domingo, 13 de diciembre de 2009

volver a los orígenes


Me crié en un pueblo lleno de calles rectas y perfectas, de casas bajas y paseos eternos en los que el horizonte nunca dejaba de verse lejano e inalcanzable.


Vivíamos en una casa a las afueras, con jardín y sótano, con descampados en los que salir a cazar aventuras con los hijos de todos nuestros vecinos. Javi y yo íbamos al colegio paseando solos desde bien pequeños y, en las tardes interminables, nos colábamos en el hotel cercano a volver locos a los trabajadores. Había una falsa morea a la que trepábamos intentando construir cabañas y, una vez, conseguimos entrar asombrados en la cabaña cerrada de la granja abandonada.


Los domingos íbamos a misa a una iglesia lejana y yo me sentaba con mi madre en el coro, junto al altar, entretenida con las vidrieras para no morirme de aburrimiento entre canción y canción. Mi padre subía a leer a veces y, como mezcla seseo con ceceo, el cura siempre le dejaba aquellos textos con palabras como "resurrección" o "ascensión" para que todos se riesen con sus nuevos inventos de pronunciación. Si nos portábamos bien, nos daban veinte duros o nos compraban un huevo de chocolate.


Después venía mi parte preferida del domingo. Cuando lo recuerdo, siempre hace sol. Salíamos guapos y elegantes a la puerta blanca, donde los niños jugábamos mientras los adultos decidían cuál iba a ser el plan. Si había suerte, acabábamos todos en mi casa. Cada uno llevaba lo que tuviese pensado comer aquel día y se compartía en el salón o en el patio mientras los niños corríamos, alegres, por la casa convertida en una fiesta.


Recuerdo, con una tristeza enorme, aquella hora del domingo en que mi casa se iba vaciando y tocaba bañarse y acostarse en las habitaciones que hasta entonces habían estado llenas de vida, cariño y risas.


Hoy me animé a acompañar a mis padres a aquel pueblo, a una de aquellas viejas comidas. Los niños ya no son tan niños, estudian carreras fuera de casa o llegan sólo para comer y largarse. Me siento en medio de las dos edades, adulta y niña, mimada por todos. Comprendo cosas de las que entonces no comprendía. Los observo también con ternura, no sólo dispuesta a recibir, sino también a darme. Me doy cuenta de que todos han estado preocupados por mí y me siento culpable. Pero no tengo nada que contar, así que escucho, llena de curiosidad y añoranza.


A última hora, antes de irnos, como colofón a este día, acompaño a mis padres de vuelta a aquella iglesia, o más bien, mis padres me acompañan a mí. Parece que no haya pasado el tiempo, pero Don Jorge murió y las caras ya no son tan familiares. Y, abrumada, no sé si triste, descubro que no me encuentro, no me encuentro en la que fui, en la que he sido, en la que voy a ser.


Se borró mi sombra de los bancos, de las calles largas... Siento que todo fue sólo un invento.

2 comentarios:

choni dijo...

aunque tu sombra se borrara, siempre quedaría el susurro de tu nombre y tus historias contadas con las voces de los que te vieron pasear por allí.

¡¡a ver si te pasas otro día y te veo que tengo muchísimas ganas de pasar un rato contigo!!besitos petarda

DANIEL MERINOU dijo...

Me he sentido muy identificado con lo de los 20 duros. jajajajja. Era tìpico de los domingos en casa de mi abuela. Han cambiado un poco los tiempos desde nuestros 8 anos (el ordenador es italiano.jajajaj).
Yo también tengo muchos recuerdos de La Carolina, de cuando era pequeno y me iba a jugar con mis primos. Siempre me ha parecido triste ese pueblo, pero tengo buenos recuerdos.
La ùltima parte que comentas es triste, pero es algo verdadero. A mì me pasa un poco igual con mi pueblo. Siento que hay demasiadas sombras. Ya no me siento identificado allì, pero todavìa me queda mi familia y algunos amigos. No puedo evitar sentirme triste allì. Ya nada es igual y tengo mucha nostalgia de las cosas que no me ocurrieron.
1 bacio bella!