jueves, 5 de agosto de 2010

cuando la noche acaba en el templo de la vanidad



El martes tuve la suerte de reencontrarme con buenos amigos. Después de la llamada de Antonio avisando de una noche perfecta con Alicia y Antonia, decido que puedo unirme y sumar al grupo a Gerardo, si es que anda por su tierra. Los cálculos salen bien y a las doce de la noche estamos conquistando las calles de las faldas de la Alhambra.

Encontramos un rinconcito cerca de los baños árabes donde llevé a Marta y descubrimos unas terrazas increíbles que dan a la noche de Granada. Hay velas en las barandillas y en las mesas, pequeñas velitas titilando en el silencio de un martes cualquiera que adornamos con anécdotas y risas. Siempre que está Gerardo de por medio, están aseguradas las carcajadas.

Cerca de las tres o las cuatro de la madrugada, el grupo se queda reducido y como las chicas están dispuestas a hacer de esta noche, una noche loca, nos dirigimos a una de esas discotecas de las que siempre había oído hablar, pero en la que nunca había estado. Bien. Recordé por qué.

A parte del hecho de que las multitudes en espacios cerrados me ponen un poco nerviosa y de que la música tan alta no permite charlar ni pensar, la sensación -que había olvidado- de convertirme en una gacela en medio de una selva llena de cazadores, no me resultó agradable. Está bien que la autoestima más superficial sale reforzada de lugares así, pero no me gusta ser testigo de las técnicas de conquista repetidas y repetidas sin pausa hasta que una de las presas se deja conquistar.

Realmente hubo un momento en que todo me pareció demasiado ridículo... ¿creen que pueden acariciarme el pelo sin conocerme de nada? ¿o por qué me soplas, tienes algún síndrome extraño? ¿de verdad piensas que me creo que te interesa charlar cuando lo único que haces es lanzar un anzuelo bastante poco sutil? ¿si a tu amigo no le ha funcionado, por qué te iba a funcionar a ti? No lo sé... será que a veces soy demasiado crítica con esta sociedad o que me he hecho vieja de pronto o que he sido aburrida de nacimiento... Pero no me gusta esa idea de salir a romperme la boca con cualquiera que se acerque con mirada de conquistador.

Y supongo que pocos de los que estaban allí, sintiéndose las personas más deseadas del universo, pagados de sus geniales intentos de flirteo, me entendería cuando digo que mis besos no se venden tan barato, que no me interesa ser caperucita una noche de desenfado.

Menos mal que la compañía suele paliar el aburrimiento y que las escenas surrealistas, mientras la música intenta golpearte los más profundos pensamientos, me arrancaban alguna que otra carcajada -de esas de no dar crédito-.

¡Bien por volver a recordar! Una y no más, santo Tomás.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bien

Chloé dijo...

Oye me ha encando como has contado tu experiencia,aparte que me identifico contigo en muchas cosas.
Yo tampoco entiendo eso de que te soplen o te toquen el pelo con lo facil que es decir:Hola me llamo....

Me pasare mas amenudo!
Saludos

María Duque dijo...

tanta culpa tienen las fieras como las presas que se dejan comer ,
bonito blog :)

Rizar el rizo dijo...

A mi tampoco me gusta ese tipo de entretenimiento y ya lo de ligar ahí al descaro me parece bochornoso. Me quedo con esta frase:
¿por qué me soplas, tienes algún síndrome extraño?