñaba con un sombrero para pasear.

Unos días después descubría en nuestro barrio, por la zona del Museo Británico, una pequeña tienda, diminuta y encantadora, que vendía material para hacer postales y millones de sellos. Seguían siendo carísimos, no puedo mentir. Por eso sólo me pude permitir una pequeña libélula, chiquitita y humilde, para nada modernista, pero hermosa en su simplicidad. Como los niños, dejé mi libélula besando todos los trozos de papel que encontraba y estampé con ella las postales que regalé a mi vuelta.

La semana pasada, cuando pasé por casa de mis padres, la recogí para sellar mis libros nuevos. Porque esa es la función que tiene desde hace años mi libélula, marcar los tesoros de papel de mis estanterías. Como diciendo "es mío", como subrayando para Javi "éste no te lo puedes llevar que es de tu hermana" o mejor, para poder decir: "me has robado" cuando voy a su casa y descubro mis novelas en sus estanterías.

Por eso, mi tarea de esta mañana después de despertarme a las mil, ha sido ir acariciando los libros que han llegado ya a esta casa, ir recordándolos con las manos para besarlos con mi libélula en la esquina superior derecha de la primera página. Y así me he encontrado, en esa plana, con poemas escritos a lápiz, con dedicatorias a bolígrafo, con precios y fechas, con gritos, suspiros y deseos, recordándome a mí misma ayer, mañana, incluso hoy.

Qué capricho heredado de mi abuelo y de mis padres, qué capricho más fundamental.

1 comentario:

Mugget dijo...

Que hermosa experiencia.

Saludos.