jueves, 10 de diciembre de 2009

destinos definitivos, la abuela, David y las cartas a los Reyes Magos

granadaoctubre 009

Hoy ha sido uno de esos días completos de acción, con una mañana de infarto yendo y viniendo a hacer fotocopias, colocando certificados en orden, escribiendo una y otra vez “copia fiel del original” en cada folio, con el abrigo puesto para salir volando a la oficina de Correos.

Cuando era pequeña, mi abuelo Andrés me llevaba a la boca del león donde se dejaban las cartas y hoy le he visto las tripas. Recuerdo meter mi mano con cierto temor entre las fauces de la bestia, así que observar el cajón absurdo que es por detrás me ha desilusionado un poco.

La oficina estaba atestada de gente con prisa que pedía la vez. A mí no me salía la voz del cuerpo. De pronto me he sentido un monigote sin fuerzas, de pie con mi chaqueta marrón y la carpeta abrazada al pecho mientras el reloj marcaban lentamente los minutos. “Por favor, por favor, que sea capaz de explicarme cuando llegue a ventanilla, por favor, que no me suene la voz temblorosa…” Afortunadamente me tocó un funcionario eficiente que al ver mi cara y el taco de papel me indicó amablemente cada paso que tenía que dar y me selló, con una sonrisa y explicaciones, las copias y los originales para quitarme un peso de encima.

Me acerco a la capilla del centro a serenarme un segundo antes de ir a casa de mis abuelos, que me esperaban más tarde. Así que los ayudo a poner la mesa entre anécdotas y promesas.
-¿Abuela, por qué no hacemos bolitas de coco el jueves que viene? –propongo arrancándole una sonrisa enorme.
-También podemos hacer bombones de fruta escarchada –se anima. Mi abuela lleva cuatro Navidades sin preparar dulces caseros, así que me siento agradecida.

David me llama cuando estoy terminando mi naranja. No hablamos desde julio, pero ninguno de los dos se siente culpable. Ahora él vive en el pueblo de mi infancia, mientras que yo vivo en el pueblo de la suya. Ironías de la suerte.
-Eres la única persona con la que no me siento culpable cuando llamo –me dice entre risas-. ¿Cómo estás?
-Bien.
-No me lo creo –sentencia nada más oírme.
David y yo llegamos a una complicidad tremenda durante el largo invierno de Alcalá. Saqué a relucir mis negros en nuestras tardes interminables de vino y brasero, de trivial y sorbete de limón con nieve. Nos ponemos al día de todas las superficiales que conseguimos reunir y prometemos vernos durante las vacaciones, porque él volverá a casa de sus padres y yo pretendo pasar más días aquí que allí.
-No te me escapes…

Llego a clase con primero de la ESPA agotada, absolutamente agotada del día. Como estamos trabajando los tipos de texto de carácter personal, los animo a escribir una carta a los Reyes Magos con un único inconveniente –los que me conocéis de tiempo sabréis ya cuál es-: no se puede pedir nada que se pueda comprar con dinero.
-Eso es fácil, maestra –me dice Juan Carlos cuando todavía no he terminado de escribir el enunciado en la pizarra-. Yo para los Reyes sólo te quiero a ti.
-No digas tonterías –lo reprendo mientras los demás hacen un intento de jaleo.
Nuria me mira ofuscada, no sabe qué puede desear.
-¿No se te ocurre nada? ¿Si pudieses cambiar lo que quisieses, si pudieses transformar el mundo…? –aventuro emocionada-. Yo pediría tantas cosas…

1 comentario:

Luar dijo...

Me quede con ganas de escribir una...uff!!
Creo que al final no lo hago siempre pido cosas impossibles!!
Beijinhos...