domingo, 1 de agosto de 2010




¿Cómo empezar? 

Volvía conduciendo reflexionando sobre los sentimientos que experimento cuando alguien llora. Pero ahora, tan concentrada en el final, soy incapaz de volver al principio. 

Me traiciono a mí misma hoy. Escribo irracional.

¿Sabes? Cuando veo llorar a mi madre o a mi abuelo, es como si ya no tuviese patria, como si todo lo que he aprendido fuese falso, como si me hubiesen estado mintiendo sobre la existencia toda la vida. Se despierta en mí una incertidumbre tenaz que me hace experimentar el más cruel de los desarraigos. Es difícil asumir que tus héroes no son tan inmunes como los imaginaste. 

En cambio, cuando veo llorar a Leticia, por ejemplo, noto como una ternura ciega me sube por los costados inundándolo todo, un amor dulce y sereno que me hace contagiarme un poquito de su carita de pena, que despierta mis ganas de abrazarla. 

Pero hay dos personas a las que no soporto ver llorar. 

De ninguna manera.
Es superior a todo mi lado racional, superior a toda mi capacidad de orden, de control, de conciencia... Cuando Marta o Javi lloran, todo mi cuerpo comienza a gritar por dentro, tenso y afilado, feroz. Cuando Marta o Javi lloran, haría explotar el mundo. 

Creo que jamás olvidaré una imagen de mi hermano, abrazado a mi cintura, en la cocina de casa. De igual modo creo que no será fácil borrar la voz de Marta, a cientos de kilómetros de mí. 

Es inconsciente. Es incluso brutal. Mi instinto más protector se despierta con ganas de guerra y una frustración enorme superior a todos mis intentos. No soy capaz de dar un consejo, no soy capaz de abrazar con serenidad, con entereza. Aprieto los dientes y me trago la rabia como lágrimas.

Cuando Marta o Javi lloran, siempre pienso en mis hijos.

2 comentarios:

MARTA MESA dijo...

Te quiero Mamá Patri, y siento mucho darte estos disgustos, te quiero muchiiiiisimo.

Vagamundo dijo...

Hay llantos que no llenan pozos, que desarman y desalman. Espero que al menos las lágrimas hayan barrido las aceras y fertilizado jardines.

Llantos de hijos cuyos padres se han dormido dejándoles con la palabra en la boca, sollozos de padres huérfanos de castillos de arena y de cuentos de las buenas noches.