sábado, 29 de mayo de 2010

punto y final




Aunque los puntos y finales algunas veces son puntos seguidos con aires de superioridad, creo que esta tarde he puesto el punto y final a Lobo. Y por primera vez escribo un epílogo y por primera vez en un año y medio soy capaz de escribir algo más largo que dos poemas.

Ahora toca la odiada parte de releer, corregir, recomponer, cuadrar, descubrir incoherencias, pulir detalles, perder la paciencia... Es la parte de mi trabajo que más odio, sobretodo porque yo ya sé la historia y volverla a leer para cambiarla o adecuarla más a mi imaginación, me resulta aburrido. Pero hoy no me quedo con eso, eso ya vendrá mañana o el lunes, ya vendrá.

Hoy me quedo con esta inmunidad extraña que me da el haber terminado de contar una historia, esta sensación de victoria, de estar libre de todas las complicaciones y problemas que mi vida pueda tener. Ayer se lo decía a Sarah: "cuando estoy tan cerca del final, no existo yo, no hay nada mal en el mundo, todo gira según mis reglas".

Sé que es una estupidez, pero me dan ganas de gritar, saltar sobre el sofá y bailar descalza por los tejados del mundo.

jueves, 27 de mayo de 2010

los capítulos antes del final


Será que se acercan los finales, porque esta casa ya no me convence y escribir en su semioscuridad se me hace pesado, casi arduo. Y por eso tengo que salir a desayunar a la calle, para desvestirme del tedio de los muebles negros, la manta del sofá que siempre se acaba cayendo, el silencio del pasillo hasta mi dormitorio en penumbras. Será que mayo da sus últimos coletazos en el reloj de pared sobre la estantería y he vuelto a ponerme mis gafas para fingir que trabajo. Será que había rumores sobre hoy y ya no es hoy, quizá sea mañana, o el lunes, o el martes como prometieron. La cosa es que, según mi padre, con lo que tengo ahorrado me da para los muebles y que ya hablaremos de cambiar el coche de aquí a dos años -donde no sabemos siquiera quién seré, quién seremos todos, aunque a día de hoy yo siga soñando con los hijos que no tengo-. Será que todo se disfraza de nuevo de despedidas, como el año pasado, y no tengo un viaje hacia Gijón donde olvidarme del mundo y empezar a quererte.

miércoles, 26 de mayo de 2010

nanai de la china


Lobo no me deja escribir aquí. Dice que tengo que contar su historia hasta el final antes de volver a dedicarme a mirarme el ombligo. Yo no sé lo que me pasa, estoy cansada del trabajo, la casa está hecha un desastre, tengo una cena el viernes y todavía no sé qué vestido ponerme, y Sarah se va la semana que viene. ¿De verdad quedan menos de siete días para saber dónde voy a ir?

lunes, 24 de mayo de 2010

el monstruo de mi amigo


Tengo un amigo con un monstruo en el estómago que le pega bocados y lo corrige cuando cree que está haciéndolo mal. Ese monstruo se llama muchas veces "los demás" y otras veces tiene el mismo nombre de mi amigo. A mí me asusta más cuando tiene el mismo nombre de mi amigo, porque sé que tiene más hambre y muerde más fuerte. Si por mí fuese, ese monstruo estaba muerto. Me lo quiero cargar.

Pero mi amigo lo quiere. O eso me parece a veces. Porque llevan años conviviendo y ya se sabe lo que dicen de los captores y sus víctimas.

Cuando el monstruo manda, mi amigo desaparece, el monstruo se lo lleva porque sabe que lo voy a señalar. A mí no me da miedo su monstruo, he conocido a otros como esos, me da miedo él, mi amigo, porque nunca se acuerda de luchar y se hace invisible y se mata sin darse cuenta. Y yo quiero a mi amigo y no quiero que se muera.

Como es cobarde, a veces lucho por él. Me remango la camisa y emborracho al monstruo hasta que me dice la verdad, y mi amigo, desde lejos, lo oye. Pero se le olvida. Siempre se le olvida. Siempre volvemos a empezar.

Hoy he llamado al monstruo por su nombre y mi amigo me escucha, quiere darme la razón, pero está cansado y en lugar de levantarse en armas, temo que vuelva a dejarse llevar, que vuelva a dejarlo todo para mañana. ¡Y yo nunca sé cuándo mañana va a ser demasiado tarde!

Lo que me pasa, en el fondo, es que mis monstruos también muerden fuerte y sé lo que, si los dejas, pueden hacer con el fondo del pozo donde los guardas.


magia


"Pensando y hablando sobre la vida que uno quisiera llevar, se va la vida. Por esto es más importante lo que hacemos que lo que pensamos que queremos hacer" dice Joan Margarit en el epílogo a Casa de Misericordia y, aunque dice varias cosas más que otro día rescataré porque me han resultado muy interesantes, hoy, que acabo de llegar de una piscina ataviada con mi vestido de verano y con unos cuantos martinis preparándome un sueño dulce y relajado, me quedo con esa idea primera con la que abre su texto.

María José nos contaba de un amigo suyo que sentía ansiedad cada vez que tenía que planificar el futuro, su psiquiatra le ha aconsejado centrarse en el Padre Nuestro -puesto que él es cristiano-: "danos hoy nuestro pan de cada día". "De cada día", le repetía intentando hacerlo entender, "de cada día".

Nacho siempre me dice: "bruja, tienes que jugar las cartas que cada mañana se te reparten". No lo dice concretamente con esas palabras, pero es lo que viene a resultar de sus diferentes divagaciones. Yo nunca le hago caso, o no suelo, puesto que es un idealista y su serenidad me suele sacar de mis casillas. Pero es cierto que he sido mucho más feliz cuando he pensado en el pan de cada día, en las cartas que tenía entre las manos, que en la jugada que haría si me hubiesen tocado ases y comodines.

Hoy, con cuatro cartas desacompasadas, hicimos de una tarde de domingo una noche perfecta y, entre risas, carcajadas, brindis y confidencias, sentí que nada tenía la suficiente importancia, que todo iba bien, que era muy afortunada.

Por eso me acordé de Joan Margarit y su epílogo en cuanto llegué a casa, también de Nacho y de nuestras charlas, y de mi Dios, sobretodo de mi Dios, el de la paciencia infinita.

sábado, 22 de mayo de 2010

a escena


Se encienden las luces y no sé si estoy sentada en una silla negra empezando Cabaret. Me parece que en cualquier momento Noelia va a darme una última indicación y que besaré a Chica entre bambalinas haciéndolo prometer que no se lo dirá a nadie, que Diana va a subirse a mi espalda o sonarán las trompetas que indican que se acerca el enemigo cuando Carolina salga fumando un cigarrillo largo. No lo sé. Pienso en Ramón cayendo de la deux con un crujido sordo, en Luis Carlos corrigiéndome una frase, en Ca subido en el carretón, en Eva ofreciéndome unas medias negras de pecado.

Se encienden las luces y, de alguna manera, la magia no es la misma sin ellos. Necesito los ensayos previos de última hora en el escenario del Aula Magna, las carreras por los camerinos, el perseguir a Carlos señalándole el reloj, las escaleras horribles, el jaleo de idas y venidas de amigos y familiares.

Echo de menos el teatro de Mamadou, arriesgarme, aprender, tropezar y bailar descalza un vals con Miguel en el escenario hasta perder la cabeza.

Será que hoy soñé con Javi y con Vanesa, que por primera vez voy a actuar con micrófonos o que el tiempo no perdona a nadie y que, cuando pienso en aquellos años, me siento contando batallitas del pasado.

viernes, 21 de mayo de 2010

cansada de semana y de algunas cosas más que no vienen a cuento pero que he tenido que contar


Tengo hambre de algo y nunca sé de qué. Hay una carta en la baraja del tarot -creo que ya lo he dicho mil veces- que se llama el colgado. Es un tipo bocabajo mirándolas pasar. Suena Lugares de Fabian y sonrío con ironía -¿qué digo sonrío?, me he reído de verdad-. Tengo a José Emilio Pacheco encima de la mesa y los esquemas del final de la novela a medias. El ensayo de teatro no ha ido tan mal, creo que por fin me sé las cuatro frases con las que me luciré mañana. "Déjame sentir que soy parte del tiempo que dejaste a su suerte olvidado en un rincón". Mi casa está hecha una mierda. Mi pelo también. Cuando hablo de ansiedad, María José me corrige categórica y apuntilla que tengo estrés. A mí me da lo mismo una cosa que la otra, mientras que no se me suba en forma de dolor de cabeza. A última hora mis alumnos de segundo del diurno, se han saltado una clase para sentarse conmigo a charlar de la cena de fin de curso y de la ropa que piensan llevar. A veces me siento como ellos y de pronto me doy cuenta de que nos separan casi diez años de experiencia e historia. Pasa que, como diría una amiga de Chelo, "son muy nuevos". Ayer terminé el texto para la exposición de fotografías de Dani en Barcelona, ya era hora. Y hoy mandé las cartas de las facturas de los encuentros con lectores de este año. He hablado con un italiano en inglés durante una de mis clases y he conocido a un actor de la compañía de teatro con el que he pasado todos los actos charlando en unas escaleras falsas de madera. Cuando en casa de Pedro y Claudia usamos la baraja gitana, las cartas -vuelvo a sonreír- anunciaron que mi vida iba a cambiar radicalmente, que había acabado una etapa y comenzaba una nueva. Sé que todo esto está terminando por no significar nada, pero pienso demasiadas cosas a la vez y tengo que contarlas. A veces se me ocurre que si dejo una idea -de esas que gritan por salir- dentro del pecho, se me acabará clavando como un alfiler en algún sitio. Por eso hablo sin parar. Sé que si lo digo, lo podré olvidar, es como una especie de magia estúpida. Todavía están el pegamento, los rotuladores y las cáscaras de nuez sobre la mesa -y una taza de café-. La maceta del balcón -que estaba muerta- renace, mientras que la que saqué al patio se me muere por instantes. Echo de menos Alcalá y muchas cosas que no existen. Y así, al escribirlo, sé que todo va a dejar de pasar o todo empezará a pasar como si fuera nuevo. Bienvenida al mundo, otra vez, real.

jueves, 20 de mayo de 2010

felicidades por dos cumpleaños

En primer lugar, quiero felicitar a mi sis: Ana, porque hoy, aunque le pese, es su cumpleaños. Y para hacerlo quiero recordar cierto momento de nuestra historia en el que nos vimos de pronto en una gasolinera llena de hombres que volvían del campo y no sabíamos cómo se le echaba gasolina a un coche. Ana, por aquel entonces, se agobió como ella sola puede hacerlo y comenzó a temblar dentro del coche -no lo niegues, querida-: "qué horror, ¿ahora qué hacemos?" y cosas así se escapaban entre sus dientes. Yo la miré muy seria cuando detuvimos el coche:
-Voy a enseñarte una lección -le dije con gravedad-, hoy vas a descubrir cómo ser una chica tonta.
Y así, me bajé del coche y con inocencia superficial, pedí ayuda al gasolinero, que detuvo por completo su actividad y la de todos los demás, para atendernos. Todavía recuerdo las carcajadas que dábamos en el coche de vuelta. Ana no daba crédito, pero desde entonces hasta hoy ha pasado mucho el tiempo y, a veces, siento que ha perfeccionado la tontura y la femmefatalidad hasta extremos insospechados, por eso, querida, te cedo la corona: ¡¡Felicidades!!
diploma ana
En segundo lugar, también es el cumpleaños de Nacho y, aunque no nos conozcamos, llevamos seis años regalándonos absolutamente lo mismo. Así que no quiero romper con esta tradición. Supongo que la idea se le ocurrió a él, porque es el que tiene la inventiva para las propuestas descabelladas –la mejor noche de tu vida, los minutos sin censura, los besos para las declaraciones, el robar besos a desconocidos…-, pero como siempre me tienta, pues en algún momento cedí.
Y aquí me encuentro hoy, repitiendo lo de todos los años, rano, ¿qué deseo puedo hacerte realidad?
regalo nacho

López Aguayo



Hoy no iba a actualizar, porque tengo un humor de perros que no se sacia ni con chucherías, ni con mimos, ni con café.

Pero trasteando por aquí, vi un nuevo seguidor del blog y, cuando me puse a curiosear, era Rocío. Soléis ser desconocidos en mi mundo de verdad, pero al entrar en el perfil de Rocío, he descubierto -como siguiendo un hilo tonto- hasta dónde me llevaba. Hasta Jose Luis, lógicamente.

Hasta José Luis López Aguayo que, además de ser una de las personas a las que más quiero sin remedio y aunque nunca pueda verlo, es un fotógrafo increíble al que me estoy perdiendo. ¡Gracias, Rocío por pasar por aquí! Os pienso mucho.

Y como no podía ser de otra manera, les he robado, a los dos, la fotografía con la que acompaño este torpe texto, titulada muy oportunamente: "Para Rocío".


José, ¿me das cita para una sesión?

miércoles, 19 de mayo de 2010

frustración


Quiero una baja de quince días para poder escribir en paz. Me frustra depender de los descansos entre clase, del examen de algún curso, del tiempo entre la comida y la primera hora de la tarde, del hueco entre el fin de clases y el ensayo, de que no haya nadie a quien cubrir en la guardia. Y voy con mi libreta y con el ordenador, intentando mantener un poco la constancia en este inclemente estado de las cosas. Pero me frustra, supongo que mi madre lo sabía hoy cuando me preguntó con pena si estaba escribiendo -alertada por el desorden de la casa, de mi pelo y las ojeras-.

Echo de menos dos cosas en este momento: escribir y alguien con quien compartir lo que estoy haciendo.

"Sólo un mes", gritaba mi padre a través del teléfono.

Pero la sed es ahora, la historia me late como un huracán dentro del pecho y, justo cuando me siento a copiar, estoy tan agotada que las palabras surgen como mudas, pobres, sin gracia.

Y eso -los que me conocen de verdad lo saben- sólo consigue frustrarme.

Colecciono cansancio y mal humor esta semana... menos mal que nadie me aguanta de seguido demasiado tiempo así.

martes, 18 de mayo de 2010

hasta el último segundo


Es parte de mi historia el buscar participar en infinidad de planes, ocupar mi tiempo con mil horarios, llenar cada milésima parte de mi día con una actividad programada. Recuerdo aquellos años de universidad, clases particulares por las tardes, ensayos de teatro, descanso de ocho a nueve, novela de turno o poesía, y talleres, voluntariado, grupos de trabajo, equipos de estudios, proyectos de dibujo...

Supongo que sentía que, con una buena planificación, manteniéndome ocupada, mi cabeza dada a la imaginación dejaría de crear monstruos y fantasmas.

Odiaba las vacaciones, el descanso. Necesitaba actividad.

Quizá es porque este año me he pasado o porque voy creciendo o vete tú a saber, la verdad, pero esta vez estoy cansada de buscar parches para ocupar cada instante. Quizá es porque tengo una novela entre manos y los relojes me chillan indicándome todo el tiempo que llego tarde a cualquier sitio. ¿Quién sabe?

La cosa es que añoro esos momentos de remanso, de dejar pasar el tiempo, de sentarme a leer durante horas, a escribir durante día, a comer gominolas con los pies en alto. Esos momentos en que puedes llamar y proponer un café sin preocuparte por la hora de vuelta.

A lo mejor es sólo que el día de hoy ha sido muy largo y que dormí mal y arrastro sueño, cosas mías. Será que quedan quince días para un futuro extraño y sobrecargo el horario para no pensar en nada.

Será, será, será que estoy cansada y quiero un beso y unos mimos.

lunes, 17 de mayo de 2010

de vuelta


Regresar del mar tiene siempre una crueldad sencilla que no soporto.

domingo, 16 de mayo de 2010

la playa de los alemanes


Días como hoy me demuestran que es imposible planificar el futuro, ejercer cualquier control sobre la idea de tiempo.

Las olas del mar se acompasan en un sonido prolongado y constante, en un efecto dominó irreversible. Vivo en azul. En un nuevo azul.

Sarah y Chelo comparten conmigo este momento. Hemos inaugurado la temporada de baños y ahora descansamos al sol.

Llevo el pelo rizado de esa manera que me gusta, la del capricho de la sal que besa mis lunares. Me siento yo.

Y he gritado, y he corrido y me he lanzado al agua y ge abrazado la arena dejándola vestirme de verano. Porque tengo un alma de cinco años cuando estoy en la orilla, porque el mar me tienta como un enamorado y quiero bailar, bailar, bailar.

"¿Cómo se dicen esas mujeres que viven en el mar?", pregunta Sarah mirándome tumbada entre las olas, dejándome arrasar por la marea de pies a cabeza en una eterna carcajada. "Sirena", responde Chelo y recuerdo el campamento y a Carmen que siempre me llama así. Irremediablemente también a Marta, porque estoy en el lugar donde conquistamos un primer fin de semana de confesiones.

Es imposible, después de haber decidido este sitio, no recordar la caja de cerezas, a Juan y Leticia, a ti -sobretodo tras los molinos de viento en el horizonte-. De alguna manera es extraño estar aquí sin vosotros, pero con el sillón de algas verdes, los espárragos gigantes, los novios o hijos y las trincheras de arena.

Me enfrento al océano. Me gusta cómo huele mi cuerpo cuando estoy en el mar, cómo la sal y el sol lo transforman acercándolo a una idea imposible. Entiendo los conceptos eternidad y trascendencia cuando me arrulla este sonido.

Podría morir ahora, en este justo instante, cuando cierro los ojos y al respirar intuyo que la belleza del mundo ha eclipsado por un segundo mis heridas. Podría morir ahora... de felicidad.

-De mi nueva moleskine, no hay manera mejor de estrenarlas que con un pensamiento alegre-.

era


Estamos sentadas frente a la Caleta, en el bar que siempre me llama la atención por ser un armatoste oxidado con mesas al sol. Estamos enfrentadas al mar azul más increíble, almorzando con la sensación de haber roto por completo con nuestras vidas.

Chelo aprovecha la poca sombra que una cornisa de cemento puede proporcionarle. Está vestida de oscuro y se aprieta contra los cristales del restaurante para no dejarse conquistar por el calor brillante del que Sarah y yo disfrutamos. Chelo sería un gran personaje para una novela.

Uso por fin las sandalias que compré cuando parecía que llegaba el verano y rompió una primavera de tormentas. Mis horribles pies están contentos y yo también. A mi lado se acumulan los nuevos libros de poemas que he comprado porque la librería era hermosa y su dueño ha accedido a recomendarme conduciéndome a una estantería repleta de desconocidos. Me pregunto ahora si llevo alguno de sus libros favoritos y también cómo se habrá decidido por estos autores después de que yo entrase pidiendo narrativa japonesa de los años cincuenta. Es hermoso el ser hombre hoy, creo en nosotros.

Quizá porque estoy escribiendo, nos hemos quedado en silencio. Sarah tiene los pies morenos al sol, brillando con unas manoletinas doradas. Va vestida de amarillo. A veces parece que está enamorada de las mismas cosas que yo.

Es curioso estar aquí sentada frente al sitio del que guardo y no fotografías. Primero con la compañía de teatro. Después con el abandono. ¿Quién era ella? Es difícil reconocerme en los recuerdos que me asaltan y no paro de censurar las preguntas que desatan las farolas, aquel banco, estas vistas... ¿Cómo podía andar? ¿Cómo respiraba?

Y, sin embargo, sonrío como si todo eso formase parte del ideario imaginado de otra mujer desconocida con la que me crucé durante un breve instante de mi tiempo.

No deja de sorprenderme esa capacidad mía para el olvido. Este deconstruirme constantemente hacia la búsqueda de la que seré en el segundo siguiente al que vivo.

Por eso Cádiz parece un déjà vu y no un recuerdo. Por eso recuerdo a Platón y el anagnórisis. Por eso el mar es el mar más increíble que he visto y el sol el más brillante y la compañía la más apropiada. Por eso no existe el ayer, ni el mañana.

sábado, 15 de mayo de 2010

cosas que convierten un día cualquiera en un día especial


Despertarte temprano, mientras ellas duermen, ponerte una rebeca sobre el pijama y salir sigilosamente a la calle para escribir y tomar café en el jardín.


Que el sol le gane la batalla a las nubes para poder estrenar las sandalias que compré cuando parecía que iba a empezar el verano y empezó a llover.


Pasear por sitios cargados de recuerdos sin sentirme la que era.


Conocer a un librero con el que hablar de poesía y salir de su pequeña tienda con cinco libros nuevos.


Reponer la moleskine en mi bolso.


Ver el mar de un azul brillante e increíble.


Almorzar al sol frente al mar y descubrir que se me ha pegado un poquito porque me he quedado con la marca blanca del reloj.


Escribir con un café escuchando el viento y las gaviotas.


(y el día sólo está a la mitad)

jueves, 13 de mayo de 2010

días de regalo


Jose Miguel llama al timbre en el mismo momento en que me he sentado a descansar después de haber recogido la casa. Cuando pregunto por el portero que quién es, responde simplemente: "yo". Me gusta la gente que responde con esa claridad a las máquinas. Y con él siempre es natural, da igual que la última vez fuese en casa de Juan y Leticia para una cena a principios de otoño, todo parece como si hubiese sido ayer.

Y hablamos y hablamos y hablamos sin parar llenando mi casa de sonidos. Es tan sencillo. Nos resulta fácil entendernos. Así que repasamos todos los temas candentes de nuestros últimos meses, saltamos de una cosa a otra, a veces buscando explicación, otras simplemente porque es necesario. Puedo preguntar y eso me encanta porque soy una persona de naturaleza curiosa. Hay veces en las que no sabes si tienes derecho a preguntar hasta la cosa más tonta, pero con Jose Miguel el diálogo es sereno.

Descubro, como he ido haciendo con Marta a lo largo de la semana, que hay una magia increíble en cocinar para alguien más. De pronto no parece difícil ninguna receta y todo sale riquísimo, me gusta poner la mesa y encender la vela de rigor que forma parte de mis tradiciones. Cobra sentido todo sobre los fogones, desentrañando el misterio de los miércoles.

Por eso, después de todo, cuando nos despedimos y lo veo atravesar la puerta, deja en casa la inspiración conjurada por la visita de Marta, que digo yo que también tendrá algo que ver con eso tan tonto que llaman felicidad.

miércoles, 12 de mayo de 2010

lo bueno si breve, dos veces breve


Marta se ha ido, pero me ha dejado la inspiración aleteando en el pecho con rabia y prisa. He dedicado cada rincón de mi día a besar a Lobo con la sed del que conoce los caminos imposibles. Perdón si sueno excesivamente poética hoy, pero arrasé de prosa las horas repletas de la tarde y se me han quedado las palabras haciendo muecas en los dedos. Escucho música y oigo "nunca jamás". Hoy es un miércoles cualquiera que seguramente voy a olvidar. Pero estuve en paz y fue bonito lo que tuve. Mañana se dibuja de visitas y mi madre me dice al teléfono que esta semana estoy teniendo suerte. Mucha suerte.

martes, 11 de mayo de 2010

deseos (por Marta Mesa)








Tengo a Marta llenándome la casa de luz por las tardes. Me gusta imaginarla en los rincones de mi hormiguero mientras no estoy. Abrir la puerta y verla haciendo fotografías con el pelo recogido, observarla mientras termina una película, prepararle la merienda, escucharla, charlar. Es inquietante saber que aunque esté cinco minutos de aquí, metida en una clase, Marta continúa en el sofá verde, con los lápices sobre la mesa, distraída.

Por eso comparto estos deseos de Marta, estas ilustraciones, y me quedo con las tres primeras, aunque en días como estos, me conformaría con el número tres para que los martes dejasen de estar en mi lista negra.


lunes, 10 de mayo de 2010

curiosidades de un fin de semana cualquiera o no


La tentación de no actualizar este rincón lucha con fiereza contra mis deseos de compartir algunos de los milagros que, desde el viernes hasta hoy, se han ido haciendo conmigo. Y es que, aunque este lunes empezase haciéndome sentir en martes, ha terminado en Marta -los que me conocen saben que eso siempre lo arregla todo-.

El viernes acabó laboralmente como una jungla, pero se llenó de reencuentros, de kilómetros, de confidencias, de abrazos, de gritos de Pablo corriendo a mis rodillas, de música, de ti, de un apagón momentáneo, de sueños junto al mar... Algo que me hizo sentir que así debían acabar todos mis viernes, funcionasen como funcionasen las mañanas de pesadilla en el instituto. Quizá por eso el sábado, a pesar de haber dormido poco y regular en una cama extraña, el sol vino a iluminar la casa de risas de Ana desde la cuna. Pedro pone actividad allí por donde pisa y observar a Claudia cuidando cada detalle me hace sentirme a un tiempo afortunada y pobre -pobre de amor del que ellos tienen, rica de todos los demás, qué le vamos a hacer-. Vivir la comunidad, aunque algo reducida, me llena de paz y el compartir vida se va convirtiendo cada vez más en una necesidad mientras me buscan un apartamento con vistas y piscina.

Al domingo lo recibimos de madrugada. Pedro y Claudia, aunque me conocen desde hace años, no tienen detalles de mi historia y, desgraciadamente para ellos, se atreven a preguntar. Estoy en un momento en que no me planteo responder con medias verdades a nadie, sé que puede ser un problema, pero estoy cansada de boicotear la realidad. Así que respondo, respondo a todo y sin pudores. Hasta que el reloj nos dice que es demasiado tarde para continuar y los bostezos se hacen con los sillones.

Nos amanece nublado y nuestros planes de playa se frustran, quizá porque el año pasado no llegó el primer baño hasta final de mayo, pero aprovechamos para hacer limpieza de juguetes en el cuarto de Pablo y, concretamente yo, para tener a Ana toda la mañana en brazos contagiándome de sus risas dulces, comiéndomela a besos. Llevaba años sin quitarme el pijama tan tarde, años sin disfrutar de un domingo así. Por eso, cuando volvemos a montarnos en el coche para volver a casa -aunque el viaje estuviese anunciado por la baraja gitana que predijo también un gran cambio-, lo que menos me apetece es llegar a tiempo a la mesa redonda de jóvenes escritores que me espera en la Feria del Libro. "Os he echado de menos", confieso a Juan y Leticia cuando nos despedimos en la puerta de su casa y esa no es una media verdad.

Me horrorizan todas estas reuniones en las que soy escritora y me tratan con deferencia o me tratan de manera distinta sólo porque tengo una novela en el mercado. No me siento en posesión de la verdad y me hacen preguntas como si ya fuese un argumento de autoridad. Soy la que soy desde mi corta experiencia. Sólo sé que escribir me hace feliz. Termino el domingo en el salón de casa de mis padres, compartiendo anécdotas del fin de semana, esperando a un lunes que promete ser irreversible.

Un lunes que comienza con una presentación de mi novela también en la Feria del Libro y con un regalo sorpresa. Una de mis primeras lectoras, a la que conocí hace dos años en la promoción de mi novela en su ciudad de origen, se ha saltado las clases y ha viajado más de dos horas en un autobús para reencontrarse conmigo y regalarme una gargantilla con un hada de plata. ¿Cómo se siente una entonces? ¡Pequeña! Absolutamente pequeña y agradecida, loca de alegría y de fe.

Pero corro para llegar a tiempo a la última clase de la mañana, llego media hora tarde, me mata el cansancio y mi condición y acabo acostada para sobrevivir antes del horario de tarde. Es entonces cuando la voz de Marta me anuncia: "vengo a hacerte feliz", aunque con palabras más oportunas como "llámame cuando salgas de clase y te recojo". Por eso, ahora que se acaba de ir para dormir en casa de su hermano, en lugar de acostarme sin más, he dejado a las palabras escapar para serenarme, cargándoos a vosotros -que no sé cómo habéis llegado hasta aquí, cómo seguís viniendo- de verborrea inconsistente.

viernes, 7 de mayo de 2010

una pesadilla menos


Sueño demasiado, y ahora no estoy hablando de mis terribles idearios de fantasía con los que me construyo conversaciones, situaciones, posibilidades o ruinas. Sueño demasiado por las noches.

Dicen que eso significa que no duermo bien, que no estoy descansando, pero también que el recuerdo se entrena y puede tener parte de culpa. A mí me dan igual las explicaciones, a mí me gusta soñar porque se convierte en una fuente de inspiración constante y porque así he vivido en el mar, he viajado a la China, he conocido a mis hijos y he volado sobre los tejados de las casas.

Hace un año que vengo teniendo la misma pesadilla. Se repite casi todas las noches o, por lo menos, todas las semanas. En ella simplemente no puedo hablar, estoy absolutamente muda de palabra y de emoción. No puedo hablar, no puedo explicarme y me veo arrastrada a una elección que no quiero hacer. Al principio me despertaba con el corazón disparado y emergía la catástrofe y todo lo demás. Con el tiempo me he ido acostumbrando a esa repetición constante, de modo que ya ni tan siquiera me desvelaba durante la noche y, por la mañana, sólo era un sueño más de entre todos los que había vivido entre las sábanas.

Hoy ha sido diferente. Por fin podía hablar. Por fin podía explicar tantas cosas... Y no me importaba lo que pudiesen pensar de lo que decía, no me importaba nada que sus ceños se frunciesen, que me llamasen desagradecida, loca... que no pudiesen en su simplicidad comprender este ansia de vida, de libertad que me anida en el pecho. No me importaba, yo decía lo que tenía que decir, me ponía mi mejor bikini y me iba a la playa.


miércoles, 5 de mayo de 2010

A veces, leer a García Márquez me hace tener las pesadillas más terribles y profundas.


La primera vez que escuché de Cien años de soledad estaba sentada en el paseo marítimo de Fuengirola con un argentino, que me ofrecía tragos de su combinado de ron con mil otras cosas al tiempo que me hablaba de literatura. Era el ligue de una amiga y no encajaba demasiado bien en el grupo. Como, de hecho, yo tampoco encajaba demasiado, aprovechábamos aquellas largas horas de alcohol sin misterio a la orilla del mar bajo las estrellas para hablar de libros. Yo acababa de comenzar la carrera y sólo había escuchado llover sobre literatura hispanoamericana. Él hablaba con pasión, con verdadera pasión de aquel libro de título sugerente que yo no conocía. Así que fue Ignacio quien me trajo entre brindis el realismo mágico y algunos otros descubrimientos.

La teoría durante la carrera eclipsó aquellas conversaciones de verano y el tiempo dejó la idea de Cien años de soledad latiéndome en el pecho como un secreto profundo a punto de ser descubierto. A veces lo olvidaba, por completo. Y de pronto llegaba la hora de preparar el regalo de reyes y Raul había pedido justo esa obra de García Márquez, o alguien lo resucitaba con un comentario aleatorio e inocente.

La última vez que Marta vino a Jaén, paseamos por la librería del barrio de la catedral durante horas -creo que algo ya conté de aquello- y, al final, entre los libros de poemas, se me coló aquella promesa tan antigua. Cien años de soledad ha ocupado un mes mi estantería, pero desde hace una semana, ha colonizado mi escaso tiempo libre y mis madrugadas. No importa que sean las doce cuando llego a la cama, porque mi reloj se acerca a las dos cuando descubro que he leído demasiado como para tener que levantarme temprano.

Pero conquista también mis pesadillas y toda su magia terrible coloca muertos bajo mi cama, diluvia en mis heridas, martillea en mi pecho como un pescadito de oro fundido y refundido por el tedio. Entonces me despierto sola en la casa, con un miedo infantil y profundo, sin nadie a quien develar y así me voy explicando, poco a poco, la esencia de ese título.

martes, 4 de mayo de 2010

el café de la tarde


Los cafés de media tarde me deben venir de herencia materna, porque a mi recuerdo vuela el olor del café recién hecho en la cocina blanca de La Carolina mientras las ventanas daban al jardín y mi madre recogía los platos. Aunque no sé por qué, siempre que me preparo para este ritual, viene a mi memoria la casa de Karen y las tardes de manualidades cuando era niña. Recuerdo las tazas alemanas, sus manos hábiles, los muebles claros y los mil papeles variados con los que probábamos suerte sobre la enorme mesa.

Después fueron los cafés para poder dar las clases particulares de la tarde, los cafés en el despacho, en el escalón soleado del campo de los abuelos, los cafés de la biblioteca, los cafés antes del ensayo de teatro de los sábados sin fin sentados en el césped del campus, los cafés de verano helados, los de Londres de camino a la primera clase de la tarde, los cafés frente al mar de mis mejores veranos, los que disfrutaba con David y Jose el año pasado en Alcalá, los cafés de este año cuando visito a mi madre y me siento en la mesa verde a compartir cualquier anécdota del día a día...

Este café, el que disfruto en cada coma, junto al balcón acristalado, con Silvio llenándome de música los rincones porque las ramas del árbol se mecen en el viento despertando a la tarde, cuando mayo se me hace interminable y repaso cada uno de los cafés que se llevó este sillón blanco y esta luz ensimismada.

lunes, 3 de mayo de 2010

páginas en blanco


Todo está por escribir y ni siquiera tengo cuaderno nuevo.

Mayo va a ser la confirmación de mi impaciencia.










Últimamente me quedo sin cosas que decir. Siento todo detenido en una pausa extraña, como cuando le dabas al pause en el video antiguo y la imagen se quedaba ahí, medio moviéndose, cruzada por mil líneas. ¿Cuándo va a continuar sonando la melodía? Siempre que me hago preguntas pienso en mi madre y en su consejo: "no busques respuestas a las grandes preguntas". Pero no puedo evitar lanzarlas al viento: ¿por qué? ¿cuándo? ¿dónde? ¿para qué? Y de pronto pienso en el viejo sótano de casa y el día en que imaginé que era mayor.







En fin.

quiero un beso

Quiero un beso de esos, de los cualquiera, de los que lo son todo, de los que no valen luego para nada, de los que me da Carmen en los párpados, de los que me da mi madre cuando me despierta, de los que me daba la bisa con repetición, un beso en el cuello, un beso en el hombro derecho, un beso en los párpados cerrados, un beso de plena diana irrepetible en la boca. Un beso robado, en préstamo, sin pausas, intermitente, limpio o completamente desgarrador. Quiero, lo quiero, antes de dormir, un beso. "Un beso de esos que valen por todos".

Mentira.

No quiero sólo uno –los quiero todos-.

sábado, 1 de mayo de 2010

limpieza de primavera


Los cristales del balcón anuncian árboles iluminados por la tarde, bailando al ritmo del viento. Suena, como siempre, música en la casa y el reloj. También estoy sentada en el sillón blanco, como de costumbre. Intento recordar cómo eran las tardes de mayo en Alcalá, pero me cuesta trabajo.

El uno de mayo del año pasado hacía la maleta para encontrarme con Marta en Madrid y beberme la primera botella de vino. En las fotos salgo delgada, pero son las primeras en las que sonrío. La habitación de Marta tenía un gran ventanal y nos tumbamos en el suelo a contarnos cosas mientras la primavera nos removía el pelo. Empezaba a ponerme vestidos.

Hoy le di la vuelta a los armarios pensando en que en algo más de un mes estaré empaquetando todas mis cosas. La tentación de imaginar dónde estaré, cómo será, cómo seré, es enorme. Me imagino en un apartamento blanco con ventanas grandes a la calle y el aire vaciando los pasillos y las teclas del ordenador cerrando sueños -novelas-, durante las tardes largas de verano.

Sigo soñando con Gijón. Es mi nuevo paraíso artificial. "Alquilaré dos meses un piso en Gijón", me digo, "escribiré todas las mañanas desde bien temprano y después pasearé hasta el puerto a ver las sombras de los barcos en el mar".

"Para cuando te marches, tienes las llaves que abren mis puertas y, por si las perdieras, dejaré siempre ventanas abiertas, para cuando te quedes tengo en mi vientre un verano de estrellas con un mar que se mece, si tú respiras desde su arena", canta Chaouen mientras caigo en la cuenta de que he vuelto a escribir sin orden.

Antonia, esta será una de esas entradas en las que me sentirás incomprensiblemente lejos y cerca.