lunes, 28 de junio de 2010

cri cri cri


A Lucía le cuento La princesa valiente y la jaula de grillos, una historia en la que una princesa con espada va al bosque a visitar a sus amigos los grillos, pero han sido secuestrados. El argumento es muy simple, pero a las dos nos encanta casi tanto como el de La princesa valiente y el dragón hipocondríaco.

La cosa es que cuando estoy contenta, o emocionada, siento que mi estómago está lleno de grillos diciendo "cricricri" sin parar como si fuese una risa constante.

Ahora los grillos casi no se callan y, cuando caigo en la cama, empiezan a tararearme todas las cosas bonitas que van apareciendo en mi nueva casa, recordándome la luz, las ventanas, las sillas, el sillón blanco, las tazas de Marta, las lámparas de luna llena, las estanterías enormes...

Así que doy vueltas y vueltas en esta cama sin nombre que se hunde cuando me siento, pero que permanece firme cuando estoy tumbada, como si quisiese engañarme para obligarme a ronronear todo el tiempo.

Por eso es tarde y escucho el reloj que lleva tres casas acompañándome, también los nuevos sonidos de este rincón del mundo, pensando en el concierto nocturno que me espera de ideas y proyectos y murmullos de mi asamblea emocionada de grillos.


domingo, 27 de junio de 2010

cuatro días ya


El primer día descubrí que los amigos son capaces de madrugar para ayudarte a meter cajas en el coche y a sobrellevar la casa vacía donde has vivido tanto. También que me agobia más elegir muebles que cargarlos en un carro, situación que, más bien, me da risa y me aflojo y me da más risa y acabo con las cajas en el suelo, resoplando vencida en un pasillo interminable mientras mi madre se contagia. Descubro que una botella de vino en puerto seguro sabe a gloria después de un día cansado y que el sueño es reparador, pero insuficiente.

El segundo día descubro que puedo ejercitar músculos de mi espalda que sólo se usan para limpiar. Sorprendida acepto que tendré internet antes que electricidad y recibo la luz de la nueva casa y los sonidos -entre ellos el grito del gorila del zoo que es para venir a oírlo, de verdad-. El viento atraviesa los pasillos y conquista las habitaciones. Me gusta. Aunque las llaves del garaje sean un dilema y comience a estar susceptible por el cansancio.

El tercer día amanece de cajas de muebles entrando en la casa y también de luz eléctrica. Descubro emocionada que las cajas de IKEA son como los kinder sorpresa y me divierto armando estanterías, sillas, mesas, camas... hasta tener que tenderme en el suelo, bocarriba, mirando un techo blanco que empieza a encontrar lámparas gracias a Pedro. Es la primera noche que paso en casa, durmiendo con el colchón en el suelo, entre cajas y cartones, sobre unas sábanas blancas como las paredes, junto al ventanal que conduce al fin del mundo, donde todo se puede imaginar.

El cuarto día, los muebles del salón van encontrando forma y este puzzle de futuro hogar recibe la visita de mi padre y de mi hermano con todas las cajas de mi antigua casa. Descubro que con Javier montar estanterías es mucho más divertido y que cuando quiero, soy más testaruda que las señales que me invitan a abandonar. Quizá por eso la noche está llena de música, de nervios, de Antonio, de ti. Quizá por eso cuando caigo en la cama, soy incapaz de dormir.

Y hoy, abriendo cajas y cajas, miro mis libros en las estanterías y quedan pequeños, miro la lámpara sobre mi colchón y el horizonte, miro al poeta sobre la mesa y sonrío. ¡Qué oportunidad! ¡Qué misterio!

martes, 22 de junio de 2010

Divenire, Ludovico Einaudi


Me dice MâKtü[b] que me despida de cada rincón olvidándome de las cajas y, ahora que me he quedado sin actividad porque se me ha acabado el celo y porque lo que queda no sé dónde lo voy a encajar, aprovecho el relativo remanso que me da mi estado de nervios para despedirme con vosotros de los rincones que me han ido acompañando en estos meses, pero, ¿por dónde empezar? Quizá por el sillón blanco tan renombrado, ¿verdad? (suspiro, sigue siendo extraña esta mezcla de emociones). ¡Allá vamos!

Adiós, sillón blanco, gracias por todas las tazas de té, por las horas de poesía y por aquel domingo leyendo Firmin y recuperando el placer de las cosas pequeñas.

Adiós, silla negra de tela frente al ordenador, gracias por dejarme sentarme con las rodillas abrazadas, aunque no echaré de menos los cardenales que me salen por tu culpa, lo siento.

Chao chao, terraza que iba a aprovechar en invierno y que al final no aproveché para nada, gracias por guardar los papeles que no sabía dónde meter y por resucitar mi maceta.

Adiós, mesa de cristal donde derramé mis acuarelas, gracias por coleccionar los tesoros que me iba encontrando por el mundo, por asumir los montones de libros de poesía, los recortes, los rotuladores, los florecimientos de tazas de café, los tornillos y mi corazón de cáscara de nuez.

Adiós, mesa diminuta donde aprendí a rezar, donde pinté, escribí en partituras, almorcé a diario, lloré con Chelo, hice foundi con Juan y Leticia. Gracias por los desayunos de fruta, zumo, café y tostadas.

Adiós, mesa del comedor que albergaste las tardes de domingo con manualidades y chucherías, gracias por acercarme a Sarah y Chelo, gracias por el día de mi santo, por la comida con Josemi, por el brindis con Marta en navidad, por asumir convertirte en el rincón de los desastres y adquirir vida propia.

Adiós, pasillo oscuro de hormiguero, donde miraba por si aparecía alguna cucaracha con el alma en vilo, sólo porque una vez vi una tras la puerta, gracias por apilar las pelusas en la entrada para que no estuviesen dando vueltas.

Adiós, interruptor del cuarto de baño que sigue cambiando de sitio, gracias por divertirme siempre con tus bromas, dale también las gracias al espejo, por ser el más grande de la casa -aunque para verme entera me tenía que subir a una banqueta-.

Adiós, bañera de tumba egipcia, nunca olvidaré la risa que me dio cuando te vi.

Adiós, cocina independiente, todo un ascenso en la historia de mi vida en pisos de alquiler, gracias por esconder los platos sucios cuando había visita si no me había dado tiempo, gracias por inspirarme a probar nuevas recetas, aunque no te perdonaré que tirases el cuadro de Lucía y rompieses el cristal, y tu suelo es horrible, perdona que te lo diga. ¡Ah, despídete del frigorífico por mí, ese monstruo feroz que me ruge por las noches!

Adiós, cama vacía que no conoció el amor, pero que maduró mis madrugadas de insomnio, compartió el miedo tras las pesadillas, reparó mi espalda, acogió a Marta, contempló mis momentos de lucidez y naneó sin océanos mis horas interminables de palabras por cazar.

Adiós, casa hormiguero, que te hiciste de lluvias, de nieve y de sol, que permitiste volver a las musas después del miedo. Te dejo la que he sido, me voy hacia la que vengo siendo.


lunes, 21 de junio de 2010

cuentas


Los libros son tres maletas azules y una caja sin tapa. El salón parece cada vez menos mío, menos yo, pero es que queda un día de vida en esta casa, un único día más para agotar este lugar que parecía en agosto un lobo fiero a punto de hincarme el diente.

Mi padre dice que no es que me toquen buenos destinos, que es que yo los hago buenos con mi actitud. Yo no sé si darle la razón o quitársela, pero la cosa es que esta ciudad se ha ido convirtiendo en oveja mansa con el paso del tiempo. A veces los monstruos que nos parecen enormes debajo de la cama, son torpes pelusas cuando sale el sol. Si evalúo mis errores, me parecen ahora tan obvios, tan infantiles y pasionales, que enrojezco un poco. Pero no cambiaría nada de lo que hice, nada de lo que he hecho, porque he aprendido a montar en bicicleta dejándome las rodillas en el asfalto, pero pedaleo, pedaleo sin parar como si de eso dependiese el bombeo de este corazón de gorrión pequeño, de abeja ajetreada.

A la hora de hacer números, de hacer cuentas, gané cuatro amigas, un buen puñado de alumnos de los que se te quedan dentro, una colección de jueves con los abuelos, una novela y mucha poesía. Resté algunas cosas que sobraban, me equivoqué por querer hacer trampa en las cuentas, sumé alguna lección de las de para toda la vida, multipliqué mi fe, dividí mi tristeza natural y melodramática. Y, después de todos los cálculos, recordé por qué había elegido estudiar letras.

En fin, que queda poco por empaquetar.

domingo, 20 de junio de 2010

el cumpleaños del abuelo


Aunque, en principio, este fin de semana debía pasarlo limpiando la nueva casa, el cumpleaños de mi abuelo primaba frente al resto de planes, sobretodo después de la pérdida que sufrimos en la familia hace unas semanas.

Siempre almuerzo los jueves con mis abuelos, costumbre que se acaba esta semana, y he notado a mi abuelo embargado por una tristeza sencilla sumada a los años. Por eso no podía no estar en su cumpleaños. Imaginaba, además, y no me equivocaba demasiado, que sería amarga su vuelta al campo, al sitio que ha compartido tantos años con su hermano, que sería amarga aquella primera visita después de todo, aquella celebración bajo la encina con los perros de mi tío llorando tras la cancela como si quisiesen imaginar que su amo estaba de este lado.

El abuelo Andrés pasó toda la mañana sentado a la sombra del porche, ni siquiera los niños con sus burbujas lograban sacarlo del ensimismamiento, ni yo me atrevía a molestar su duelo, consciente de que si me acercaba, haría todos los esfuerzos del mundo por demostrarme que estaba bien, cuando no era esa la realidad. La tarde la dormitó bajo la encina, mientras Carmen y Lucía hacían el pino en mi espalda o clamaban entre risas por volteretas voladoras.

Ni siquiera cuando Javi comenzó a jugar al fútbol con los enanos y Manuel apareció con su sombrero de caja de cartón tapándole hasta el cuello, ni cuando Bea portó a Carmelita como si fuese un muñeco de futbolín y Lucía se tropezó con la pelota cayendo cómicamente al suelo. Ni siquiera entonces conseguimos arrancarle media carcajada cómica.

-Vamos, papá -le decía mi abuela en un intento-, ¿vas a estar todo el día así de pocho?
-Me duele la barriga -respondía él con su tono penoso de queja, molesto de alguna manera por los gritos y las locuras de los niños.

"El abuelo está enfadado", decía Carmen la última vez y me pregunto cómo están percibiendo a ese hombre al que yo devocionaba cuando tenía sus años.

Aún así, es fácil sobrellevar la pena, cuando los tres mosqueteros se te suben en lo alto, cuando Lucía abre los ojos como platos por un cuento o Manuel enrojece si lo beso por sorpresa, cuando Carmen se me agarra como una pulguita cariñosa llenándome la cara de bocados, besos y carcajadas flojas, cuando está allí Javier.

Ojalá a mi abuelo le sirviesen los mismos equipos de rescate que a mí...

viernes, 18 de junio de 2010

las despedidas


-A la maestra le echaba yo un cubo de cemento a los pies y la ataba al colegio con una cadena para que no se fuese -propone Joaquín al grupo mientras los convido a unas cocacolas de despedida en la cafetería del instituto.
-¿Y cuando vosotros terminéis el año que viene, qué? -me quejo recibiendo la mirada cómplice de Raquel.
-Si tú te quedas, maestra, yo me quedo contigo -responde muy serio Joaquín y recuerdo aquella segunda o tercera clase en la que me propuso ir a cenar juntos.

Las despedidas han comenzado a ser una realidad en los últimos días de clase. Y la verdad es que voy a echar de menos a más de uno. Sentada en la cafetería con el grupo de primero de la ESPA, compartía con ellos -arrancándoles carcajadas- aquellas primeras impresiones que tuve en las primeras horas que pasamos juntos, cuando parecían más un equipo de fútbol americano que otra cosa. Quiero decirles lo que me importan, pero al primer intento noto que la voz va a quebrárseme y cambio de tema.

-No importaba que llorases -me dice mi compañera María José cuando se lo cuento. Pero ella no entiende cómo traduce el mundo mi clase de la ESPA, si me hubiese puesto a llorar yo habría sido una chica más, sensible y sin credibilidad, que les dice que han sido importantes porque no tiene criterio, porque es débil. Por eso espero, bebo de mi vaso, me río un rato más con ellos y, cuando por fin me veo capaz de hacer uso de mis dotes dramáticas para explicarles lo importantes que han sido para mí, lo hago.

No me guardo nada, aunque Oscar, de primero de bachillerato esté estudiando en la mesa de al lado, les confieso que esperaba a que llegase mi hora con ellos, que me han alegrado los días, que ha sido un placer y un honor trabajar con ellos, que confío en que lo conseguirán, que me preocupan, que los quiero. Y entonces a Alberto le brillan los ojos y Mercedes no busca una frase para salir del aprieto. Entonces sí que van a recordar que son importantes, que sé que detrás de todo ese follón que montan cuando pueden, hay personas que merecen la pena y mucho. Que yo creo en ellos.

Esta mañana llegaron las segundas despedidas, esta vez en el diurno, con mis alumnos de Diversificación de los que hablé ayer. No están delante de la puerta de la clase cuando llego y, cuando abro, descubro que me han llenado el aula de globos de colores y los escucho gritarme en el pasillo. Están todos guapísimos, arreglados como si fuese un día especial. Ellas todas con vestidos de verano, trayendo chucherías para nuestra fiesta improvisada. Han hecho hasta una tarta y han preparado un discurso para hacerme llorar. Y lo consiguen, y las chicas lloran abrazadas a mi pecho mientras los chicos miran para otra parte evitando mirarnos.

-Vamos, Míriam -le digo cuando se me rompe en sollozos-, que no me he muerto, que sólo me cambian de instituto.
-Pero es que te he cogido mucho cariño... -explica entrecortada y Cristina se le une con su precioso vestido verde.
-Dime que vas a venir a vernos -me ruega con sus ojos negros y yo no puedo mentir.
-En navidad siempre regreso...
-Pero otro día, cuando tú no tengas clase y nosotros sí -insiste-, dime que vas a venir a vernos.

Me acompañan por el pasillo después de nuestra fiesta, de habernos reído, haber jugado y haber recordado anécdotas, incluida la nueva de hoy cuando han explotado todos los globos y ha subido el director porque creía que alguien andaba dando tiros por las clases.

Y yo no me lo creo del todo, no sé cómo encajar que es verdad que no habrá más mañanas con ellos intentando que la historia y la literatura no sean esos monstruos aburridos que se lanzan desde las estanterías.


miércoles, 16 de junio de 2010

los nueve


El ciclo de cine social en clase se ha terminado hoy, cuando ya hemos discutido sobre nosotros y nuestras máscaras sociales, cuando todos aseguraban no seguir al líder y Míriam me miraba desde sus ojos negros como ascuas. Cada vez me doy más cuenta de que la despedida de estos nueve niños con cuerpos en cambio se me va a hacer cuesta arriba. Han sido muchas horas a la semana de tira y afloja, muchas las discusiones, las chucherías, los chistes y las complicidades. Parece mentira que sean el mismo grupo que me dejó agridulce en Navidad, que Alejandro sea aquel muchacho acostumbrado a llevar la contraria por regla de tres, que ahora se desnuda de etiquetas y se muestra tal cual es. Aún así, Adrián y sus sombras continuará siendo mi espinita clavada... ¡qué miedo esa incapacidad para disfrutar de la belleza!

Sin embargo, los cambios de David han merecido la pena, ese dejarse poco a poco hacer, dejarse conquistar y convencer por los planes del grupo. Su manera de mirar en las últimas clases de literatura hacía que cada una de mis palabras mereciese la pena. ¡Y la cara de Benito cuando lo pillo en un renuncio! Y su manera de reír... ¿Es Carmen la misma que cuando empezamos? Con esos ojos azules inmensos acaparándolo todo, con su capacidad de hormiguita y su silencio en los temas conflictivos. No como Alba, siempre dispuesta a batallar una idea y demostrar su independencia radical, su madurez a base de golpes, con las zapatillas de leopardo y los moños irregulares. ¡Qué identificada me siento con su manera absurda de llevar la contraria!

Y, mientras, Cristina y Miguel, dos cumplidores, asumen un papel irregular en la clase, aportando y retirando tropas cuando los demás merecen su protagonismo. Dos apoyos genial para cualquier líder. Miguel sereno, sonrojado al sentirse protagonista. Cristina a punto de explotar en una belleza alegre, amenazándome con lágrimas de despedida.

Hoy acabamos el ciclo social de cine. Hablamos de nosotros, quizá demasiado tarde, poniendo sobre la mesa las inquietudes, los miedos y los sueños. Regalándome un horizonte secreto de expectativas inconfesas.


martes, 15 de junio de 2010

otra vez sobre el olvido


Como si no tuviese sombra, como si el eco hubiese desaparecido, como si la caja de recuerdos estuviese vacía y en el álbum de fotos no quedase nada, como si fuese la idea de alguien que nunca hubiese existido. Así me golpeó la irrealidad del olvido mientras las sombras de las bananeras marcaban mi camino hacia el trabajo, llevándoselo todo desde la raíz.

El olvido tiene sus ventajas, pero a veces me da miedo que se lo acabe comiendo todo, que cuando se harte de lo que no me gusta o lo que no quiero, comience a alimentarse de lo que atesoro con ternura. Es un monstruo traicionero que no obedece reglas, no tiene dueño ni jefe, es como el espíritu negro de Chihiro arrasando con todo hasta ponerse tan gordo que oculta con su silueta lo demás.

A veces soy incapaz de recuperar un recuerdo de mi infancia, una imagen de alguien importante, a veces vivo como si nadie hubiese existido jamás, ni siquiera yo. No soy consciente y, de pronto, un olor, un sabor, el ritmo de una canción, resucita del rincón de las catástrofes un recuerdo que me recorre acelerado tratando de recuperar la respiración. Y, mirándolo todo, me pregunto quiénes somos, qué sentido tiene el sonido cotidiano que adormece los restos del pasado y eclipsa el futuro incierto.

Por una vez, entiendo que Peter volviese cuando Wendy ya había crecido demasiado.

lunes, 14 de junio de 2010

sin vistas, con posibilidad


Tiene dos habitaciones y una terraza. Es pequeño, pero suficiente para mí. Dos armarios empotrados y las puertas de pino. Está lleno de luz y las vistas son horribles, pero el precio no está mal y en cinco minutos de paseo estoy sentada en el mar.

Esas cuatro frases son las que conseguí escribir ayer antes de desconectarme de todo el bullicio del fin de semana. Ahora, con mi café y escuchando una canción en portugués, puedo imaginar algún detalle más de esa nueva vida que se perfila.

La letra es la N y se entra por un pasillo largo que termina en un pequeño arquito. En el pasillo quedan las puertas del aseo, de azulejos azules, y la cocina, amueblada y con horno -ya he visto moldes de galletas y de tartas, ya he pensado en la lubina y en las pizzas de verdad-. El pasillo termina en el salón, alargado como el del hormiguero, pero con un amplio ventanal que conduce a la terraza. Ya he imaginado dónde irán las estanterías, dónde la mesa del comedor, dónde el sofá de tres plazas como el de la casa de Marta. De allí, una puerta conduce a la zona de las habitaciones, pasando antes por un pequeño rellano. Dos dormitorios y un baño marrón. El dormitorio principal -lo de "dormitorio de matrimonio" me ha parecido inapropiado-, es pequeñito, pero creo que cabrá la cama de 1,50 que me gusta, aunque sin cabecero por falta de espacio. Tiene un armario empotrado muy bien terminado y un balcón también a la terraza. El segundo dormitorio será, a veces, un despacho, con una mesa de madera y cristal y una cama nido donde acoger a quien se presente con la escusa del mar para verme. La ventana da al patio de luz. Los suelos son de mármol blanco. Estoy pensando en pintar las paredes del salón de un tono tenue de gris, siempre he imaginado pintar mi propia casa, así que sería una oportunidad de hacer prácticas. Mi tía dice que ella pintaba todas sus casas, empezando a un lado de la puerta de entrada y girando hasta volver al principio. Si el tiempo me deja, todo se andará.

Es fácil imaginar en esa casa la vida en la terraza -lo que más echo de menos-. Se lo comentaba a Chelo desde hace semanas, le decía: "cuando estemos las dos en la terraza de mi casa cenando después de un día de sol y playa...". Las dos soñábamos con ese momento. La imagino a ella allí, enfadada por la paliza de playa y bebiendo tan despacio su martini que yo ya me he bebido tres. También es fácil imaginar a Marta en el sofá, bailando por el pasillo, colonizándome el mundo, la cama y las ideas. Es fácil y dulce imaginar a la gente que quiero llenando mi casa, aunque a veces me cuesta trabajo fantasear con el futuro, aún viéndolo tan cercano.

Bueno, presupuestos de IKEA, ¡allá voy!

viernes, 11 de junio de 2010

cuatro pisos para ver



La maleta azul ya está en la puerta y hago tiempo para llevarla al coche antes de irme a clase. Hoy tengo que salir pitando en cuanto toque el último timbre, después de mi conversación de viernes con Paco, porque me esperan cuatro pisos vacíos, con cocina completa y garaje entre los que elegir.

Esta noche dormí intranquila, soñando con casas llenas de rincones, con mi almohada perdida en el nuevo piso de Juan y Leticia, con las despedidas de mis alumnos... y, entre todo esto, me despertaba la tormenta de rayos y truenos que buscaba hacerse con el silencio de mi cama. ¿Te imaginas? No sé, ¿te imaginas cómo va a ser elegir los muebles, colgar cortinas, vestirme de verano y en diez minutos ver el mar? ¿Te imaginas cómo será mi nuevo instituto? ¿A quién invitaré a cenar? ¿Cuándo descorcharé la primera botella de vino? ¿A qué sonará mi casa? ¿Cómo pintará mi vida en esta nueva etapa?

El corazón se me acelera nervioso al pensar en futuro -tiempo que le tengo prohibido por su manía de fantasear-. Pero... ¡te imaginas...?

jueves, 10 de junio de 2010

llenando las primeras cajas


Comencé esta mañana a vaciar las estanterías mientras mis padres se patean mi ciudad futura buscando un rincón donde me pueda instalar.

Almorzando con mi abuela he contado ya en mi vida diez mudanzas, y prometo que eran más fáciles aquellas en las que mi madre me daba una caja y me decía: "sólo te llevas lo que quepa aquí", cuando improvisaba una herencia para mis amigos del barrio y los hijos de nuestros amigos. Ahora selecciono los recuerdos que van a sobrevivir. Sin ninguna compasión, rompo las fotografías que no me atreví a partir la última vez y me despojo de cartas, escritos viejos, detalles sencillos que ya no me sirven para nada.

Junto a la ilusión aparece el miedo al cambio, al qué será, al se acabó la tregua de este año donde nada podía pasar... Hablo con Juan sobre los muebles, nos reímos mientras envuelvo en papel el juego de café de Marta, y mis padres me llaman con pisos carísimos por el plus de vivir en un sitio con mar. Hago cálculos mentales pensando de dónde voy a recortar y mi abuelo me dice que tengo que llevarme libros de su casa cuando ni siquiera sé cómo voy a transportar los míos.

Mientras Carmen Boza canta Cartas desde el Círculo Polar y el cielo se nubla dándome una tregua en este verano primitivo. Sobre la estantería sólo queda el reloj, ya no quedan fotografías, ni la vela de las cenas importantes, ni los tapones de las diez botellas de vino, ni la mirilla rota, ni el gato francés. Sólo el polvo y los círculos que ha dejado el Poeta al encerrarse en la caja.

"Derruirnos para vivir", recuerdo no sé por qué y me río pensando: "meternos en cajas para seguir", ¡qué tonterías! ¡Qué vértigo y qué emoción!

¡Qué tremendo dolor de cabeza!

miércoles, 9 de junio de 2010

diluvia, me quería poner vestido y me da rabia


Esta noche tenemos la cena de profes del nocturno. Llevamos todo el año poniendo un dinero semanal para jugar a la quiniela -creo, tampoco me entero yo de nada- y con lo ganado, nos vamos a cenar como los señores. Me apetece mucho este ratito de compartir con las personas con las que más he congeniado este año, porque puedo entrar cantando Como una ola a la sala de profesores y gritar buenas tardes y todo el mundo me responde, porque es fácil ir sonriendo a trabajar cuando sabes que la mesa camilla va a estar llena de conversaciones, bromas y chistes; porque si apetece se pone un euro y se va a comprar merienda para todos y luego no hay quien entre a clase...

Los lunes de María José -transparente por su cara- y las confesiones dramáticas, las charlas con Conchi en el hueco antes de la ESPA, los cafés con Paco y Ana, las críticas a segundo con Toñi, la lectura de horóscopos en voz alta, la cara de Inma cuando María José y yo nos sentamos juntas y comenzamos a hablar de hombres, Carlos como diana de bromas... Un poquito de todo lo que va construyendo un buen ambiente de trabajo, un poquito de lo mejor de cada uno para iluminar esas tardes interminables de invierno que hemos tenido.

Tardes como hoy, de diluvio ininterrumpido que me tienen de los nervios porque no sé si inaugurar la sensación de andar sobre charcos con tacones o si me enfundaré de nuevo los vaqueros y brindaré por la simplicidad. Pero al final, la verdad, es lo de menos, cuando las cajas se me apilan en la puerta, vacías, esperando mis trastos, y por fin he charlado con Ricardo el del estanco.

martes, 8 de junio de 2010

cerezas


De pequeña me hacía pendientes de cerezas con mi madre. También me llenaba los bolsillos de cerezas para ir al colegio y jugaba durante horas con el hueso de la última en la boca. Me gustaba comerme una cereza y esperar al momento de hacerla explotar sobre mi lengua.

El año pasado volví a usar pendientes de cereza junto al mar y también en casa de Juan, cerezas que robaba de la mesa de la sala de profesores al pasar, cerezas de Ramón, cerezas de Alcalá y de árboles preñados de flores y puestos de carretera cuando copos blancos intentaban recordar el invierno durante la primavera y Marta en pantalón corto gritaba en el asiento del copiloto.

Esta mañana, como premio por no encontrarme demasiado bien, me regalé cerezas de la frutería que hay de camino a casa. La lleva un matrimonio que siempre intenta que me lleve cosas de más porque les hago unas cuentas ridículas con esto de vivir sola. Cuando me he despertado de la siesta, he lavado el puñado que compré y he puesto la música alta -Carmen Boza, un descubrimiento que me tiene robado el corazón- para continuar con la terapia de mimos.

La primera cereza despertó las acuarelas y, todavía dormida, comencé a dibujar sobre los papeles que siempre andan por medio. Vi que los árboles se movían y ahora el balcón se me ha colado en la casa mientras un montoncito de huesos pequeños se apila junto al ordenador y repaso el calendario.

Cualquiera diría que es martes.

lunes, 7 de junio de 2010

línea del pensamiento irracional-acalorado


Me noto cansada.

Cuando ando voy pensando "undostrés, undostrés" a ritmo de circo para que el calor no me haga seguir una marcha de hormiguita perezosa.

Me pasaría horas debajo de agua en estos días en los que ya sobra toda la ropa y comparto terraza con mis vecinos.

Marta ha terminado de maquetar Lobo para el concurso y mi tía ha empezado a devorarlo sin dar pie desde que le llegó al correo. Yo me he pasado la hora libre de la tarde imprimiendo y encuadernando.

Diver me notó triste cuando llegué a clase esta mañana, pero había examen y tregua para respirar antes de que acabasen y pudiésemos volver a hablar de tonterías o de cuando nos echemos de menos.

He merendado una palmera de chocolate con María José y con Toñi mientras reíamos y planeábamos la noche del miércoles, eso sí que son pequeños milagros -también tu nueva canción, claro-.

Ahora tengo unas sábanas verdes y azules que me recuerdan a los campamentos de verano y no estoy leyendo poesía.

He hecho una lista con mis canciones preferidas y suena ahora mientras escribo pensando en todo lo bueno del día, como el tomate fresco explotándome en la boca, o volver a conocer a mi primo Jose o visitar recuerdos de mis abuelos y estar con Javier.

"Yo quisiera ofrecerte más y no puedo", canta Juan Luis Guerra mientras un pájaro arrasa a voces mi ventana y la casa se me va quedando a oscuras.

Esta es una de esas actualizaciones que me encantan porque voy siguiendo la línea del pensamiento, aunque imagino que debe ser horrible de leer.

Me gusta que me leas, Chica, se me acaba de ocurrir y he sonreído pensando en la cara que pondrás desde el trabajo cuando entres aquí. Me hace ilusión pensar que os voy a tener cerca el año que viene, que vamos a poder hacer planes, que voy a recuperarnos.

Recuerdo la primera vez que escuché Quique con mi hermano y también la primera vez que Roca me cantó ojalá en la estación de autobuses de Málaga. Recuerdo cuando amé así, aunque tú no lo sepas. Y aquél último concierto y la discografía y el poemario de Eugenio y los cafés de máquina y tantas cosas buenas.

La música va conquistando y la sonrisa se me queda entre el sueño que arrastro, imaginando las conversaciones que surgirán esta noche, cuando no sea capaz de llevar la contraria y añore mimos en mi espalda de gato.

domingo, 6 de junio de 2010

sobre el concepto de la muerte y los que se van


La última vez que vi a mi tío fue durante aquella limpieza de primavera en la casa del campo. Después, como siempre, había escuchado hablar de él, de los perros, de sus idas y venidas. En el instituto me enteré por mis primos de que estaba de médicos. Bueno, supongo que no me termino de entender con la enfermedad, así que lo dejé en un apartado de mi imaginación. Mi abuela, mi madre, unos y otros me fueron diciendo: primero el hospital, después la vuelta a casa, otra vez al hospital... En realidad ha sido cuestión de días. Y al leer el mensaje esta mañana, mientras bajaba con Juan y Leticia de las Viñas, me he dado cuenta de que, de alguna manera, yo ya lo sabía.

Tengo una relación extraña con la muerte que comienza en las faldas negras de mi abuela Luisa mientras ella arrugaba un pañuelo de tela ribeteado en azul entre las manos. A veces culpo de todo a mi extraña facilidad para el olvido, porque desligo enseguida mis recuerdos del cuerpo extraño que anida en los cementerios, desligo enseguida de la realidad las huella que esa persona pudo dejar. Así, cuando murió la bisa, yo no sentí pena. Por lo menos no la sentí por mí.

Me cuesta mucho llevarle la contraria a la muerte, quiero decir, pensar que deberían haberse quedado un tiempo más conmigo. Imagino que cuando le toque a alguien más cercano lo asumiré de otra manera, creo que menos elegante. Pero la cosa es que a día de hoy, no puedo emocionarme con la ausencia.

No me duele mi dolor, porque no existe, me duele el de mi abuelo, cuando escucho su voz en el teléfono, cuando me indica que tengo que sentarme a su lado -siempre fui la favorita- y me agarra la mano con su mano arrugada llena de venas azules de príncipe. Me duele ese dolor hondo de saberse el más viejo de los cuatro, el que sigue sentándose, ahora solo, en el sitio de privilegio. Me duele el dolor de las ahora mujeres que me abrazan con una sonrisa -a las que no veía desde que tenía diez años- y se me rompen en gemidos en el pecho. Pero no me duelo yo, no me siento mutilada. ¿Entenderé este ritmo natural cuando sea otro el que se marche? ¿Será mi olvido tan certero? ¿Aullarán los perros sin dueño de mi tío otra noche más?

Los velatorios son ese sitio tan irreal, con aires acondicionados desproporcionados, que me embotan la cabeza con su halo surrealista de conversaciones manidas.

sábado, 5 de junio de 2010

el mejor plan es el que no se ha planeado


Quizá por eso, después de haber ido con Chelo de compras, me recogen Juan y Leticia y Juan en la acera de la sombra para ir a una tienda de chismes para bebés y salir temblando de alegría. ¡Desde las rebajas del año pasado no me probaba vestidos con Leticia! Y Juan, como entonces, nos los elige y, entre bromas, anécdotas e historias, acabamos colonizando los probadores. Poco a poco, lo que iba a ser una tarde de viernes calurosa, se convierte en una propuesta de cena en la terraza de mis padres con queso con melocotón y Protos para celebrar las últimas noticias. Así, riendo, compartiendo, brindando, se van levantando inconsistentes los planes de futuro al tiempo que hacemos brillar el presente, casi sin darnos cuenta.

Ahora todo suena a "y si..." por todos lados: y si algo sale mal, y si no encuentras lo que buscas, y si es mejor esperar, y si cambiamos las reglas del juego, y si vienen a reclamar, y si han dicho lo que no había que decir, y si es pronto o tarde o nunca, y si firman por nosotros, y si no caben en las cajas los trastos que acumulo...

Por eso, con la experiencia de ayer, voy a encender a más la confianza para que junio se borre de planes y se llene de historias.

jueves, 3 de junio de 2010

y Lobo acabó como se acaba todo (a veces)


Aunque cuando me propuse terminar la novela, que se me había quedado cogiendo polvo y aburrimiento en un cajón, no me tomé en serio a mí misma, finalmente hoy he acabado de corregir y puedo decir con una amplia sonrisa: "ya está".

Al poner el último punto, se evapora esa sensación de ser invencible, de estar en posesión del bien y del mal. Al poner el punto y final se despiertan todas las dudas. A veces hay que dejar las historias terminadas durmiendo un invierno para que puedan funcionar, aunque sé que más de uno me la va a reclamar en cuanto tengan la oportunidad. (Sonrío) Eso me hace sentir millonaria. ¡Gracias a todos los que habéis aguantado mi mal humor estos meses, mis nervios, mis desplantes y mi falta de atención!

Gracias Antonio y Antonia por leer con hambre los primeros capítulos, exigiendo siempre más y animándome de ese modo a continuar. Gracias Luis por toda la ayuda inestimable con las fechas, los datos históricos y con el nombre de mi protagonista. Gracias Nacho por encontrar un trabajo y así dejarme tiempo libre para dedicar a la novela. Gracias Javi, sin ti no existiría esta historia, tu conversación aquella navidad hace dos años fue fundamental para que naciese Lobo. Gracias, familia, por los ánimos, la paciencia, por esperar emocionados a que esto acabase y por las llamadas interesadas en cómo iba el proceso. Gracias Marta por soportar que, durante tu visita, me perdiese en las palabras en lugar de perderme en ti. Gracias Juan, Leticia, Pedro y Claudia por perdonarme las faltas, la inconstancia y los nervios de las últimas semanas. Gracias Sarah, Chelo, María José e Inma por preguntar, darme codazos y llamarme bicho raro cuando sentía la tentación de abandonar una de nuestras noches de tapas por terminar un capítulo. Gracias también a los lectores que han aguantado que les hablase de este proyecto cuando querían escuchar hablar de Los Cines Somnios. ¿Qué se le va a hacer? Gracias a todos los que, de una u otra manera, habéis dicho "me gusta" cada vez que yo hablaba de escribir, corregir, gritar y tachar.

Estas cosas, al final, por mucho que una se crea inquebrantable, no las sé hacer sola.

¡¡Cri, cri, cri, cri!! ¿Escucháis mis grillos cantar? ¡Y al final es definitivo, viviré junto al mar!


miércoles, 2 de junio de 2010

aprendiendo a decir adiós: Sarah


Sarah vuela en un avión a Washington mientras yo termino mi café en casa. Cualquier otro miércoles del año habríamos estado las dos, charlando animadas en inglés, en el cafetería del instituto. Seguramente tomando tostadas enteras y hablando de hombres, mudanzas o planes de futuro.

Anoche nos despedimos diciéndonos "hasta luego", con esa sensación de prisa que sientes cuando no quieres enfrentarte a la pena de una despedida. ¿He dicho ya alguna vez que odio las despedidas?

Con Sarah este año he vivido grandes momentos, desde las tardes con manualidades y chucherías hasta nuestro viaje a Cádiz, pasando por las salidas de los sábados, las sesiones de cine, las horas de compras, las visitas a ciudades cercanas, el café de las tardes, los guiños divertidos, las locas conversaciones. Por eso, al pensarlo, me doy cuenta de que quizá el año que viene no eche de menos Andújar en sí, pero sí que añoraré a las personas que han hecho que mi vida cobrase un sentido nuevo. Es sorprendente cómo, poquito a poquito, todos nos fuimos uniendo para luchar contra la soledad y que, ahora, cuando muchos vuelven a casa para un fin de semana, regresan confesando que han echado de menos nuestra complicidad.

La cosa es que, ahora mismo, al escribir esto, yo ya estoy echando de menos la complicidad de Sarah porque, aún con la distancia propia del idioma, las dos sentimos que miramos el mundo de una manera muy similar.

Then... Sarah knows I'm gonna miss her at my Wednesday's breakfast and in other million of moments