miércoles, 11 de agosto de 2010

agotando mi paciencia



El amor y el odio están tan cerca, tan cerca, tan cerca, que cuando Chica aparece por fin por el fondo de la calle, no sé si matarlo o saltar a sus brazos. 

Habíamos quedado en que ayer, Chica vendría por fin a mi casa. Tras algún reajuste de planes que otro, decidimos que lo espero para cenar y me voy a la playa a refrescarme en uno de esos días de transparencia imposible. Es cuando subo del mar cuando me suena el teléfono avisándome de que ya está aquí. Me explica que ha mirado la dirección por internet, pero que, aún así, está sentado en el aparcamiento de unos grandes almacenes porque no se atreve a entrar. Veréis, vivo en un pueblo, ¿de acuerdo? Esto no es Madrid o Barcelona. 
 -Bueno, lo que me tengas que decir -suelta con su tono entre divertido y nervioso-, me lo dices rápido que me estoy quedando sin batería en el móvil.

Como está relativamente cerca, le doy dos indicaciones y cuelgo. Subo a casa, dejo la toalla y me voy a esperarlo a la esquina donde hemos quedado. 

No llega.

Vuelvo a llamarlo y, entre risas, me explica las referencias del sitio donde se encuentra. Bien. Acaba de irse a la otra punta del pueblo. Le doy nuevas referencias y, con paciencia, me dirijo al lugar por el que debe aparecer con su coche en unos diez minutos. ¿Se nota el uso del verbo "deber"? La obligatoriedad de la perífrasis, Chica no la entiende. 

Tampoco llega. 

Llamo y es la última vez que vamos a poder hablar por teléfono. Afortunadamente le digo que pregunte por un parque famoso y, esperando que deje el coche en algún sitio y que se encamine hacia allí, me voy a la puerta a sentarme a esperar. 

¡Lo espero más de una hora! Doy dos vueltas a la manzana, subo a casa a por agua, vuelvo a sentarme en la puerta, mando mensajes con el móvil, hago llamadas para sentirme acompañada. Y, lógicamente, voy perdiendo la fe. Espero ya que, en cualquier momento, me llame desde su casa diciéndome que, como las cosas se han puesto feas, ha decidido marcharse. Así que me levanto y enfilo de nuevo el final de la calle. 

Es entonces cuando lo veo venir, despacio y alegre, dudando. Él está en una acera y yo en la otra. Por medio pasan coches y se ha hecho de noche cerrada. Llevo una hora y media esperándolo. Le habría dado tiempo a viajar a visitar a sus padres en el rato que ha perdido dando vueltas por el pueblo. Comienza a gritar nada más verme, se lanza al suelo de rodillas, da gracias a Dios, se ríe y recibe mi cara de mosqueo con la más enorme de sus sonrisas. Después de gritarnos todo tipo de cosas, nos fundimos en un abrazo como si nos hubiesen sacado de cualquier película barata. Chica está exultante: 
 -¡Soy la persona con más suerte del mundo! -grita agarrándome por la cintura-, ¡Al final te he encontrado!

Y me doy cuenta de que, en su manera de ver el mundo, toda la catástrofe de la espera no ha sido más que una aventura divertida. Acaba contagiándome y, ya en la terraza, salpica con su modo de mirar todo mi universo, haciéndome sentir también afortunada. 

Cuando se va, aventurando que no tardará tanto en salir como en entrar,  me quedo preguntándome cómo estaría siendo todo si él no estuviese tan cerca, si no me estuviese facilitando con tanta naturalidad el tránsito. 

4 comentarios:

Superviviente dijo...

hoy he visto la película "el nido vacío" y he encontrado a tu doble en el mundo, no he podido evitar decírtelo. Se llama inés efron :D

Blue dijo...

Un mundo sin Chica sería un mundo mucho más triste ;)

Manuel Eliche dijo...

lo bonito es el camino, o eso dice mucha gente

Vagamundo dijo...

En la era de los navegadores, en que la gente termina en "Lourde" (93 habitantes) en vez de llegar a "Lourdes" , por olvidarse de teclear una "ese", gente como Chica hace que anécdotas vivas, humanas y vitales se sigan pudiendo contar.