jueves, 24 de diciembre de 2009

31


Quizá cualquier otro matrimonio habría celebrado su aniversario con una gran comida o una gran cena, habrían ido de viaje a algún lugar exótico o se habrían regalado una televisión de plasma de última generación. Pero es que quizá otro matrimonio no se habría casado el día 23 de diciembre.


Cuando Juan y Leticia o Antonia, no recuerdo bien, les preguntan a mis padres por esa fecha tan extraña, explican simplemente que mi padre acabó la mili en noviembre y que esperaron a que todos sus amigos volviesen a casa por Navidad para poder celebrarlo con ellos. Se casaron con 20 y 22 años, por lo que Javi y yo nos sentimos perdiendo el tiempo desde hace un tiempo ya.


Después de limpiar mi casa por lo que pueda pasar en estas fechas, recojo a un Javi guapísimo que se anima a conducir mi coche. Disfruta como un enano hasta que aprende a llevarlo y recogemos a mis padres. Divertidos y contentos por estar los cuatro juntos vamos a celebrar su aniversario tapeando en un bar que a todos nos gusta. Javi y yo no hemos tenido ocasión de decidir regalo, así que, para no sentirnos tan culpables, invitamos a la comida entre las risas de mis padres que conocen lo desastres que somos.


El café es ya en casa, con la visita de Juan y Leti y nuestras sonrisas cómplices de secretos. Después llega la verdadera celebración. Mis padres quieren que vayamos a misa juntos y que los ayudemos en el comedor que cáritas ha organizado para los inmigrantes que vienen a la aceituna y que no consiguen trabajo. Ellos participan todos los años, pero Javi y yo, no sé por qué, nunca habíamos ido.


-Tú no pases cerca del confesionario -le digo a Javi entre risas mientras nos repegamos debajo de un paraguas-, por si empieza a pitar, que llevas tanto sin ir a misa...

Javi se parte de la risa y me abraza más fuerte. No pisa una iglesia desde el bautizo de Manuel y me alegra extrañamente estar sentada con él en el banco. Proclamo las lecturas porque no hay nadie más que lo haga y me siento extraña haciéndolo en este templo al que me daba tanto miedo volver, al principio me tiembla la voz, pero después comprendo la Palabra.


En el comedor me siento interrogada. Me tiemblan las manos al pensar en que soy indigna para servir las mesas a esas personas que sufren, en que yo lo tengo todo fácil, al pensar en mi ropa y en mis cosas. Después me lo van poniendo fácil, en su manera de dar las gracias y sonreírme. Pienso en Roca, me acuerdo de él y lo siento muy cerquita mío. Miro a mis padres y pienso en la cantidad de años que llevan comprometidos, no sólo como matrimonio, sino como ejemplo de entrega y servicio. A Javi y a mí siempre nos abruma el pensar si sabremos hacerlo tan bien como ellos.


Cuando terminamos, volvemos a casa y se va la luz. Vamos preparando la cena a la luz de las velas y, casi sin darnos cuenta, estamos todos de nuevo allí. Juan, Leticia, Antonia, Luis y nosotros. Hasta Antonio participa de la conversación general en un momento de consuelo y consejos. Anécdotas, risas, secretos, recuerdos y sidra por treinta y un años.


¡Qué fácil es preparar el corazón con días como estos!


(Y ahora escucho la música de Javier, mi madre trajinando, mi padre leyendo en algún rincón, el viento en la calle, y miro estas paredes... Doy gracias a Dios por ponerme patas arriba las falsas seguridades).

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