martes, 16 de marzo de 2010

la niña de sus ojos


Mi mejor amigo se llamaba Juan. No sé cómo nos tropezamos, supongo que intercedí por su novia de entonces, el notó que no era como las demás chicas, y comenzamos a compartir aventuras. Todo lo forjó verdaderamente un campamento, nuestras largas charlas durante las excursiones y aquella noche que me quedé dormida con él en una tienda de campaña que no era la nuestra.

Después vinieron nuestras cartas. Creo que más de cien intercambiamos en la primera ronda, y nos superamos con otras cien más durante la primavera. Escribíamos a diario. Recuerdo ir a su casa, entrar por la cochera y responderle mientras estaba en pijama tras haber leído su primer "te quiero".

Nos queríamos. Pero no de la manera tradicional. Nos queríamos emocional e intelectualmente, nada más. Yo lo habría elegido si me hubiesen obligado a optar. Me sentía muy satisfecha con esa relación en la podía hablar de todo y sentirme comprendida. La verdad es que casi nadie comprendía que no nos hubiésemos liado. Era prácticamente la primera pregunta que nos lanzaban: "¿pero ni un beso?". No. Juan y yo podíamos estar horas tumbados, hormonas adolescentes, en la misma cama, el uno apoyado en el otro, y simplemente hablar sin sentir nada más que amistad.

Las cosas se estropearon. Los dos nos empeñamos en decir que no recordábamos cómo ni por qué. Pero lo hicieron. Lo mandamos todo a la mierda. No hizo falta decirnos grandes cosas, simplemente soltamos cada uno dos metáforas y todo se rompió. Nos entendíamos demasiado bien como para necesitar muchas palabras.

Pasamos casi dos años sin decirnos ni hola.

Después hubo un accidente en una piscina. Alguien tenía que bajar a una farmacia. Él tenía el coche, yo el dinero y en una cuneta le pregunté si a veces me echaba de menos. "Te echo de menos todos los días". Nos costó trabajo.

Nos costó mucho trabajo.

Nos conocemos demasiado bien. Pero volvimos a abrazarnos y eso no tuvo precio. Charlamos, nos contamos algunas cosas, compartió grandes dudas, compartí lo que tenía. Ya no éramos los mismos adolescentes ni podíamos querernos de la misma manera, pero nos queríamos.

Nos queremos.

Hoy tuve mail suyo. Breve, directo. Un "qué es de ti" sencillamente. Y me trajo todos aquellos viejos recuerdos, aquella historia épica que vivimos, todas las cartas -al hilo de ayer- y los relatos que protagonizamos. Sonreí y me sentí segura. Parece que lo estoy viendo mirarme, con sus ojos negros y el lunar de la mejilla, con esa media sonrisa triste que me pone a veces cuando no tengo remedio, alargando sus brazos delgados para tirar de mí contra su pecho y darme un coscorrón de mil cariños.

Me ha gustado hablar de él. Siempre me gusta hacerlo.

1 comentario:

FeoMontes dijo...

me alegro mucho por ti, es una historia parecida a mi mejor amistad actual; hubo un despegue y una chispa de humildad hizo que nos volviésemos a unir, y te juro, que creo que nada nos podrá separar jamás.

Eso es la amistad, el resto son híbridos...

Disfruta de él. Un beso